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El apellido del nuevo

El apellido del nuevo

No es fácil triunfar siendo fichaje de invierno. Como el alumno que llega a clase con el curso empezado, no es sencillo encajar. En el aula, la mayoría de sitios están cogidos y, cuando llega la hora de salir al patio, lo normal es tener que almorzar solo. Como mínimo, la primera semana. Recuerden a Ralph Macchio en Karate Kid tras mudarse a California junto a su madre procedente de New Jersey. Si no llega a ser por Elisabeth Shue, a saber qué hubiera sido de él, marginado y perseguido por los violentos canallitas del Cobra Kai. La vida para los refuerzos que llegan a La Liga en enero es algo así. Sobre todo en equipos hechos, equipos importantes. Porque no es lo mismo firmar por un candidato al descenso y llegar como gran salvador para jugarlo todo que tratar de hacerse hueco en la estructura definida de un firme aspirante a participar en la próxima edición de la Champions League.

Francis Coquelin no ha necesitado la ayuda de nadie para convertirse en una pieza básica en el Valencia de Marcelino. A diferencia de Vietto, desenchufado desde la noche apoteósica contra Las Palmas, el todocampista francés ha caído de pie en el vestuario. Sí, todocampista. Porque ya ha jugado tanto el pivote como en ambas bandas de la medular desenvolviéndose con absoluta fiabilidad. Con balón, lo hace sencillo. Apenas pierde la posesión y siempre genera la impresión de tener un pase potable en la cabeza. Pero si por algo se caracteriza el gladiador procedente de Londres es por su extraordinaria capacidad de trabajo. Su juego sin balón, su primorosa habilidad tirando coberturas y ayudas al lateral, su agresividad bien entendida para ir a la pelota dividida le han convertido en indiscutible para partidos VIP como el del pasado sábado en el barrio de Nervión. Y de esos, créanme, habrá muchos la próxima temporada.

La pasada semana, el departamento de comunicación del club lanzaba una ingeniosa pieza en redes sociales en la que diferentes aficionados -como nos ha pasado a todos- trataban de pronunciar, sin demasiado éxito, el apellido de Francis. El vídeo concluía con la aparición aclaratoria del futbolista. La mejor evidencia del éxito del fichaje radica precisamente en la necesidad generalizada del entorno para articular el nombre de forma correcta. Si hubiera jugado dos ratitos desde enero, a nadie le preocuparía el asunto. Hoy todos sabemos quién es Coquelin. A diferencia de lo ocurrido con su apellido, su nivel de juego no provoca confusiones. Tendrá un sitio fijo en la plantilla Champions del Valencia.

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