Voro González afronta a sus 53 años el gran reto de su carrera: salvar al Valencia. Un objetivo vertiginoso que el técnico de l'Alcúdia encara sin variar ni un ápice una personalidad que, aquellos que lo conocen, definen como afable y cercana. «Voro es un trozo de pan que te gana y te convence con su humanidad», afirma a Levante-EMV Toni Rama, que fue su primer entrenador en la escuela de su localidad natal. «Desde ese punto de partida intentará cambiar las cosas en el Valencia», añade. La faceta de entrenador no altera el carácter sosegado del ciudadano Voro, de apodo Pantorra, con un origen familiar ligado a la tierra, las naranjas, a las discretas y abnegadas rutinas de la vida del pueblo. «Sigue viviendo detrás de la casa donde nació», señala Jaume Part, expresidente de la Agrupación de Peñas y natural también de l'Alcúdia. El entrenador del Valencia sigue tomándose el café en el Bar La Oficina, lugar habitual de reunión de los seguidores blanquinegros y donde siguen colgadas fotos de todas las épocas de uno de sus más célebres vecinos.

El fiel hombre de club es también un miembro más de la cuadrilla, el amigo de sus amigos que no deja de estar presente en la vida de l’Alcúdia, en sus acontecimientos y tradiciones. Rama revela anécdotas de su formación como futbolista: «Entró en Infantiles, que era su categoría cuando José Casanova fundó la escuela. Era el más bajito de todos los jugadores que tenía en el equipo. Le costó dar el estirón. No lo hizo hasta los 14 años». Desde un principio, Voro tuvo claro que quería ser defensa, aunque acabó de convencer a los ojeadores que el Valencia tenía en la Ribera con una faceta más desconocida: «En un partido en Catadau nos quedamos sin delanteros y pusimos a Voro arriba y marcó dos goles. Fue lo que les faltaba a los técnicos del Valencia para decidirse del todo», relata Rama. Una pequeña trastada, propia de la infancia, estuvo a punto de cortar la historia futbolística de Voro: «Un día faltó al entrenamiento sin justificación. Le pregunté a la familia si estaba enfermo. Pero resulta que se había ido a jugar con la pelota con sus amigos. ‘Lo borro ya de la escuela’, me sentenció el padre, muy disgustado. Tampoco es para ponerse así, le tranquilicé. ‘¿Crees que llegará lejos?’, me dijo. A ver, tenía condiciones, pero era un niño. Siguió jugando y, mira, acabó disputando el Mundial del 94», indica Rama entre risas.

Los almuerzos en el Renasa

El crecimiento futbolístico fue paralelo a una evolución personal marcada por dos desgracias: «Su hermana mayor falleció en accidente de tráfico, cuando estaba cedido en el Tenerife, donde cumplía el servicio militar. Al poco tiempo murió su madre. Era un chaval y había tenido que aprender a madurar muy deprisa. Además, su primera temporada en el primer equipo fue la del descenso del 86», recuerda Part. Voro, el defensa que «comía tornillos», según Di Stéfano y que empezó siendo conocido como «Boro», fue uno de esos jugadores de la casa que no se movió del club pese a estar en Segunda, en un tiempo en el que la alineación de carrerilla con nombres cercanos: Sempere, Quique, Arias, Voro, Giner... Uno de los compañeros que más relación pudo entablar con él fue Nando Martínez. Cinco años en Mestalla y otros tres en Riazor, cuando coincidieron en el Deportivo de Arsenio Iglesias: «Puede parecer obvio, pero de Voro lo que puedo destacar es que es una bellísima persona. Es tierno y bonachón, de los que siempre está para ayudar, pero ojo, también sabe imponer sus ideas sin caer en el menosprecio. Es una persona muy válida, de las que hacen falta en los clubes, y creo que ya debería haber dado años atrás el paso a ser solo entrenador». A Nando le brotan los recuerdos cuando echa la mirada atrás: «En el Valencia formábamos una buena piña. Voro era de los que venía a algunos almuerzos que hacíamos en el Hotel Renasa después de los entrenamientos en pretemporada. Jugábamos a los dados, comíamos. Nos juntábamos con Arroyo, Quique, Giner, Jon García, básicamente los jugadores que vivían cerca, en la calle Guardia Civil, Bélgica...». Tras un primer año en el Depor, Nando reconoce con orgullo que fue uno de los jugadores «que más fuerza hizo» para convencer a Arsenio de fichar a Voro, que, en el verano de 1993, libre de contrato, dio el paso de marcharse a A Coruña. «Yo llegué al Deportivo siendo soltero y muchos días Voro y su mujer me invitaban a comer. Tenía muy buena relación con Barros Botana, nuestro delegado. Y teníamos afición a ir a comer a la Cabaña del Pescador, en la playa de Santa Cristina. Venía mucho Claudio Barragán, también valenciano, Paco Jémez, Manjarín... Recuerdo que Voro hizo también mucha amistad con Julio Salinas. Tenían un amigo en común, Juan Candame, un joyero».

¿Qué puede aportar Voro en un trance como el que está suspendido el Valencia? Nando cree que el conocimiento de la plantilla es una de las claves: «Siendo delegado del equipo, Voro ha convivido mucho con los jugadores. No solo los conoce futbolísticamente, también en el plano personal. Y además ha demostrado que suele dar con la tecla y acierta. Mejor Voro que alguien de fuera». Part opina que con Voro el Valencia puede reencontrarse con una olvidada virtud: «La normalidad». «Aplicará el sentido común para resolver todos los conflictos», agrega. Rama cree que «la sencillez» es una de los argumentos que usará el técnico para ganarse el afecto de la plantilla, «y sacar así el máximo rendimiento posible. Es la persona idónea». Part solo encuentra una pequeña pega a las mayores responsabilidades que tendrá su amigo y vecino: «Con tanto viaje en el fin de semana será más difícil que venga a ver jugar al equipo de l’Alcúdia».