El Museo Taurino de Valencia ofrece estos días y hasta el próximo 5 de julio la oportunidad de conocer la historia de la Plaza de Toros de la ciudad, un símbolo arquitectónico y urbanístico y un testigo privilegiado de la vida de los valencianos. Además de corridas de toros, sus muros, no siempre bien tratados, han soportado acontecimientos culturales, exaltaciones patrióticas e incluso campos de concentración, batallas que ha ido ganando una tras otra hasta consolidarse como un icono incuestionable.

En realidad, la plaza nace como un reclamo social. Que se tenga constancia, la ciudad de Valencia venía celebrando festejos taurinos desde el año 1085, siempre sin espacio fijo y a base de cadafals, construcciones de manera que se disponían en la Plaza del Mercat, la Plaza de Tetuán o el llano de Zaidía a modo de ruedo.

Sucedió así hasta finales del siglo XVIII, cuando la afición era tal que las plazas desmontables no eran suficientes y nacía la ilusión de una plaza fija. Según Francecs Cabañés, director del museo y comisario de la exposición, había, además, problemas de orden público, pues la gente no estaba segura en los cadafals y estos se utilizaban para entrar en las casas a robar. Por último, el sistema de montaje no permitía ruedos redondos y hacía más peligrosa la lidia.

El impulsor de esa primera plaza fue el intendente Urdaniz, quien en 1798 encargó a los arquitectos Claudio Bailler y Manuel Blasco levantar una plaza fija, mitad mampostería, mitad madera, extramuros de la ciudad, junto a la puerta de Ruzafa. Aquella plaza tenía 74 metros de diámetro y una circunferencia de 334 metros.

La guerra con los franceses

Pero apenas duró unos años. Su ubicación junto a la muralla de la ciudad la convertía en un peligro para la seguridad de la misma y una facilidad para los combatientes franceses, así que en 1808, en plena ofensiva napoleónica, las autoridades decidieron derribarla. Como los primeros obreros abandonaron la obra de inmediato fue el pueblo quien la tiró al suelo "con maromas y animales de tiro".

Pasada la guerra, volvieron las corridas ambulantes y las plazas desmontables, hasta que en 1850, viendo el gobernador Melchor Ordóñez el deterioro de las instalaciones de la calle Quart, recuperó el proyecto de plaza fija y le encomendó el proyecto al arquitecto Sebastián Monleón Estellés.

Era una plaza colosal, con 462 metros de diámetro, 86 de altitud y "cabida para 20.000 almas". Pero tampoco fraguó. Los siempre presentes problemas de seguridad para la ciudad, la falta de presupuesto y la epidemia de cólera de 1854 aconsejaron rebajar las pretensiones y hacer una plaza con 108 metros de circunferencia, albero de 52 metros, 17 metros de altura y cabida para 14.00o personas.

El incendio de 1946

Ese proyecto se inauguró primero en 1859 y definitivamente en 1861 con una corrida de Antonio Sánchez El Tato, dando por buena la inversión de tres millones de reales que había sido necesaria. Era el proyecto definitivo, la plaza actual. A partir de ahí el coso de la calle Xátiva ha sufrido numerosas restauraciones. En los años posteriores se fueron construyendo los corrales, en el año 1908 se instaló un tendido eléctrico con una potencia de 40 watios para celebrar espectáculos nocturnos; en 1929 nace el Museo Taurino y en 1946 hubo que reconstruir una amplia zona de la cara norte destruida por un pavoroso incendio.Al parecer, el fuego de unos vagabundos destruyó "el espacio comprendido entre el graderío de los palcos y el forjado del primer piso, por encima de los tendidos 8 y 9", decían las crónicas de la época.

El último lavado de cara se hizo en los años 60, en pleno esplendor de la lidia. El arquitecto Luis Albert firmó un proyecto que consistió en reducir el ruedo a los 51,40 metros para ganar barreras; cambiar los asientos de madera por cemento; ampliar los vomitorios y reformar los baños. Además, se retiró la valla que separaba la plaza de las calles Xàtiva y Alicante, liberando un espacio diáfano que realzaba la monumentalidad del edificio. También allí se construyeron las taquillas.

El resto de reformas han ido encaminadas al cumplimiento de las normas de seguridad y en la actualidad, la Diputación de Valencia, propietaria del coso taurino, prepara una nueva rehabilitación de los elementos más deteriorados. La historia continúa.

En su siglo y medio de vida, el coso de la calle Xàtiva ha vivido innumerables momentos de gloria y ha sido escenario de alguna tragedia histórica. A falta de espectáculos de masas como el fútbol, miles de personas acudían a la plaza para asistir a actos políticos, fiestas regionales, competiciones de hípica, conciertos de bandas y, por supuesto, corridas.

El 22 de mayo de 1898, por ejemplo, se celebró la llamada "corrida patriótica", organizada por las autoridades de la ciudad para subir el ánimo del pueblo tras la pérdida de las últimas colonias americanas.

Y en el apartado de acontecimientos estrictamente taurinos, se recuerda la despedida de lagartijo en 1893, la "corrida del siglo" en 1945 con Parrita, Arruza y Manolete; la alternativa de Curro Romero en 1959 o el indulto del toro Harinero en 2006. También Enrique Ponce inició aquí su carrera de matador en 1996.

Pero como en todo edificio público, no podía faltar un episodio negro. Durante la Guerra Civil la plaza de toros fue utilizada como campo de concentración, fusilamientos incluidos. En aquellos años la gente atravesaba sus puertas para llevar comida a los presos o para recoger a sus muertos.