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Nos quedan dos meses de aguantarnos

La sucursal

La sucursal

Se ha jugado otro partido, en el terreno ideológico. Ha sido durante estos días y tiene algo más de trascendencia que el de ayer porque comprende una competición más extensa cuyos puntos se consiguen muy a largo plazo.

Resultaría exótico que el director deportivo de un equipo adversario, el que fuera, deslizara un reproche primaveral a cuenta de la insatisfacción porque un jugador propio se haya pasado al rival. Parecería un atrevimiento y un desahogo que fuera más allá y supusiera que los aficionados del vendedor deberían estar plenos de orgullo por ver a uno de los suyos en el equipo comprador.

Las dosis de cinismo aumentan cuando el director deportivo, el del Barça, es un antiguo integrante del Valencia, residente por diez temporadas. Uno de esos iconos del tiempo que definen con sus memorias el trazo mental de un club, sus ambiciones, sus niveles de respetabilidad. Todo eso yéndose por el sumidero ante una frase deslenguada: «la gente del Valencia debería estar orgullosa de que un jugador valenciano como Paco triunfara en un club tan grande como el Barcelona». Lo dijo en CV Radio. No era un sketch de Crackòvia caricaturizando a Fernández Bonillo.

Que lo diga, psh. Lo peor es que lo piense con certeza. Que los que han sido tuyos piensen así del VCF crea desasosiego porque da entender la percepción exterior sobre el club que tienen incluso los que formaron decididos parte de él. Una sucursal. El Valencia rebajado a la categoría de máquina expendedora. Lo peor, si cabe, es que quizá Robert definía bien lo que el club traslada corporativamente a sus competidores.

Al margen de un resultado puntual, de temporadas nefastas, no debería perder esta entidad en trance su capacidad para conservar algunos valores que la han definido tal como es.

Uno de ellos es el gusto levantisco por la contestación. Pleitesias, las justas. Según el pensamiento de Robert, el Valencia debe ser un abstencionista que presente sumisión ante la marcha de sus futbolistas mejores. Así está siendo estos años, en efecto. Pero pedirle al graderío que no solo no se resista sino que lo aplauda resulta una invitación a ser humillado con gratuidad.

Por mal o bien que vayan las cosas hay sentimientos que deben permanecen invariables. El valencianismo el orgullo se lo guarda para sus lances propios. Incluso los propios dirigentes del club tendrían que recordarlo de tanto en tanto. Cuando dirigentes como Robert dejen de considerar al Valencia como una marca aguada y facilona, la gran victoria estará llegando.

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