M. V., Valencia

Miguel Vicente tiene 71 años y, a partir del próximo día 30, su única intención es "vivir y poder hacer todo lo que durante años he dejado a un lado", aunque para ello es preciso que abandone la que ha sido su profesión durante seis décadas: "sanador" de estilográficas. Desde hace más de medio siglo mantiene un minúsculo comercio en Periodista Azzati que, cuando cierre por jubilación, dejará huérfanos a cientos de coleccionistas, aficionados y gentes de letras. Y es que Miguel es, desde hace años, el único de su oficio que queda en Valencia y, prácticamente, en toda España.

Aprendió a reparar plumas -"un trabajo completamente autodidacta"- en casa, de la mano de su padre, que fue quien puso en marcha el negocio: Estilográficas Olber. El hombre era tipógrafo y empleado de la Editorial Prometeo, fundada por Vicente Blasco Ibáñez allá por 1914. Pero, sobre todo, era "un gran amante de las plumas", de las que se enamoró "en un viaje a Gandia, cuando vio una, le gustó y se puso a estudiarlas para acabar reparándolas".

Cuando Miguel cumplió 11 años empezó a trabajar con su padre "en la tienda que teníamos en Pintor Sorolla". Luego, "derribaron el edificio" y trasladaron el negocio a Periodista Azzati, donde continúa desde entonces. Pese a lo que pueda parecer, se gana la vida "magníficamente", pero no puede seguir con el comercio por falta de sucesión. Su hijo es arqueólogo y se dedica a ello, y el resto de aspirantes simplemente no existe. "Los he buscado porque quería traspasar el negocio, pero ya no hay gente que sepa de esto y menos aún gente joven", se queja.

Incluso se ha planteado echar mano de la idea de los comerciantes del Centro Histórico de crear bolsas de herederos para evitar la desaparición de las tiendas tradicionales, pero barrunta que "también será en vano".

"¿Que se jubila?", pregunta extrañado un cliente al escucharlo. "No lo haga, hombre. ¿Qué vamos a hacer cuando se vaya si no hay nadie más que arregle las estilográficas y los bolígrafos", protesta. "Pues a Barcelona o a Madrid, no hay otra", se sacude Miguel.

Y es cierto. A partir del último día del mes, el destino de todos los que quieran reparar sus plumas será acudir a "los dos o tres comercios que aún quedan" en ambas ciudades o, como mucho, a la casa matriz, "caso de tenerla, porque depende del fabricante", explica Miguel mientras busca un recambio apropiado para un bolígrafo falsificado de Montblanc que ha reconocido sin ni siquiera tenerlo entre sus manos. "Vaya, no encontraba nada -se alegra el cliente al dar con la solución-¿Que se jubila? No jo...robe. Pues deme cinco recambios más", le apremia.

Récord de ventas en Valencia

A pesar de la excelente puntería que Miguel muestra a la hora de reparar y hallar remedio a cualquier problema de las estilográficas, lo que de verdad le gusta es venderlas. "Es lo mejor: trabajo menos y gano más", se ríe. Y no puede quejarse. Durante años ha sido uno de los establecimientos que más plumas ha vendido de Valencia -si no el que más-, por encima de las grandes almacenes y de las tiendas abiertas por las propias marcas.

Su récord está, no obstante, en 5.950 euros por una Montblanc "preciosa" que se llevó "un cliente que es coleccionista", otro asiduo a su comercio. Y son muchos. Entre sus parroquianos se cuentan personajes como "el ministro Jordi Sevilla" o, ya de otra época, Ricard Pérez Casado, que "venía a menudo cuando era alcalde porque, claro, le quedaba al lado". Y, por supuesto, las generaciones enteras de valencianos que a partir de los 60 acudían a él "para reparar, porque entonces no había dinero para comprar", y los que entran a su tienda ahora, que se lo "comprarían todo".