Al valencianismo le daba pena que acabase la temporada, que se diese por concluido un año de humildad y reencuentro en el que la entidad y su entorno han disfrutado de volver a sentirse grandes. Por eso ayer los aficionados, los futbolistas y el cuerpo técnico quisieron alargar todo lo posible el desenlace. Era un mediodía soleado, sonaba la melodía de la Liga de Campeones y los jugadores, acompañados de sus hijos, daban la vuelta al campo recibiendo el cariño de su gente. La campaña próxima será otro desafío, con el atractivo europeo, pero nadie en la plantilla olvidará todo lo vivido y aprendido en este curso. Nadie quería irse de Mestalla, que soplaba 95 velas.

El partido era un trámite, pero dejó varias lecturas. Marcelino estuvo especialmente hábil en la elección de los cambios. Simone Zaza, en una ovación que llevaba implícita la súplica de que los tres, y el cuarto mosquetero Gonçalo Guedes, continuen en el equipo la próxima campaña. El club ya sabe las prioridades de la grada.

Con todos los interrogantes que penden sobre la configuración de la plantilla, entre los futbolistas cotizados y la necesidad de vender, en el duelo de ayer tocaba estar atento a la gestualidad de los jugadores. Pero nadie hizo un «Cancelo», arrancando a llorar desconsoladamante. En Zaza y Rodrigo, los futbolistas que tienen más posibilidades de salir, había más ganas de celebrar la temporada que no de anticipar ningún adiós. La recuperación competitiva del Valencia ha sido la de los dos jugadores. En enero de 2017, Zaza llegaba deprimido, con una sequía de ocho meses sin marcar, a un club en peligro de descenso. En ese mismo mes, Rodrigo, etiquetado como el protegido del proyecto Meriton, se rompía el tobillo y parecía que evaporaba toda posibilidad de ser importante en la entidad. Fue el mismo proceso de recuperación fulgurante de Parejo, Gayà o los fichajes que eran suplentes en Juventus, Arsenal, Inter o PSG. Después de participar de la reconstrucción, todos tienen ganas de disfrutar de la visión desde la cúspide. Se lo han ganado, lo merecen.

Una metamorfosis obrada gracias a Marcelino. Refugiado fuera del plano, fue Jaume Doménech el que incorporó al técnico a la fiesta, manteado por los jugadores y con la afición coreando su nombre. Desde Rafa Benítez, el primer Claudio Ranieri o Guus Hiddink que Mestalla no se encontraba con un entrenador-ídolo. Se le veía feliz en el reconocimiento. Eran pasadas las tres cuando el técnico abandonaba Mestalla y se veía obligado a bajar de su vehículo para firmar autógrafos. Marcelino Superstar. La armonía del domingo tuvo solo un momento de desencuentro, cuando la inmensa mayoría de Mestalla recriminó a la Curva Nord que cantase «A Segunda» al Deportivo.