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Héctor Raúl

Héctor Raúl

Esta semana Cúper cumplía años. Sirvió de pretexto (ya ves tú qué excusa) para que renaciera una cuestión: la tensión fraternal no resuelta del valencianismo respecto a él. El entrenador de una gloria europea inexplorada que, sin embargo, queda relegado en la memoria sentimental. El sí, pero no. El tabú sobre el banquillo.

Aprovechando que el tiempo marcha y en nada estaremos a dos décadas del paso de Cúper, digo sí. Sí a su obra, sí a su compostura, sí a su textura de acero, alejado de empatías y discursos de entrenadores cuquis. Si los perros se parecen a sus amos y los buenos equipos a sus entrenadores, ese Valencia era capaz de ser reflejo de Cúper cuando le tocaba, adusto y sólido, hecho de cicatrices, al tiempo que se complacía siendo fresco y enérgico, veloz y épico. Un equipo repleto de matices y posibilidades.

En esa carrera de relevos que lanzó Ranieri para entregarle el testigo a Cúper y éste a Benítez, el argentino tomó las buenas intenciones, a un grupo con hambre conducido a la pelea, y lo amasó para soportar las tardes más frías, para ser bien rebelde ante los rivales más temibles.

Sus tics y taras evidentes se exageraron, su librillo fue quedando antiguo ante una hornada de entrenadores futuristas. El método Cúper, de Santa Fe, envejeció mal. Pasó de fotografiarse en las reuniones de mejores técnicos de Europa a vagar por países exóticos hasta dar su penúltimo golpe: Egipto al Mundial.

Los expertos más perversos tomaron una mínima parte por el todo y proyectaron la relación de Mestalla con Cúper como un escrache continuo, el coche zarandeado. Su conservadurismo quedó como impronta de la «legislatura», aunque algunos de los partidos más desenfrenados que recuerdo (las Champions de las goleadas) llevan la firma de su equipo.

Cúper como el personaje más complejo en aquella saga de entrenadores brillantes. Nada que ver con Benítez y Ranieri, hijos del éxito y los finales felices, inmaculados al punto de que con buen criterio decidimos que la segunda etapa del italiano jamás existió. Con Cúper, en su trayecto, el Valencia gozó en noches idílicas, toda una generación aprendió a vivir a golpe de fiesta y se creyó que el club siempre ganaba. Y a pesar de todo ello el entrenador quedó manchado por el malditismo. Las finales perdidas, las resoluciones fatalistas. En lugar de flor, cactus. Esos extraños golpes que entre ellos se dan el éxito y el fracaso cuando están tan próximos. Cúper es la pelota quedándose in extremis en la red propia después del mejor partido.

Su último día como epílogo: Rivaldo contorsionándose al acabar ante el pánico en los ojos de Pellegrino y Baraja, una sarta de maleducados en el palco haciendo aspavientos. El rivaldazo tumbando a UEFA a un equipo que tocó por milímetros su primera Champions. El luto de aquellas semanas lo hemos arrastrado durante años, nublando la mirada hacia Cúper, sin saber si era héroe, villano o todo lo contrario. Ya es hora de decirle sí.

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