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One club man

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Las semanas de zozobra en Mestalla han sido tantas y tan largas que, después de un partido como el del Estadio de La Cerámica, es lógico que el entorno se entregue por completo al disfrute. Se lo merece, qué narices. La seriedad y el compromiso con el que el vestuario que dirige Voro ha afrontado los partidos contra Espanyol y Villarreal suponen una garantía de cara a la segunda vuelta. Y dejan un margen para que en el club se piense en algo más que salvar el descenso a Segunda. Cuando escribo pensar en algo más que la permanencia no me refiero a sacar la calculadora y empezar a hacer cuentas pensando en la Europa League. Eso sería un pecado mortal. De competiciones europeas ya hablaremos en el mes de abril, si procede. Hablo de planificación, de estructura, de medios plazos. Cualquiera de los equipos con el nivel económico y el potencial que se le supone al Valencia ya está pensando en el 1 de julio, en la plantilla de la próxima temporada. El respeto y cumplimiento de esos tiempos sagrados en el fútbol profesional, una obligación de la que ha adolecido Meriton desde su llegada a la ciudad, sería poner la primera piedra para conseguir el éxito. Pero el éxito de verdad, el que históricamente ha perseguido Mestalla: jugar Champions, ganar o aspirar a ganar Ligas, pelear por títulos. Nos hemos acostumbrado con demasiada facilidad a palabras como salvación, permanencia o descenso, sustantivos que rara vez aparecían en el diccionario del valencianismo.

Como parece que Anil Murthy va a ser el encargado de llevar la batuta durante las semanas de ausencia de la presidenta ejecutiva, estaría muy bien que, además de tomar buena nota al respecto del funcionamiento interno de clubes modélicos en lo estructural como Sevilla o Villarreal, el Valencia persiga el establecimiento de un modelo propio. Para ello es fundamental que la sociedad coloque en la cúspide deportiva a responsables capacitados, a gente de fútbol, si es posible con pasado exitoso en el club. Hay nombres, afortunadamente, para aburrir. Nadie mejor que alguno „o varios„ de ellos para levantar el armazón interno del que hoy carece la SAD e identificar el tipo de jugadores necesarios para armar una plantilla capaz de devolver a Mestalla la grandeza perdida.

Una de las primeras tareas de la dirección deportiva pendiente de creación debería pasar obligatoriamente por cuidar al detalle la evolución y el crecimiento de Carlos Soler. Posiblemente, el jugador procedente del filial que mayor y más rápido impacto ha generado en el primer equipo desde hace muchos años. Estamos ante uno de esos casos únicos que aparecen muy de vez en cuando. Un mediocentro generoso en el esfuerzo defensivo, con una salida limpia de balón, facilidad para el regate en corto, buen desplazamiento con ambas piernas y, sobre todo, gran facilidad para entender las apariciones desde segunda línea. Una joya que el Valencia no podría adquirir en el mercado. La cláusula de rescisión asociada a su nuevo contrato profesional ya es importante, pero no prohibitiva para los grandes transatlánticos del fútbol europeo. Carlos y su familia, valencianistas de corazón, no pueden volver a pasar por un proceso de abandono e incertidumbre como el que se produjo durante las negociaciones previas a su renovación cuando era juvenil. Con el Barça mareando, el chaval siempre lo tuvo claro: quería seguir en su equipo, en su casa. La primera obligación de Meriton, ahora que la luz de alerta de descenso ha pasado de roja a naranja, es poner los medios para que futbolistas como Carlos Soler no se quieran marchar nunca del Valencia. Para que, como Puchades, Claramunt, Fernando o Albelda, sea otro de nuestros «one club man». A currar, señor Murthy.

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