La petición parecía sencilla: Una habitación doble en un albergue para que Adriana Turuelo -transexual de 24 años- y su madre, Mari Paz Argüera, pudieran dejar de dormir en al calle. Sin embargo, madre e hija han tardado tres meses en conseguir su objetivo. Adriana prefería pernoctar en la estación de autobuses antes que compartir habitación y aseo con otros hombres ya que en su DNI figura su nombre original (Juan Daniel) y en los albergues municipales separan a las personas por sexos. "No estoy dispuesta a que me vejen otra vez. No quiero dormir en un albergue de hombres", manifestó la joven a Levante-EMV.

Tras un periplo de meses -con viaje de ida y vuelta a Madrid incluido, en un intento de dar un rumbo nuevo a sus vidas- las dos mujeres se encontraron exactamente en el mismo punto de partida. En Valencia, sin dinero y sin alojamiento. Hasta ayer.

El Ayuntamiento de Valencia -mediante la concejalía de Bienestar Social que dirige Marta Torrado- consiguió que el Centro de Ayuda a los Sin Techo (CAST) iniciara el expediente de Adriana y les proporcionara una habitación doble en la Casa de la Caridad. El encuentro tuvo lugar ayer, a pesar de que estaba previsto para el día 21 de junio.

De esta manera, Adriana y su madre Mari Paz descansaron ayer bajo techo, y tranquilas, por primera vez desde hace meses. Sin embargo, esta situación es transitoria ya que en la Casa de la Caridad -como en el resto de albergues municipales- las plazas son temporales y el alojamiento se va renovando tras el pertinente seguimiento por parte de los Servicios Sociales. Eso sí, madre e hija ya están dentro "del sistema" y cuentan con el expediente de seguimiento abierto. Y es que Adriana y Mari Paz afirmaban que, sin un lugar donde asearse, "es imposible conseguir trabajo". La joven tiene experiencia como teleoperadora y como dependienta. Su madre, por su parte, ha trabajado en el cuidado de ancianos.

La Casa de la Caridad, además, es el único albergue mixto de la ciudad que cuenta con habitaciones familiares. Eso sí, conseguir una plaza -y mantenerla- es casi una misión imposible.