Quique (Madrid, 1965), lateral de alma gitana que subía la banda como los brasileños, ahijado de Di Stefano, sobrino de Lola Flores, inevitablemente artista, valencianista desde niño, fue una pieza clave. Su conexión con Subirats fue mágica y marcó 9 goles. Uno de ellos, el que significó el ascenso ante el Recreativo de Huelva.

¿Cuál es la primera imagen que le viene a Quique a la cabeza de aquel año 86/87 en Segunda?

Es una imagen muy grupal. Recuerdo aquel año en términos de convivencia, de crecimiento, de juventud. Éramos un equipo muy nuevo, con mucha gente joven, con las pinceladas en la dirección de gente adulta como Arias, Sempre, Subirats... que de alguna forma nos marcaban el estilo. Recuerdo mucha juventud.

Ver al Valencia

Yo me hice aficionado del Valencia muy pequeño, con 4 o 5 años, cuando se ganó la Liga de 1971 con mi padrino, Alfredo di Stéfano, como entrenador. Para mí, la imagen del club siempre había estado asociada a la de una institución poderosa, con un ideal de grandeza, siempre cerca de los títulos, del Real Madrid y del Barcelona. Vi a jugadores como Quino y Valdez. Llegué a ver a Claramunt, Kempes, Bonhof, Solsona. Vi al Valencia ser campeón de la Copa, la Recopa y la Supercopa. Coincidí luego con compañeros que habían protagonizado esas gestas. Yo me vi en ese club, con esos grandes jugadores, y nos vimos caídos. Era evidente cuál tenía que ser nuestra misión, reencontrarnos como club y formar parte de su reconstrucción. Fue un privilegio participar de eso.

¿El golpe que supuso sufrir el primer descenso de la historia, con el tiempo, demostró ser una catarsis regeneradora?

No sé cómo era esa frase del «mal necesario», pero eso es lo que pasó. Fue un mal necesario. El Valencia llevaba ya demasiado tiempo al borde del abismo, jugando con fuego, en los límites de la precariedad... el Valencia estaba en un momento que nada tenía que ver con lo que había sido históricamente ese club. La forma de reaccionar tuvo que ser esa. Tuvimos que tocar fondo, la afición tuvo que asimilar el momento e impulsar al equipo con más energía, con más fuerza y mayor voluntad. Y esa fue la fórmula: gran afición, reorganización del equipo desde la juventud y la novedad. Con la dirección de Arturo Tuzón, ya se le dio orden a la institución.

Tuzón. La templanza, el raciocinio, el sentido de club. Un caballero del fútbol.

Fue vital. El Valencia pudo reorganizarse, pudo crecer, pudo cambiar e innovar porque había una persona con una seriedad enorme en la dirección. Hubo alguien como Tuzón, capaz de no cometer errores, de medir el gasto, de mantener la serenidad. Tuzón marcó claramente la línea de sobriedad que necesitaba el Valencia en esos momentos.

¿El ascenso fue como un título invisible?

Sin duda. Todos los éxitos posteriores cabalgaron sobre ese año. Si hubiésemos estado más tiempo en Segunda división, las cosas no habrían sido iguales. Es muy complicado bajar y volver a subir en un año. Es una categoría muy compleja. Pero se hicieron las cosas bien, se acertó con el grupo de futbolistas, el respaldo de la afición fue absoluto, la dirección sólida del club... todo contribuyó a que rápidamente saliésemos adelante.

¿Cómo fue la adaptación al hábitat de Segunda para un club aristocrático como el Valencia?

Había incertidumbre. No puedo negar que existía inquietud por saber cómo íbamos a reaccionar. Éramos muy jóvenes y nos adentrábamos en una categoría hostil. Quizá no éramos conscientes, por nuestra juventud, de la relevancia que iba a tener ese año en el resto de la historia del club y cómo ibamos a formar parte de la reconstrucción de una historia que nunca debió ir hacia atrás. Teníamos cierta inconsciencia juvenil, pero también un nivel muy alto. Casi todos hicimos carrera muchos años en Primera división, aguantamos muchos años en la institución y pudimos devolver al club a Europa.

Poco se ha valorado el sacrificio de una generación joven que ya tenía caché en esa época y podría haber elegido cualquier otro club y no quedarse en Segunda.

Pero es que no tuvimos ni dudas de quedarnos. Éramos muchos internacionales sub'21: Fernando, Giner, mi caso. Teníamos mucho futuro pero lo realmente bonito es que estábamos muy unidos, parecía que llevábamos juntos mucho más tiempo. Había una conjura clara de que rápidamente había que devolver al equipo al que era su lugar. Superamos las dificultades con solvencia, aunque hubo un tiempo de la temporada en el que recibimos muchas críticas por el juego, que enfadaban muchísimo a Di Stéfano. Pero al final casi siempre nos imponíamos y jugando muy bien, además.

Sobre Di Stéfano, Kempes y Claramunt me decían que en los 70 era un técnico muy táctico, de mucho método y pizarra ¿En los 80 tiraba más de motivación, carisma, sabiduría lunfarda?

Jamás le vi mover una ficha, jamás le vi escribir nada en la pizarra, jamás le vi hacer un planteamiento de partido que no pasara por la motivación o por hablar de fútbol o por hablar de nosotros mismos. No recuerdo a Alfredo Di Stéfano ni a Jesús Paredes, su preparador físico, hablar en términos tácticos. Jamás. Era un técnico absolutamente de olfato, de intuiciones, de experiencias.

¿Hay alguna anécdota que se pueda desclasificar?

Hubo muchas, pero deben quedarse en el grupo (risas). Fue un año en el que mezclamos la enorme responsabilidad que teníamos, pero con muchas situaciones que creaba el propio entrenador, y Paredes, con su carácter. De alguna forma eran muy serios, pero abrían también sus momentos cómicos, nos hacían partícipes de la broma. Tuvimos muchísima suerte de tenerlos a nuestro lado, siendo tan jóvenes. Sí que hubo muchas historias, que recuerdo perfectamente, pero prefiero que se queden entre nosotros. Cuando nos reunamos, nos vamos a reír mucho. Fue una temporada de gran responsabilidad, pero la aligeramos mucho con una gran convivencia, muy sana.

¿Los clubes necesitan verse asomados al abismo para recuperar fórmulas sensatas, que se olvidan en épocas de bonanza y prosperidad?

En aquel entonces no había controles económicos de la Liga y todo partía de uno mismo, del propio club. Se permitían gastos que no se podían sostener. Los clubes dependían mucho de las direcciones. Lamento mucho cuando un club tiene que caer en el pozo para levantarse y darse cuenta de la realidad. Aquel descenso sí que fue un destino final, que estaba cantado, lamentablemente. Pero sirvió para despertar conciencias y para que no volviera a repetirse en la historia del Valencia.