Desde la condición de eterno suplente, Jaume Doménech ha desarrollado, sin embargo, una condición intangible para la mayoría pero muy valorada en el vestuario: el carisma. Sin ser un dechado de virtudes futbolísticas, es un portero bendecido por la épica.

A ella se agarró anoche en Mendizorroza para detener dos penaltis de la tanda (a Pedraza y a Hernán Pérez) y llevar al Valencia a semifinales ante un Alavés verdaderamente glorioso. Fueron calcados: el meta de Almenara se estiró a su izquierda y rechazó el balón a media altura. Dos paradones.

La eliminatoria, un calvario para el Valencia y una fiesta para los vitorianos, dio un giro dramático en esa ronda de penaltis. El equipo de Marcelino solo fue mejor en la prórroga, cuando Rodrigo y Santi Mina tomaron el mando. Son los dos jugadores más reforzados por esta clasificación, del mismo modo que Vietto y Maksimovic salieron tocados.

El VCF jugó muy nervioso, impreciso en los pases y en los controles, sometido al ritmo del Alavés. El descontrol se acentuó con la lesión de Gabriel Paulista. A Garay le costó entrar en calor y cometió un penalti no señalado (desvió un balón con la mano) tras un fallo en la salida de puños de Jaume. El Valencia fue inocuo en ataque: ni un solo disparo entre los tres palos. Y a la cabeza de las imprecisiones, Gonçalo Guedes, empecinado en conducir el balón sin soltarlo cuando debía.

Kondogbia y Parejo sucumbieron en el centro del campo y la aportación de Maksimovic, otra vez titular como interior derecho, fue mínima. En este contexto, Vezo hubo de multiplicarse para frenar a Pedraza y a Ibai Gómez.

El Valencia entró muy blandito a la segunda parte. Parejo hizo un gesto con las manos, simulando un corte, para exigir a sus compañeros más compromiso en la presión. En esa molicie destacó Vietto, sustituido por Rodrigo.

La entrada del hispano-brasileño activó al VCF. El primer disparo llegó en el minuto 69: un tiro esquinado de Guedes, que precedió otra ocasión clara de Kondogbia al meter el interior de la zurda una dejada de cabeza de Garay.

Cuando mejor pintaba el VCF, Gayà perdió la marca de Munir y el hispano-marroquí se vengó de su exequipo con un cabezazo picado. La ambición condenó al Alavés al lanzarse a por el segundo. Parejo tiró una contra, la prolongó Zaza y la remató con frialdad la zurda de Santi Mina. El Alavés insistió y, en otro centro al área, se topó con el despeje con el hombro de Vezo: un regalo para el remate a bocajarro de Sobrino.

La prórroga cambió la dinámica. Martín Montoya tomó el tiempo añadido a toda máquina. Varias arrrancadas suyas evidenciaron el cansancio del Alavés. El VCF, ahora sí, se sintió superior y no quería los penaltis. Cuando estos llegaron, las caras de los vitorianos eran de felicidad. La tensión marcó el rostro de los valencianistas. Pero Jaume lo cambió todo. Su positivismo contagió a sus compañeros. Rodrigo, Santi Mina y Gayà lanzaron sus penaltis con calma y clase. Jaume pasa al imaginario del valencianismo.