La escena surgió la semana pasada, espontánea por habitual, desconocida por rutinaria. Dos ancianos cabalgan juntos, esto es, suben la rampa camino al interior de Mestalla, por esa almena en espiral que refugia los vértices de la fortaleza. El usuario de Twitter @tonypains subía a la red la instantánea como un canto casual de amor. Dos presuntos octogenarios, uniformados de sábado por la mañana, camino al partido, ajenos a diatribas diarias, por una propulsión eterna, acuden al partido tal que yendo a una cita. Lo hacen firmes y disciplinados, lo hacen activados por la convicción de aquello que no depende de las modas o la especulación.

La imagen podía parecer una instantánea sentimentaloide, me pareció un sopapo a todos los que estamos dándole vueltas a la fe y al desapego. Ellos dos, ancianas voluntades, sirven de cemento armado contra la ciclotimia. Ante la duda, su ejemplo.

Son necesarias las tensiones continuas sobre la desastrosa propiedad y el mal rumbo que lleva este club que ayer cumplía los 98 (a dos del centenario, en fin). No generarlas, no estar en ella, sería rendirse y dar por bueno lo malo. Allá cada cuál. Pero flaco favor si eso sirve de excusa para perforar la fidelidad. Nos recuerdan ellos dos que no va de eso, que esa exasperación justificada en la que hemos caído no puede abstraer de una dimensión mayor. Que uno, por hacerlo rápido, no va a ser del Valencia porque gane más o menos partidos? aunque de ello sí dependerá seducir a un nuevo público.

Los abuelos subiendo la rampa, pedazo de escena cinéfila, recuerdan que no corresponde renunciar a esa fidelidad, ni vaciar un campo, por un propietario irresponsable, ni por un equipo melifluo, ni por un horario matinal, ni por tanta y tantas peras mentales que soltamos al vuelo. Frente a todo eso, seguir subiendo la rampa.

Frente a 98 años unas cuantas adversidades resultan insignificantes. Subir, subir, subir.