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Nadie quiso perderse ayer la primera sesión del Tribunal de las Aguas después de haberse convertido, apenas 24 horas antes, en Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. La puerta de los Apóstoles de la Catedral de Valencia estaba abarrotada mucho antes de las 11 de la mañana (el consejo se celebra los jueves al mediodía) y, conforme avanzaban los minutos, el público invadía más de la mitad de la plaza de la Virgen. Tal era la expectación.

Poco antes de las doce empezaron a sonar los primeros aplausos de aquellos que, entre el maremágnum de gente, lograban ver a alguna de las personalidades -el presidente de la Generalitat, Francisco Camps; la consellera Trinidad Miró; o el primer teniente de alcalde, Alfonso Grau, entre otros- que ayer se dieron cita en el milenario tribunal para festejar su nueva consideración internacional.

Finalmente, puntual como siempre ha sido desde que nació en época andalusí, dio comienzo la sesión entre el fervor del público, que palmeaba, abrazaba y tocaba a cada uno de estos "jueces" en su breve paseíllo desde la Casa Vestuario hasta la puerta de los Apóstoles. La escena semejaba más la alfombra roja de un estreno cinematográfico que la apertura de un tribunal integrado por agricultores con una media de edad de 70 años.

Y, como viene siendo habitual, su escenificación apenas se prolongó más allá de cinco minutos -el tiempo justo para que el alguacil llamase a los posibles, e inexistentes, denunciantes de cada acequia- debido a que no había ninguna demanda que dirimir.

A los valencianos que allí se habían congregado no les sorprendió excesivamente, pero los turistas (sobre todo los extranjeros, en su mayor parte aficionados del Génova FC, que ayer jugó contra el Valencia CF) se quedaron boquiabiertos de lo efímero de la sesión en comparación con el tiempo que llevaban aguardando en pie.

Inactividad con motivos

La falta de causas sobre las que dictaminar es ya algo común en el Tribunal de las Aguas. De hecho, en torno al 99% de los problemas que surgen en los canales no llegan nunca a ser debatidos en la milenaria institución. El motivo es sencillo: "Para los dos regantes que participan en el juicio es una vergüenza acabar aquí -explica Vicente March, síndico de la acequia de Xirivella- porque supone que se pongan en entredicho sus actos y su honradez". De hecho, es común que los labradores que hayan tenido que visitar el tribunal, "nunca jamás vuelvan a hablarse públicamente", añade Francisco Almenar, representante de los canales de riego de Benáger y Faitanar.

"Hace al menos medio año que no enjuiciamos nada", confirma José Comos, síndico de la acequia de Favara. Es más, el promedio de causas que asiste el organismo no pasa de "2 ó 3 al año", indica Almenar, quien señala el mes de febrero como "la última vez que hubo juicio". En aquella ocasión, la acusación se debió a una "ocupación con obra de la acequia de Tormos" y tanto el denunciante como el denunciado fueron hallados "culpables". Como siempre, ambos acataron la sentencia.

Ha habido casos, no obstante, en los que el condenado se ha negado a aceptar el fallo del tribunal. "Hace cuatro años -relata Almenar-, el agricultor dijo que no pagaba y, tras tres avisos, se le comunicó que se le embargarían bienes". Al día siguiente abonó lo que debía.

En otras ocasiones, el comportamiento de los regantes carece de toda lógica para los "jueces", como cuando un labrador fue denunciado por arrojar malas hierbas a la acequia de su vecino. La mediación del síndico -paso previo e indispensable al juicio-no tuvo ningún efecto y, al llegar a la causa en la puerta de los Apóstoles, el denunciado aceptó la acusación sin rechistar. ¿Por qué? "Porque quería ser parte de una sesión, ni más ni menos", recuerda asombrado aún Francisco Almenar.

La diplomacia de los "jueces"

Pero esto no es usual. Lo común es que el síndico, al saber de una denuncia, concierte una cita conjunta con ambos en la que todo se solucione. "Para nosotros tampoco es agradable que se llegue a juicio porque dice poco de nuestra intercesión -cuenta Lorenzo Hueso, representante del canal de Quart- . Lo normal es quedar a comer con ellos y, a la hora del café, ya suele estar todo resuelto porque es frecuente que se trate de cosas leves".

Así ha sido durante siglos y "así seguirá siendo gracias al nuevo reconocimiento de la Unesco", dice Blas Almenar, representante sustituto de la acequia de Tormos. "Esto es muy grande -describe-, sobre todo porque garantiza la pervivencia de algo que, pese a los cientos de años transcurridos, sigue vivo y activo... que ya es mucho para los tiempos que corren".