¿Miodrag Belodedici sigue vinculado al fútbol?

Sí. Vivo en Bucarest y trabajo para la federación de Rumanía. He sido el supervisor de las secciones inferiores de la selección, y ahora trabajo seleccionando jugadores, organizando partidos, actividades deportivas... Soy una cara conocida y me utilizan como embajador cuando viene la copa de la Champions...

¿Qué recuerda de su paso por el Valencia, en los años 90?

Recuerdo que éramos un buen equipo en la Liga, que se clasificaba sin problemas para la UEFA. Ojo, en unas posiciones que ahora serían de Liga de Campeones. Era un equipo que hacía un fútbol muy bonito. Pero luego íbamos a competir en Europa y... fatal. Horrible. Las goleadas en contra ante el Nápoles y el Karlsruher son algo que voy a recordar toda mi vida. Fatal, fatal...

¿Para las generaciones que no le vieron jugar, cómo definiría al elegante futbolista que usted fue?

Yo fui uno de los últimos líberos. Una posición clásica. Empecé jugando como líbero también en el Valencia. Arias se había retirado y era también líbero. La defensa era muy buena con Camarasa, Voro y Giner. No íbamos muy bien en la Liga y cambiamos de sistema. Me tocó cambiar de estilo. Yo estaba acostumbrado a ser libre y que los centrales persiguiesen por todos lados a los delanteros. Reconozco que me costó mucho funcionar

Venía precedido de fama al haber ganado la Copa de Europa con el Steaua y el Estrella Roja. Pero en Mestalla usted no cuajó.

Venía de un fútbol distinto. En Rumanía, el Steaua y el Dinamo elegían a los mejores jugadores. Si un chaval iba a hacer la mili y jugaba bien... ¡Al Steaua! (Risas). En la antigua Yugoslavia pasaba un poco lo mismo. Los mejores iban al Estrella Roja. En España era distinto, era un campeonato más abierto. El Valencia tenía una base de jugadores de la Comunitat. Solo tres o cuatro jugadores de otras partes completaban el «once». Los equipos eran más locales. La adaptación era más complicada que en el fútbol actual, más globalizado.

Usted creció en una región fronteriza con Yugoslavia. Rumano pero hincha del Estrella Roja...

Nací en Rumanía, es mi ciudadanía, pero también tengo nacionalidad serbia, por los orígenes de mi madre. Era una región de mucho mestizaje. Rumanos, serbios, croatas... Éramos rumanos, pero de pequeño mi padre me llevaba al Pequeño Maracaná para ver los partidos del Estrella Roja.

¿Cómo era aquel Steaua que logró ganar la Copa de Europa al Barcelona?

Prácticamente éramos la selección de Rumanía. Éramos un club potente, un club militar. Primaba la disciplina. Teníamos jugadores buenos, pero no con la calidad de los equipos de Europa occidental. No sabíamos muchas cosas de los clubes europeos. No veíamos la tele, no podíamos ver partidos que se jugaban en otros países. Era un clima cerrado.

¿Cómo se informaban de las características de los rivales?

Cuando íbamos a jugar al extranjero no sabíamos mucho de los equipos. Ni siquiera del Barcelona, contra el que jugamos la final. La embajada del país correspondiente, a veces, nos mandaba algún vídeo. Pero se hacía mucho deporte en Rumanía, se trabajaba muy duro. Nos regíamos por el sistema soviético de entrenamientos. Teníamos buenos equipos de fútbol, pero también de balonmano, gimnasia, canoas... Todo el país hacía deporte, como en China. En los colegios había muchas horas dedicadas a la gimnasia. Era algo cultural para el régimen.

El fútbol era prácticamente una de las banderas propagandísticas del régimen de Ceaucescu...

Era una manera de mostrar una imagen fuerte del país. Toda Rumanía hacía deporte. Teníamos mucho potencial. Cuando jugábamos contra equipos españoles o italianos, antes de subir al avión, nos visitaban los militares o el ministro de Defensa. Nos colocaban delante de ellos y nos daban charlas.

¿Qué les decían?

Que debíamos ganar, estar preparados y luchar por el país... También nos sugerían que no hablásemos con nadie, que no hiciésemos caso si alguien se dirigía a nosotros.

¿Cómo era la vida en la Bucarest de Ceauscescu?

Siempre teníamos gente vigilando cada uno de nuestros pasos. Cuando salías a pasear, o a comprar, siempre identificabas a gente a nuestro alrededor, que controlaban la situación.

¿Incluso siendo jugadores, gente famosa y querida, estaban bajo sospecha?

Por ejemplo, en los partidos europeos, se ponían señores sentados en una silla, al inicio del pasillo de las habitaciones o abajo en la recepción, todo el tiempo. Por el día y por la noche. Entre comillas, nos cuidaban mucho.

¿Qué le impulsó a rebelarse contra el régimen, huir de Rumanía y pedir asilo político en Belgrado?

Por nuestra ascendencia yugoslava, teníamos un minipasaporte para visitar a la familia en Belgrado. Jugando al fútbol en el Steaua pensaba que no iba a poder salir nunca de allí y vivir otra vida. No podías comprarte un coche, ni un piso, no podías alquilar nada. Nada de nada.

Y por ese motivo huye, a pesar de ser un personaje conocido.

Decidí pasar la frontera. Me fui con mi madre y con mi hermana, con el coche. Aprovechamos que teníamos el permiso y, ya una vez en Yugoslavia, pedimos asilo político.

¿Hubo repercusiones políticas por su huida?

