Cualquier plato caliente que nos podamos imaginar puede ser también compatible con el verano y, convertido en helado, refrescar nuestro paladar. Por ejemplo, un cucurucho de boquerones con vinagre, una de las últimas propuestas que ha lanzado una de las heladerías de la cadena familiar Llinares, situada en la plaza de la Reina. La innovación y la creatividad forman parte de la filosofía de vida del comercio, que, con una gama de más de 1000 tipos de sabores distintos, ofrece, desde helados de whisky con limón para los mayores, hasta tarrinas de golosinas con peta-zeta, para los más pequeños. Como no podía ser de otra manera, la familia propietaria proviene de Xixona, tierra del turrón y el helado.

En 1930, Sebastián Llinares supo que su pasión eran los helados, y comenzó a arrastrar carros repletos por las calles del pueblo. Cuando su hijo, Félix,cogió el testigo, comenzó a presentarse a numerosos concursos y a crear nuevos sabores hasta entonces inimaginables, "uno, para cada día del año", es uno de sus eslogans. Los primeros jugaban con la mezcolanza de contrastes dulce-salado.

A partir de ahí, se abrió la veda, y empezaron a salir al mercado helados como el Fallero (calabaza con chocolate), el de tortilla, el de salmón o uno de los más exitosos, el Titaina (con pisto de empanadilla). Al cabo de un tiempo, aparecerían también los helados terapéuticos, que combinan diversas hierbas de infusiones para producir efectos saludables en el organismo. Está el helado para dejar de fumar, el que facilita las erecciones, el afrodisíaco o el que suprime el dolor de cabeza. Para aumentar esa salubridad, en lugar de glucosa se usa fructosa: una sustancia similar, aunque extraída de la fruta.

Pero los que más triunfan son los que imitan el sabor de un mojito, de un gazpacho o de una fabada. Según Paoli Cosso, dependienta del establecimiento del centro de la ciudad, "para que a uno le gusten dichos sabores, a los que estamos poco acostumbrados, no hay que tomarlos como helados, sino más bien como aperitivos fríos". Precisamente, el proceso de creación consiste en traspasar las propiedades y sabores de un alimento que se come a 19 grados de temperatura a los menos 12 con los que se elabora un helado. "Mucha gente se sorprende al probar su tarrina y hallar un sabor a tortilla de patatas", prosigue Cosso. Por lo general, los clientes suelen ir a los sabores seguros, pero también existe un gusto por la novedad, y "el boca a boca hace mucho", asegura Cosso. "Al final, muchos vienen cuando se enteran de que hay un sabor nuevo en la tienda".

Aunque las ventas han decrecido durante la crisis económica ("ahora piden tarrinas más pequeñas"), la dependienta del establecimiento admite un éxito creciente con una propuesta innovadora y atrevida que, día a día, gana más adeptos, gracias a los nuevos sabores conseguidos.