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La orden de paralización del plan especial del Cabanyal dictada por el Ministerio de Cultura ha reabierto el debate sobre la prolongación de la avenida de Blasco Ibáñez hasta el mar, una operación de «sventramento» que arquitectos y urbanistas consideran trasnochada. Lo que algunos se preguntan es si, al margen del empeño personal de la alcaldesa Rita Barberá por completar la avenida, existe una causa urbanística mayor que justifique que este eje debe acabar en la playa y no donde lo hace ahora. Máxime cuando ya están las avenidas del Puerto, la de Francia y la de Tarongers para conectar la ciudad con el mar. Uno de los argumentos esgrimidos por el ayuntamiento es que el Cabanyal, que fue declarado Bien de Interés Cultural en 1993, «es un barrio de callejuelas mal aireado».

La de Blasco Ibáñez no sería la única avenida que se ha quedado a medio hacer en Valencia. La avenida del Oeste, origen de la actual avenida Barón de Cárcer, y la del Real son dos antecedentes. Los excesos urbanísticos que suponían, su elevado coste económico, la falta de inversores y la guerra impidieron culminar ambos proyectos. Los Santos Juanes, el Mercado Central, la torre de Santa Catalina y hasta la Lonja de la Seda, declarada Patrimonio de la Humanidad, estuvieron en el punto de mira de las grandes avenidas propuestas por Luis Ferreres (1891), Federico Aymamí (1911) y Javier Goerlich (1928).

El plan Aymamí fue la primera gran obra de reforma interior que se planteó en la centro histórico de Valencia. La ciudad vieja, de trama medieval y calles estrechas, insalubre y altamente densificada tenía a principios del siglo XX mala prensa. Construir amplios bulevares que conectasen espacios o monumentos representativos daba prestigio a las ciudades. La Academia de Ciencias Morales y Políticas instó a las autoridades locales a promover reformas interiores y ensanches para dar respuesta a la creciente necesidad de vivienda vinculada a la industrialización.

Siguiendo la estela de París y Roma, el plan de Aymamí planteaba la apertura de una avenida de 25 metros de ancho con arranque en la plaza de San Agustín y final en el puente de Serranos. Fue bautizada como avenida del Oeste. Cruzaba el antiguo barrio islámico, derribaba varios palacios góticos y bordeaba peligrosamente la iglesia de los Santos Juanes.

Para rematar su propuesta, Aymamí dibujó una avenida perpendicular, casi el doble de ancha que la anterior. La denominó avenida del Real y nacía en el puente del mismo nombre buscando la calle de la Reina que se transformaba en una gran plaza.

El plan de Aymamí fue retomado en 1928 por Javier Goerlich, que renunció a la avenida del Real por considerarla demasiado ambiciosa pero mantuvo, con ligeras variaciones, el trazado de la avenida del Oeste. El nuevo eje, sin embargo, no se empezó a construir hasta después de la Guerra Civil. La avenida nunca llegó a culminarse y se paró a las puertas del Mercado Central.

El Paseo al Mar auspiciado hace 145 años por Blasco Ibáñez sigue esperando el momento de ver su culminación. Necesaria o no, lo que pocos arquitectos y urbanistas discuten es que la gran avenida de 48 metros flanqueada por edificios de cinco alturas proyectada por el equipo de gobierno de Rita Barberá no es la mejor solución urbanística. El Colegio de Arquitectos de la Comunitat, que es partidario de acabar la avenida, asegura que en la elaboración del Pepri del Cabanyal no se tuvieron en cuenta las «numerosas variables» existentes para permitir un encuentro fluido de Blasco Ibáñez con el mar.

El urbanista catalán Oriol Bohigas calificó en su día de «horterada» la operación. A su juicio, el «sventramento» o apertura de grandes bulevares en núcleos consolidados es «un buen procedimiento siempre que el barrio esté tan estropeado que no tenga otro remedio». La vía Laietana de Barcelona y la Gran Vía de Madrid son ejemplos de esta técnica, pero para el Cabanyal, Bohigas aconsejaba una operación de esponjamiento o de microcirugía urbana, planteando derribos selectivos pero nunca hasta llegar a las 1.650 viviendas derribadas que prevé el ayuntamiento. En la misma línea y con motivo del debate sobre la reordenación del frente marítimo se han expresado arquitectos de la talla de Jean Nouvel.

Entre los detractores de la prolongación de Blasco Ibáñez está el arquitecto y concejal socialista Vicente González Móstoles. Él participó en la redacción del PGOU de 1988 que fijó como irrenunciable la conexión de Blasco Ibáñez con el mar. Móstoles admitió que entonces se optó por dejar diferida la solución urbanística y con ello se pasó la patata caliente a los gobiernos futuros, pero insiste en que nunca se planteó derribar el barrio. Se estudiaron distintas opciones como una prolongación en peine o en herradura aprovechando el viario principal existente. Móstoles asegura que la prolongación de Blasco Ibáñez es un «modelo obsoleto». «Es como si alguien se planteara ahora completar la avenida del Oeste».