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Entrevista

Pedro Alcañiz: "El escudo del Valencia CF era superimportante, éramos muchos valencianos"

Pedro Alcañiz explica su vida de goleador en el Valencia, el Castellón y el Villarreal «He jugado en todas las categorías y en todas me lo he pasado igual de bien»

Pedro Alcañiz: "El escudo del Valencia CF era superimportante, éramos muchos valencianos"

A la barra del pub Waticano de Castelló se acerca, de vez en cuando, algún chaval despistado que desconoce quién le sirve la copa. Al descubrir dónde y cuándo jugó al fútbol Pedro Alcañiz, suele llegar la reverencia de disculpa. Y cuando a Alcañiz le dicen que no lo conocían por la edad, dispara la réplica: «A Pelé tampoco lo viste jugar y sí sabes quién es». Pocos futbolistas vertebraron el fútbol valenciano de los 80 y los 90 como Pedro Alcañiz. Jugó en Castellón, Valencia, Villarreal, Almazora y Benlloch, de Primera División a Segunda Regional, sin saltarse un solo escalón. En todas las categorías y en todos los clubes, por supuesto, marcó goles Pedrito.

Nace en Castelló por el fútbol.

Mi padre fue futbolista y vino al Castellón a jugar. En los años sesenta, era el capitán. Conoció a mi madre, se casaron y se quedó aquí a vivir. Empecé de central porque mi padre era central. No tenía ni la edad y me falsificaron la ficha en un club llamado Estrella Roja. Luego ya pasé a la delantera, primero en el Atlético Estudiantes y pronto en el Castellón. Iba subiendo de categorías y era siempre el máximo goleador. A mí el fútbol me lo enseñó Manolo Adell, y antes Pepe Palatsí, los dos en la cantera del Castellón.

La estrella de la cantera, que sube al primer equipo, marca 23 goles con 20 años y es pichichi de Segunda. ¿Da vértigo?

Mi padre, por su experiencia, fue siempre quien no dejó que se me subieran los humos. Fui con las inferiores de la selección alguna vez, hasta la sub-21. Ahí era el único de Segunda División. Tenía muy claro que no iba a ni a salir. Llegué al banquillo y estaba ahí alguno tipo Martín Vázquez. Pensé: « si no juega este cómo voy a jugar yo». La camada, que luego es campeona de Europa, fue la base de la absoluta en los siguientes Mundiales. Yo enseguida me fui al Valencia. Era una oportunidad que no podía desaprovechar. Aunque estuviera en Segunda, el Valencia siempre será el Valencia.

Un Valencia recién descendido.

Me encontré un equipo con un montón de valencianos o muy identificados con la casa: Sixto, que en paz descanse, Fenoll, Fernando, Sempere, Giner, Quique, Voro, Camarasa, Arroyo? Íbamos a entrenar y todos los días nos juntábamos una docena de jugadores almorzando. El capitán era Arias, pero tenía un carácter que dejaba hacer, y nos venía bien, porque el vestuario fluía solo. Había un grupo para el que el escudo del club era súper importante.

Y de entrenador, Di Stéfano.

Era otro mundo. En los entrenamientos, y ya era mayor, hacía cosas con la pelota que no he visto jamás, así que imagínate cómo sería cuando jugaba. Como entrenador tenía sus cosas, como todos, pero en la convivencia era buenísimo, con chispazos de genio, aunque las mejores anécdotas no son confesables. ¿Alguna que sí? Iba a los ultras y les enseñaba las canciones que debían cantar. Conmigo no tuvo muy buen feeling porque él tenía sus roces con Roberto Gil, que era el secretario técnico que me había fichado. Aún así, el año del ascenso marqué diez goles y estuve muchos meses sin jugar porque me operé del pubis. Me perdí por ejemplo el partido del Javier Marquina contra el Castellón. Nos ganaron 1-0, en una acción de estrategia que yo conocía. Les dije que les iban a hacer esa falta. Nos la hicieron, y gol.