Fui declarado desertor de la patria por un tribunal militar. Un año y poco después llegó la revolución, y cayó Ceacescu.

Abrió el camino para el resto de jugadores.

No, antes de mi hubo otro futbolista, Marcel Raducanu, que se quedó en Alemania después de un partido con la selección en Dortmund.

¿Y cómo sigue la vida? ¿Se va a su querido Estrella Roja?

Me fui a ver un partido y al acabar me presenté en las oficinas de Dragan Dzajic, director deportivo y uno de los genios del fútbol serbio. Y me ofrecí a que me fichasen.

No suele pasar que un campeón de Europa se ofrezca.

Sí. Me presenté. Les dije «soy Miodrag Belodedici», vengo de aquí, he hecho esto. Se quedaron parados, sin saber cómo reaccionar. Me preguntaron que si en Rumanía éramos profesionales. Éramos semiprofesionales. No teníamos contratos normales de «equis» años. No firmabas nada. Y cuando querían traspasarte lo hacían. Pero no sabías nada. Firmé por el Estrella Roja y cumplí un año de sanción de la FIFA, por cambiar de club sin mediar un acuerdo.

Y se convierte en el primer jugador en ganar la Copa de Europa con dos clubes distintos.

Y además con dos equipos del Este de Europa, lo que era más difícil. Había jugadores que, con equipos ingleses, españoles o italianos, habían ganado tres, cuatro, cinco copas, pero con un mismo equipo. Ganamos la Supercopa de Europa en Mónaco contra el Dínamo de Kiev, la Intercontinental en Tokio contra el Colo Colo.

Y otra final ganada en los penaltis.

En la de Sevilla contra el Barcelona no llegué a chutar. En la final de Bari contra el Marsella, en 1991, marqué el tercer gol de la tanda. Era un gran Marsella. Najdoski y yo teníamos delante a Abedí Pelé y Papin.

¿Se imaginaba que su Valencia iba a alcanzar dos finales de Champions?

No tuvieron suerte. Sufrí en esas finales como un valencianista más. Pudo pasar de todo. Gané dos Copas de Europa en los penaltis. Por esa razón sé lo cerca que estuvo el Valencia de hacer historia. Por lo menos mereció ganar la final ante el Bayern. El Valencia tenía una buena mezcla de jóvenes y veteranos. Un gran equipo. Mendieta empezaba cuando yo estaba en el Valencia. Llegaron épocas buenas y se ganó la Liga.

Hábleme del equipazo que se juntó en el Estrella Roja. Savicevic, Prosinecki, usted...

Sí. Muy muy bueno. Y no solo Savicevic y Prosinecki. También Mihajlovic, Jugovic... El nivel de la liga yugoslava era alto, antes de la guerra. Peleábamos contra Dínamo de Zagreb, Hadjuk Split, que jugaban a gran nivel, el Patizán tenía a Mijatovic.

Son los años previos a la guerra de los Balcanes. ¿Se notaba la tensión política, cuando jugaban en estadios bosnios o croatas?

Sobre todo en Croacia. Los problemas entre las aficiones iban a más. Se notaba una mayor presencia de la policía y los militares. Los dos últimos años antes de la guerra fueron, cómo decirlo, muy revolucionarios. En estadios como el del Hadjuk se veía que la rivalidad no era solo futbolística, también era política. En el último partido en Split antes de la guerra, todo se desbordó. Estábamos calentando y los ultras derrumbaron las vallas. Invadieron el campo y fueron a por nosotros. Corrimos al vestuario y nos encerramos dentro. Era el año 92, la guerra empezaría pocas semanas después. Y todo se detuvo.

Entonces cuando se cruza en su camino el Valencia...

Nos tuvimos que buscar un destino y vino la oferta del Valencia. Viniendo de una guerra, ir a Valencia era maravilloso. El club era atractivo y la ciudad muy bonita. También tenía otra oferta del Anderlecht.

¿Hasta dónde habría llegado la selección yugoslava, de no ser por la guerra?

Era una selección que iba a más. Se notaba en cada Europeo y Mundial. En lugar de Yugoslavia entró Dinamarca en la Eurocopa del 92 y la ganaron. Croatas, serbios, macedonios, bosnios... Todos juntos eran buenísimos. Suker, Mijatovic, Boban, Prosinecki, Mihajlovic... Madre mía, habrían obtenido resultados, seguro. Ahora, con el fútbol actual, es imposible que el fútbol del Este logre repetir éxitos.

Ya pertenecía al Valencia cuando acude al Mundial de EEUU y Rumanía firma un gran campeonato.

Fue nuestra gran «performance». Llegamos a cuartos de final y nos eliminó la Suecia de Brolin. Íbamos ganando en la prórroga y nos empataron a falta de seis minutos. En la tanda fallé el lanzamiento definitivo y marcó Larsson. Teníamos un gran equipo y a Hagi, nuestro Maradona. Teníamos muchas ganas.

¿Guarda relación con sus compañeros del Valencia?

Sí, mucha. Con Voro, Camarasa, Giner. Con Giner trabajé algunos años. Era vecino de Álvaro Cervera. Cuando dejé el fútbol estuve viviendo tres años en Valencia. Conservo todavía la casa y vengo de vez en cuando, de visita. Si estoy en Valencia y hay partido, siempre voy a Mestalla. Guardo cariño al Valencia. Cuando la final de la Liga Europa se jugó en Bucarest, en 2012, hice mucha fuerza para que el Valencia ganara en semifinales, pero no pudo ser. Me hubiese encantado ver al Valencia en mi casa.