Todo se conjura para que el Valencia gane hasta cuando peor juega. Ya son ocho victorias seguidas y tan solo ocho minutos por detrás en el marcador en todo lo que llevamos de Liga (esa extrañeza sucedió en el Bernabéu). Señal de un equipo muy fuerte mentalmente, acostumbrado a resistir contra los elementos.

Ayer fue una genialidad de Kondogbia, un disparo enroscado desde la frontal, la que cambió la dinámica de un partido mal jugado por los de Marcelino en Cornellà. Tan solo sostenido por las intervenciones del siempre sereno Neto y por la imprecisión en los remates de los delanteros pericos.

Marcelino arriesgó al dejar en el banquillo a Guedes, Carlos Soler y Zaza (cansados por sus compromisos internacionales) y volvió a salirse con la suya. El Espanyol se vació en esa primera hora sin resultados y, al pisar Guedes el césped, el cuadro de Quique entró en pánico. La capacidad intimidatoria del extremo portugués empieza a ser un arma que ya gestiona Marcelino.

Pese a que el choque lo remató al final Santi Mina, tras un error en el control de Víctor Sánchez, el VCF necesita un 9 de relevo de Zaza, mucho más tras conocer la lesión del delantero italiano.

El Valencia despachó un duelo muy incómodo por el parón para las selecciones, por la lesión de Zaza (un trozo de menisco fracturado que lo dejó ayer sin jugar) y por un Espanyol siempre huesudo y listo para dañarle a la contra.

La primera parte fue la que había imaginado Quique Flores: el Espanyol replegado y golpeando a la contra a un Valencia sin orden ni concierto. La mejor lectura que podía hacer Marcelino era irse con el empate en el bolsillo al descanso. Perdidos Kondogbia y Parejo en la medular, solo un par de arrancadas de Montoya hicieron pensar en alguna posibilidad de gol, desbaratada por un Santi Mina tembloroso con el balón. Cada contra iniciada por el VCF la estropeaba Mina con un pase al contrario que propiciaba, a su vez, un contragolpe del Espanyol.

Solo la solidez de Neto y los palos evitaron un par de goles del cuadro de Quique Flores en el primer periodo. Un disparo cruzado de Gerard Moreno golpeó en el poste derecho de Neto. Y un tiro enroscado desde el borde del área de Darder salpicó en el palo izquierdo. Los postes como aliados.

No le quedaba más remedio a Marcelino que reaccionar en el descanso. Pero el técnico no quiso señalar a nadie y siguió con el mismo 11. El juego siguió por el mismo camino: sin defender con criterio ni acabar ninguna jugada en ataque, con ganas de que entraran los Guedes, Soler y Zaza.

Expulsado Marcelino por protestar vehementemente cuando estaba en el suelo Murillo, entró Garay por el central colombiano, lesionado, y el VCF afrontaba el último tramo con un cambio menos. Eso sí, la presencia de Guedes tuvo un efecto inmediato sobre la moral del Espanyol: ya no atacó con tanta alegría.

Las piezas empezaron a encajar. Con Guedes en la izquierda y Carlos Soler por la derecha, Parejo y Kondogbia entraron por fin en calor. Los pilares del Valencia se sienten mucho más a gusto cuando a su lado hay dos pedazos de futbolistas como Guedes y Soler.

Temor en el Barça

Los 500 valencianistas desplazados a Cornellà disfrutaron del placer de ganar cuando peor juegas. Una invitación a pensar en que el Valencia volverá a golear cuando recupere la inspiración (o el equipo titular). La obsesión de Marcelino durante la semana había sido no encajar ningún gol en Cornellà (había recibido 9 de los 11 tantos a domicilio). Poco a poco, los números defensivos se van pareciendo al rostro de su entrenador.

A cuatro puntos del Barça, el Valencia tiene derecho a pensar en grande. Las cábalas le favorecen cuando gana un partido complicado ante el Espanyol. Los jugadores se sienten invencibles. Y las protestas de Piqué al ver la quinta amarilla ante el Leganés (se pierde la visita a Mestalla) sugieren el temor del Barça a este Valencia casi indestructible, capaz jugársela con el más pintado.