En Mestalla, ya en Primera, le entrenó Víctor Espárrago.

De Espárrago no puedo contar nada bueno. No fue honesto conmigo, pero bueno, al Valencia le fue bien. Eso sí, era muy trabajador y serio, pero a mí me decepcionó. Como todos los jugadores, pensaba que tenía que jugar más. De los futbolistas que estuvieron conmigo, el mejor era Madjer. Había otros como Subirats, que era una filigrana, o Arroyo o Fernando, que técnicamente eran la leche, pero Madjer era especial. La famosa cola de vaca de Romario a Alkorta, a Madjer se la he visto hacer con el interior y con el exterior.

¿Cómo era Arturo Tuzón?

El mejor. Un gran tipo. Él y su directiva sacaron al Valencia del pozo y lo devolvieron donde merece estar. El ascenso fue una crónica anunciada. Era importante subir el primer año, porque si no luego cuesta mucho, pero la calidad de esa plantilla estaba por encima de todos los rivales. La base de ese equipo luego compite en Primera y en los años siguientes en zona alta.

En 1989 vuelve al Castellón.

El Valencia no quería traspasarme. Don Arturo (Tuzón) me dijo que confiaba en mí y que solo dejaba irme cedido, pero a mí esa opción no me gustaba. Al final yo le hice ver que con ese entrenador no tenía sentido quedarme. Quería un acicate y volver al Castellón en Primera lo era.

Con Luiche de entrenador.

Luiche no sé cómo explicarlo. Tenía sus cositas, algunas también inconfesables. Recuerdo antes de ir a jugar a Madrid, que hizo unas declaraciones provocando. Luego nos apalizaron, iban goleando y veíamos que cogían el balón de la portería rápido a por más. «La próxima vez que vuestro entrenador esté callado». Nos metieron siete o por ahí [risas]. Luiche no supo aprovechar su momento. El primer año aún lo pasamos bien con sus cosas, porque nos salvamos, pero el segundo fue duro.

Creo que en Castalia solo se ha valorado con el tiempo la importancia de estar en Primera.

No se valoró ni se aprovechó. Fue una ocasión perdida en aspectos como la creación de una ciudad deportiva propia. No se hizo nada que perdurara y quedara como legado. Todo lo que yo soy, para lo bueno y lo malo, se lo debo al Castellón, pero al club le ha faltado altura en determinados momentos.

Tras el descenso, estuvo cerca de firmar por el Sporting, pero unos informes que salieron desde Castelló frenaron la operación.

Bajamos. El caso es que bajamos. Yo no tenía ni representante. Tenía 25 años, había sido el máximo goleador del equipo, terminaba contrato y no me dijeron ni pío. Ni adiós. Sufrí un desengaño y anduve jodido, sin equipo durante un tiempo. Perdí la ilusión. En Vila-real estaba Pascual Font de Mora de presidente, con López Sanjuán de entrenador. Pedí ir a entrenar unas semanas para no perder la dinámica, pero me encontré cómodo allí y al cabo de los meses decidí quedarme. Subimos a Segunda y estuve dos años más.

Allí se encuentra con su peor marcador.

No me gustaba nada jugar contra Pascual Donat. Era muy pesado, asqueroso. Pero la peor defensa era la del Recreativo de Huelva: Cumbreño, Cepeda, Maraver e Higinio. Las repartían como panes. No tenían ni que hablar. Simplemente las daban.

¿Cómo era ese Villarreal?

El alma mater era Font de Mora, un enamorado del fútbol. Preparaba un proyecto espectacular. Lo saca del barro y lo lleva al fútbol profesional. En cuanto a jugadores, el mejor era Adriano, un crack.

Con el Valencia subió a Primera y con el Villarreal a Segunda.

