Los tiempos de resistencia necesitan de héroes. Para no perder la esperanza, para acabar saliendo victoriosos de la noche más oscura. Mestalla ya tiene al suyo. Carlos Soler ha agarrado la bandera del valencianismo con la firmeza de un líder verdadero, en el momento más delicado que se recuerda en un club que el «Chino», el chico de mirada tímida y pies de oro, siente muy adentro desde que daba las primeras patadas en el campo de tierra de Bonrepós.

Con 20 años sigue siendo un niño, pero ayer marcó uno de esos goles que encumbran a un ídolo. Con 2-2 en un marcador muy ingrato, metidos en los minutos finales, cuando las piernas flaquean y el corazón se acelera, Soler levantó la cabeza y con un toque de magia hizo realidad el gol soñado para cerrar un partido grande, en el que el Valencia se ganó a pulso la reconciliación con Mestalla.

La mejor manera de evitar que el partido se convirtiera en un improvisado juicio popular era con una irrupción decidida en el juego. Sin tiempo para el aburrimiento, tampoco habría ocasión para que el aficionado recordara el amargo sabor de boca con el que acabó el partido ante el Deportivo.

El tan debatido gesto de Cancelo se borró de un plumazo, con cinco saques de esquina antes de los siete minutos. Los primeros minutos tuvieron la misma efervescencia vivida contra el Madrid, aunque sin tanta pulcritud en la eficacia.

El Celta, refugiado contra las cuerdas, leyó cuál era el partido que más le interesaba. Resistir sin perder el equilibrio y salir a la contra. Después de media docena de jugadas a balón parado a favor, el Valencia encajó el primer gol del Celta en la primera falta lateral que sobrevoló el área de Alves, con error garrafal del meta brasileño en la salida.

Fueron los peores minutos de la velada. El Celta seguía tirando contras cargadas de veneno, algunos jugadores locales, como el ansioso Orellana, veían amarilla por protestar. En el ambiente comenzó a pesar el aire plomizo, ya reconocible, de los partidos torcidos. Un contragolpe de Aspas salvado por Alves, con los pies, reprodujo el murmullo de inquietud, convertido en la banda sonora de esta época de decadencia blanquinegra.

El Celta se había aplicado muy bien en un arte, el de sobrevivir, pero sus merecimientos habían sido escasos para ir por delante en el marcador. El protagonismo real había sido de un Valencia que no tenía otra opción que no fuera la de persistir. Una virtud recobrada con el impulso natural de Simone Zaza.

Los análisis más fatalistas, han incidido en que el italiano es un delantero sin gol. Una verdad solo a medias y que, en todo caso, no debería suponer ninguna sorpresa. El de Policoro nunca se ha distinguido, salvo en alguna cesión en Serie B, por acumular un registro anotador alto. Pero esas características le han llevado a ser un jugador necesario y muy valorado, también a nivel de selección.

El gol no es la única vía con la que un delantero puede marcar diferencias. Zaza se hace imprescindible por su presión, por la fortaleza para bajar balones y generar ocasiones para los compañeros, por un carácter de hierro que despierta el ánimo alicaído del estadio.

Además de todo eso, que Zaza aplica de forma callada, anoche un perfecto control y taconazo hacia Cancelo desatascó el camino hacia el empate. Por allí apareció Cancelo, con los dientes apretados, decidido a que el partido fuera una oportunidad y no un castigo. Parejo entró con el dorsal del nueve para marcar y dibujar a partir de entonces, junto a su socio Carlos Soler, otro partido.

En la segunda mitad, el fútbol del Valencia fue más liviano y agradable. El equipo de Voro medía los hilos con las aperturas a banda de Parejo, en los pases en profundidad de Soler, en las carreras enrabietadas de Cancelo, que se ganó la reconciliación con recortes que eran coreados. En otra acción de tiralíneas, en la primera aportación de Toni Lato, que sirvió el gol hecho a Munir.

Tal era la entereza del Valencia que no sucumbió ni con otra de sus torturas habituales, con el levísimo penalti cometido por Soler sobre Aspas, que ejecutó fuerte y seco, inalcanzable para un Alves que completó su liturgia psicológica y llegó a adivinar la intención. El Valencia es el equipo más castigado en esta Liga desde los once metros (11 penaltis), y también en toda la historia del campeonato (374). Pero el partido de anoche tenía uno de esos latidos fuertes, que detectan al Valencia guerrero de siempre. Aguardaba el primer gran gol del nuevo ídolo.