La victoria sobre el Espanyol tuvo un valor añadido al de los tres puntos en disputa, como es la reconciliación plena entre la grada de Mestalla y los jugadores. El triunfo, además, vino acompañado de un juego solvente, sobre todo en la primera mitad, y a pesar del postrero gol visitante, el marcador final no se vio condicionado por el agonismo que habían acompañado a los contados triunfos en el estadio a lo largo del último año. El Valencia ganó porque acumuló más méritos y porque su juego alcanzó la tan añorada normalidad de un equipo superior en todas las facetas, que hace valer su condición de local. Esta vez no hubo ni remontadas extremas, ni goles en el último minuto de penalti, ni arreones de épica desesperada a falta de fútbol.

Mediodía soleado pese al frío, magnífica entrada en la grada, recibimiento festivo al equipo con una «globotà» de gran estruendo. Todos los ingredientes previos invitaban a pensar en un partido distinto al de los decadentes escenarios previos. El Valencia dio continuidad a ese ambiente agradable firmando la mejor media parte de toda la temporada. La innata calidad de Carlos Soler y Nani transmitió un control total del encuentro y serenó los ánimos. Desde uno de los palcos privados de Mestalla, Simone Zaza veía desplegarse un equipo ordenado, con movimientos armónicos, con una virtud de equipo grande redescubierta, la de las largas posesiones. El Valencia de siempre, en el que los goles, como el de Montoya, se facturan después de acciones colectivas de tiralíneas, en un partido con momentos en los que la animación se contagiaba en todo el estadio.

Las buenas sensaciones no evitaban que el marcador fuera escaso, por lo que la segunda parte fue volviéndose más tensa, notándose la extrema necesidad de puntos que tenía el equipo de Voro. Un aire enrarecido al que contribuyó el colegiado Sánchez Martínez, que notó en su nuca la presión de Mestalla tras enseñar cuatro tarjetas amarillas a los locales en el intervalo de muy pocos minutos. Fueron instantes de relativo sufrimiento en los que los valencianistas supieron defender como bloque. El gol en el minuto 72 de Santi Mina, después de embocar el rechace de una falta de Parejo. El partido no estaba cerrado. En el minuto 85 David López recortó distancias y echó por tierra el objetivo de dejar la puerta a cero. Todos los miedos amenazaban con volver, con el pánico a la Zona Cesarini, pero la grada reaccionó con energía para proteger la renta.