Es julio del tormentoso 1937. Un tren se detiene en la Estación del Norte, tras atravesar las maltrechas y mil veces bombardeadas y reparadas vías de la entrada. Un hombre de mirada clara, ligeramente enloquecida, frente despejada y vestido con pantalones de pana y espardeñas pone pie en tierra. Nada más hacerlo añora el momento en que, en unos días, pueda volver a coger el tren, esta vez hacia el sur, su sur, esa Vega Baja que ama y añora a partes iguales y en la que le aguarda su Josefina Manresa, con quien se acaba de casar. Se trata de un escritor conocido, un poeta alabado por su "El rayo que no cesa" y por su excepcional "Elegía", está en uno de sus mejores momentos. Entre viaje y viaje al frente con el Quinto Regimiento del PCE, ha sido invitado al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura que se va a celebrar en los próximos días en Valencia. Como el resto de escritores, Hernández recorre las calles de la ciudad, continuamente sacudida por bombardeos sorpresa, por el ulular de las sirenas y por el tableto de las baterías antiaéreas, como apunta José María Azkárraga, autor de "Valencia y la República. Guía Urbana 1931-1939". Subiendo por la avenida Salmerón (Marqués de Sotelo) hasta la plaza de Emilio Castelar (del Ayuntamiento), el poeta gira en la de la Región Valenciana (de la Reina) y enfila la calle de la Paz. Allí, en el número 42 se alza lo que será su alojamiento los próximos días: la Casa de la Cultura, hoy el Hotel Palace. Allí, enviados especiales, periodistas, escritores y, en definitiva, grandes figuras de la intelectualidad republicana pasan el tiempo libre o, mejor dicho, el poco tiempo que les queda cuando no están en las tertulias del Ideal Room, situado en la esquina de la calle de la Paz con Comedias. Por las salas del Ideal Room pasan escritores de la talla de Rafael Alberti o Ernest Hemingway... incluso, escucha ilusionado el joven poeta, el gran Antonio Machado se pasa por el local cuando no está en Villa Amparo, en Rocafort. Miguel Hernández también acude a las tertulias del café. Esteban Salazar Chapela, diplomático malagueño que pasó en Valencia parte de la guerra, describió entrar al Ideal como hacerlo "en en la Granja, en el Lyon o en el Regina, cafés literarios y artísticos madrileños, a la vez, pues en el Ideal Room se encontraban siempre elementos de las peñas de todos ellos". Allí pasa Hernández las tardes, entre el humo de los cigarrillos y el sonido apagado de los lápices sobre el papel.

Miguel aprovecha su estancia en Valencia para visitar un par de sitios que ha de conocer. Acude a la avenida de Pablo Iglesias número 12, actual María Cristina, donde se ubica la redacción de "Hora de España", la revista republicana más importante de la época y con la que él colabora. Además, también callejea por el centro de la ciudad hasta llegar a la calle Trinquete de Caballeros, 9, donde tiene su sede la Alianza de Intelectuales Antifascistas en Defensa de la Cultura.

Pero Hernández también tiene tiempo para pasear por la huerta valenciana y para ordenar en su cabeza todo lo que ha visto en esos meses en el frente. Convencido de que la guerra aún se puede ganar, pues él como nadie ha visto el valor en estado puro que encarnan los milicianos, acaba de componer "Viento del pueblo" y lo lleva a la calle Avellanas, 9, muy cerca de la sede de la Alianza, donde se localizan los Talleres de Tipografía Moderna, que él conoce porque son los que imprimen también "Hora de España". De natural despreocupado y alegre, Hernández aprovecha para ir a la playa de la Malvarrosa y recorrer los alrededores de la ciudad, aunque acude puntual al Congreso que se celebra unos días más tarde -bombardeo incluido la noche anterior- y en el que interviene como firmante de la ponencia general.

Hernández volverá a Valencia en unos meses, cuando le designen para viajar a Moscú con una delegación de la República. Pero ahora, sentado en el Ayuntamiento de Valencia, no sabe nada. Tampoco sabe que, en menos de un lustro, añorará como nadie ha añorado nunca la ciudad porque a unos kilómetros de ella se alza el sanatorio de Porta Coeli, donde pide el traslado cuando una grave afección respiratoria le impedía respirar. Ese traslado no llegó, y acabó muriendo una fría mañana de marzo de 1942 en Alicante.

Valencia quedaría, para él, como algo más que un viaje anecdótico. Como para muchos republicanos, encarnó la última esperanza, sumando a ello el detalle de Porta Coeli. Nunca la olvidó, y quizá, en sus últimos momentos, recordara la época en que fue el corazón de la España por la que vivió, luchó y murió.

Por las noches, a El Ballenato, en Torrent

Por las noches, Miguel Hernández coge un coche y viaja hasta Torrent, donde según el periodista Francisco Agramunt, en la conocida como Posición Pekín, un cuartel general del ejército de Levante, tiene lugar una tertulia de intelectuales valencianos conocida como El Ballenato. En esos encuentros se recuerda la guerra y todo lo que han visto en ella, pero también se debate sobre arte y literatura. Los historiadores no confirman este hecho.