Y eso que a López Sanjuán lo echan antes del play-off. Fue una de esas cosas que pasan en el fútbol y no las entiendes nunca. Llevaba a la plantilla fenomenal. Pero un día, estábamos en un bar tomando todos algo y llegó Font de Mora discutiendo por no sé qué, se empezaron a calentar, y Sanjuán estampó una jarra de cerveza sobre la mesa. Lo echaron. Subimos con Esteban Linares. En Segunda llega Osman Bendezu y luego Carlos Simón. Llega después de un 2-4 ante el Lleida y dice: «en el fútbol actual es imposible que a un equipo le metan cuatro». Esa semana, en Eibar, nos metieron cuatro.

¿Y después del Villarreal?

Me lo volví a dejar. Aunque aún no tenía ni 30 años. En el Castellón estaba Paco García Hernández, y me llamó porque me quería. Yo ya le dije que no se esforzara porque el presidente, Tárrega, no lo iba a permitir. Y así fue. Me fui al Benlloch a Regional a jugar con mis amigos. También pasé por el Almazora después, con Nahum Mingol de entrenador.

Y regresó al Castellón.

Con 31 años, un día de verano que estaba en Benlloch, llamaron a casa y era Paco Causanilles, el entrenador. Me comentó que bajara a entrenar y yo no daba crédito. Le dije que estaba retirado. Al final me convenció para ir a un entrenamiento. Me dio tanto la paliza que al día siguiente de la boda de mi hermano me pegué el madrugón y llegué al Marquina, quince minutos antes del partido. Salí en el segundo tiempo y marqué con el pecho. Marqué nueve goles, pero echaron a Causanilles y no jugué más. Aún así terminé máximo goleador. Llegó Osman Bendezu y ahí se acabó Pedro Alcañiz. En el primer entrenamiento ya me echó. Según él por reírme mientras hablaba, y me apartó. En el Villarreal una vez, se pasó la semana diciéndole a Adriano que estuviera preparado, que iba a jugar, y llegó el día del partido y le dijo que no jugaba porque no tenía bien los biorritmos. Adriano se levantó y dobló la puerta del vestuario de una hostia. Los biorritmos, macho.

¿Era más fácil jugar en Primera o en Segunda que en Regional?

Ahora no lo sé, pero para mí antes sí. Ibas por ahí a los pueblos y la única diversión era ir al partido. Y yo lo he pasado muy bien jugando, pero me han pegado mucho, me han dicho de todo. De fracasado para arriba. Hemos estado en vestuarios encerrados durante horas, sin poder salir. Ha habido gente que se ponía a insultar desde el calentamiento, y al final venía con mucha educación a disculparse (risas). Yo he jugado en todas las categorías. Desde Segunda Regional a Primera División. Y he marcado en todas. Víctor Salvador y yo debemos ser los únicos. He ido a jugar a Atocha, a San Mamés, al Bernabéu o al campo de La Jana, de tierra. Y me lo he pasado igual de bien. Cada cosa tiene su miga. Después fui al Benlloch otra vez. Cuando me aburrí de que me pegaran jugué en veteranos y hasta fútbol playa.

Su amor por el deporte contrasta con la carrera corta en la élite.

A mí el fútbol me encanta, pero no la gente que lo rodea. Me desengañé. Y pensé que para qué aguantar. El fútbol es lo más bonito del mundo, pero la gente le echa tanta mierda encima que al final huele.

La nostalgia es peligrosa. ¿Echa de menos ser futbolista?

Claro que el fútbol, pese a todo, se echa de menos. La adrenalina de salir a jugar y de ver a la gente, cómo lo siente, padres, hijos, nietos? Eso es la hostia. Y la posibilidad de hacerles felices. No hay nada en la vida que puedas hacer que en un momento llenes de alegría a miles de personas. Eso es marcar un gol, y vivirlo es maravilloso. Yo se lo digo a mi hijo, es lo más bonito que hay, aunque también le advierto de los sacrificios.

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