Esta antepenúltima jornada podría haber sido una de las más pirotécnicas de la historia de la Liga. El derbi gallego ejerció de telonero del derbi valenciano, pero ninguno de ellos se bañó en una verdadera urgencia. El Deportivo ya estaba matemáticamente descendido cuando pisó Balaídos, y las opciones de jugar Europa eran para el Celta remotas. El Valencia ya estaba matemáticamente en Champions cuando pisó la Cerámica, y las opciones de perder Europa eran para el Villarreal remotas. La pólvora de los derbis se usó en fuegos de artificio. El masclet en Vila-real se guardó para el final.

La velada transcurrió con esa lástima en la retina. Fue durante muchos minutos el partido del pudo haber sido pero no fue. Pudo haber sido un derbi de esos que tatúan afrentas en las pieles de los clubes, tan cerca de lo definitivo. Pudo haber sido una noche para Cheryshev, que se está jugando el billete al Mundial, pero el brío se le difuminó demasiado pronto al ruso. Pudo haber sido una noche épica, con el Villarreal obligado a exponerse si Rodrigo o Mina hubieran acertado frente a Asenjo en el tramo central de la primera parte; o si Neto se hubiera volcado por inercia en lugar de aguantar frente a Bacca como un titán, en el arreón final de la primera mitad. Pudo haber sido un sí pero no, un bueno sí pero tampoco demasiado, como fue el merodear amarillo hasta el minuto 86. Porque entonces, de pronto y sin avisar, lo que podía ser fue, y se acabó.

El crecimiento

Cuando Marcelino García Toral, el actual entrenador del Valencia, llegó al Villarreal, la carrera profesional de Mario Gaspar corría verdadero peligro. El lateral de Novelda no terminaba de cuajar en el carril diestro, tampoco en Segunda, pero con el asturiano en el banquillo creció de manera exponencial. Se adueñó del puesto en el tramo decisivo del campeonato. Fue titular por primera vez con Marcelino el último fin de semana de enero. Ya nadie le sentó. Jugó los veinte últimos partidos de la temporada completos, todos los minutos de todos los partidos, y solo perdió uno. Mantuvo después la misma regularidad en Primera y en Europa. De golpe ese lateral canterano que no valía para Segunda se convirtió con España en internacional.

Ayer, en el minuto 86, ese mismo Mario Gaspar era el capitán del Villarreal. Marcó el único gol del partido al prolongar de cabeza una falta lateral. La falta la botó otro hijo de Marcelino, que desde la banda y junto al banquillo visitante del Valencia debió de ver la vida burlona pasar.

La virtud

La falta la enroscó Manu Trigueros, que vivió un tránsito similar. Trigueros es uno de los escasos futbolistas españoles que sabe jugar desde cualquier perfil. Es su virtud: sabe jugar por dentro y por fuera, de espaldas o de cara, mandando en la creación o esperando en la mediapunta. Cuando estaba en el Villarreal C asombró al fútbol provincial al triturar él solo al Castellón en una matinal en Tercera. El joven Trigueros abusó en aquel duelo, partiendo desde la izquierda, apareciendo por todo el frente, machacando rivales en conducciones y cambios de ritmo, y además metió el único gol del partido. Pronto subió escalones junto a Julio Velázquez, su entrenador. Del C pasó al B y con el descenso al primer equipo. Ahí lo cogió Marcelino y Trigueros respondió. Retrasó su posición, amplió su abanico de recursos y creció y creció. Mario y Trigueros pasaron del filial a Segunda, de Segunda a Primera y de Primera a Europa. Todo con Marcelino, ganador de antemano con la plaza Champions, pero devorado a la vez por su legado.