Peter Lim hace meses que no da la cara en Mestalla. Layhoon se ausentó ayer por la tarde del palco y el proyecto del Valencia se despeña sin que ni la llegada de un técnico reputado como Prandelli sepa ponerle freno. Los cuadros intermedios se tiran los trastos a la cabeza y nadie se responsabiliza de la pésima planificación de la plantilla en verano pasado, como si en el mando a distancia de Peter Lim hubiese pulsado todos los botones equivocados. García Pitarch apenas participó en las decisiones más importantes: las ventas de André Gomes, Alcácer y Mustafi, aunque sí en la elección de Ayestarán. Con la llegada de los inversores asiáticos al fútbol español, el margen de los directores deportivos se reduce a la mínima expresión. Su salida más digna habría sido la dimisión. Los jugadores están desbordados por unas expectativas muy por encima de sus posibilidades y el técnico, el último en llegar, no sabe cómo poner cerco a todo esto sin la llegada imperiosa de un goleador. La reacción de la grada fue generosa. Apenas unos silbidos tras la horrorosa primera parte y unos pañuelos al final, pero sin secundar la inoportuna y egocéntrica reprimenda de la Curva Nord cuando el equipo aspiraba todavía a la remontada. Mestalla está resignada ante la torpeza infinita de un tipo que ha invertido 200 millones en un proyecto sin sentido. La falta de liderazgo es atronadora.

John Benjamin Toshack, exgoleador galés y extécnico de la Real Sociedad, soltaba frases lapidarias más o menos afortunadas. La clavó en esta: «Un delantero sin gol es como un pub sin cerveza». El Valencia envió ayer 28 centros al área, pero solo sacó partido de un pase atrás de Parejo remachado por Nani. La ausencia de un goleador instintivo es dramática para el cuadro de Prandelli. El empate ante el colista (y, en efecto, peor equipo en pasar por Mestalla) pone al Valencia ante el espejo de la cruda realidad: este equipo solo está para evitar el descenso.

La mejoría de la segunda parte con la entrada de Munir no fue suficiente para ganarle al Granada, tal es calibre de la depresión. Un equipo agujereado por todas partes por los caprichos del dueño (y ese afán de recuperar a su aire los 100 millones, sin seguir ningún criterior deportivo).

Prandelli supo rectificar en el descanso y darle más profundidad con un enérgico Munir como extremo derecho, pero otra vez se acusó la falta de un nueve. El esfuerzo de los jugadores en la segunda parte fue total, ni un «pero» a su derroche. Otra cosa es la falta de calidad de algunos y, sobre todo, la ausencia de especialistas: el que mete el pase de gol (solo Parejo) y el que lo emboca.

El resultado añadió tristeza al emocionante minuto de silencio por el fallecimiento de Jorge Iranzo (ayer no lo vimos ni en los alrededores del campo ni en el vomitorio de anfiteatro, donde apuraba el penúltimo cigarro antes de sentenciar: «Hoy, 5-0»).

El Valencia fue cayendo en sus propias redes, víctima implacable de sus centros al área sin rematador al habla. Las buenas internadas hasta línea de fondo de Cancelo, Gayà y, en menor medida, Montoya, se encontraron con el muro de la falta de remate. No hay nadie ni se le espera. Y si, por alguna de aquellas, se presentaba Rodrigo, disparaba al cuerpo del portero Memo Ochoa, faltaría más. Solo la inoperancia de Kravets impidió adelantarse antes al Granada, favorecido por el ataque de pánico y de impotencia sufrido por el Valencia en el último tramo de la primera parte.

Demasiada ansiedad

Enzo, Parejo y Mario Suárez sentían el terror en sus pies de lo que supondría perder un balón. El Granada esperaba su contra buena. Y esta llegó justo cuando más duele en Mestalla, al filo del descanso, pasado el minuto 45. El pequeño Carcela fue más rápido que Gayà y fusiló a Diego Alves. Es una pesadilla del Valencia en la presente temporada: los rivales se plantan con una facilidad pasmosa ante los morros de Alves. Las piernas de los hombres de Prandelli pesaban como plomo.

El técnico italiano mandó calentar a Munir tras el descanso. Munir entró por Montoya, lo que supuso retrasar a Cancelo, el mismo cambio que hizo ante el Barça. El efecto fue inmediato. De nuevo Parejo cayó en la banda derecha, de nuevo encontró el pase decisivo: atrás para que Nani marcara a placer en el arranque del segundo tiempo. El portugués lo celebró con varias volteretas mientras algunos compañeros le pedían dejarse de zarandajas y volver rápido a iniciar el juego: había que ganar el encuentro.

La entrada de Munir le había dado otro aire al equipo. Sus desmarques y su inteligencia son más que necesarios. Mestalla estuvo espléndida en la segunda parte, consciente de todo lo que se jugaba su equipo. Bakkali entró por Nani en busca del revulsivo de otras veces. No llegó. Demasiada ansiedad. Demasiadas prisas. Falta de asunción de responsabilidades en el palco y en el campo.