Cuando empezó la pretemporada en julio, ni Dani Parejo ni Rodrigo Moreno partían en una situación de ventaja que les permitiera augurar que, nueve meses después, serían los líderes de un Valencia renovado y que contarían con opciones de disputar el Mundial. Parejo dudaba si irse tras consumir un ciclo largo salpicado de altibajos. Rodrigo era una incógnita después de dos años irregulares, la eterna etiqueta del coste de su fichaje y la inactividad provocada por la fractura de un tobillo. A los pocos días de concentración en Évian-les-Bains, Marcelino se apoyó en Parejo como interlocutor con la plantilla y a Rodrigo le daba libertad atacante entre la rectitud táctica del 4-4-2 que se esculpía en los Alpes.

Mestalla, que ha tenido fricciones periódicas con los dos jugadores, reconocía el merecido liderazgo adquirido por los dos futbolistas con una cerrada ovación en su sustitución frente al Alavés.

El triunfo de Rodrigo y Parejo es el de su calidad futbolística pero también el de su personalidad. En los momentos más bajos de las dos temporadas precedentes, fueron de los pocos jugadores a los que no les quemó la pelota y siguieron pidiéndola, a riesgo de equivocarse y aumentar las críticas. En declaraciones a Cope después del partido, Rodrigo reflexionaba sobre un periodo muy sufrido, que también le ha servido para madurar y, a la postre, ser un futbolista más completo: «Costé mucho dinero y se crearon expectativas muy elevadas. Ni el equipo ni yo funcionábamos. Han sido dos años malos y entendía las críticas. Nunca me puse del lado del victimismo, sino que trabajé para revertirlo y estoy orgulloso de haberlo conseguido».

El caso de Parejo es todavía más sorprendente porque su relación con Mestalla viene de más tiempo (fichó en 2011) y ha experimentado más desgaste. El centrocampista de Coslada ha tenido legiones de seguidores y detractores, que han ido fluctuando en función de sus picos de rendimiento. Con Marcelino, Parejo ha recuperado la finura mostrada en las etapas de Ernesto Valverde y Juan Antonio Pizzi, pero con una mayor regularidad e incidencia en el peso de un equipo del que es su gran brújula. Hoy goza de una unanimidad que valoraba así en la entrevista a Levante-EMV en diciembre: «Siempre he sido un jugador que no ha rehuido a nada. Siempre he querido la pelota, en los buenos y en los malos momentos. Es algo que creo que la afición ha valorado con el tiempo».