Juan José Estellés (Valencia, 1921) recibe a Levante-EMV en su casa, en un salón vestido con muebles de artesano, obras de arte contemporáneo y libros -lleva entre manos uno del historiador Eric Hobsbawm-. Desde el retiro, a sus 89 años, asegura que está conforme con lo vivido. Atrás quedan experiencias amargas como la Guerra Civil.

¿Empezar desde la base, como escayolista, le dio otra dimensión de la profesión?

Siempre quise ser arquitecto. En la guerra fue voluntario de la República y cuando acabó me metieron en la cárcel un año y medio. Al salir, me puse a estudiar la carrera de Arquitectura que entonces se empezaba con dos años de Ciencias Exactas. Para pagarme la carrera me puse a trabajar en decoración. En mi familia había grandes tallistas de madera y escayola, mi abuelo fue un gran decorador de iglesias. Fueron años difíciles porque trabajaba por el día y estudiaba por las noches.

¿Cómo le marcó la guerra?

La guerra es siempre desagradable, muy antipática y con situaciones violentas. Había que tirarse el mundo a la espalda. La cárcel fue lo peor. Al final, acabé fumigando colchones y ropa por el tifus.

¿El maridaje de la arquitectura con el urbanismo y el paisajismo se ha intensificado por la crisis?

Yo trabajé mucho en la arquitectura y me fijaba mucho y leí cosas de urbanismo pero no me tentó ni hice ningún esfuerzo por hacer urbanismo. Me gustó más la parte de edificar y restaurar. En los años 70 hubo una crisis muy importante. Casi todos mis clientes se fueron. Hasta entonces había tenido una situación muy desahogada, con muchos clientes y algunos encargos extraordinarios como el campo del Levante UD. A partir de la crisis, me quedé con muy pocos clientes, pero me empezaron a salir trabajos de restauración, como el teatro romano de Sagunt y la iglesia de los Santos Juanes. Eso también está ocurriendo ahora.

¿Lo que hicieron en el teatro romano no se entendió?

Lo que quedaba allí no era el teatro romano. Había sido expoliado y se habían llevado muchas piezas para construir edificios como San Miguel de los Reyes. Antes, en la Guerra de la Independencia, se ordenó por necesidades defensivas derribar dos torres del teatro y la escena, de la que no quedó casi nada. Yo trabajé en la dirección no proyecté y sí me gusta el resultado.

Es firme defensor del racionalismo, de los edificios útiles, que funcionan ¿no debería ser éste el principio inspirador de todos los arquitectos?

Los arquitectos que tomamos en serio la arquitectura, en general, somos racionalistas. Giorgio Grassi [coautor de la restauración del teatro romano] es un gran racionalista.

¿Y Santiago Calatrava?

Calatrava no es racionalista. No quiero decir que no sepa de matemáticas, que también es un racionalismo, porque los edificios que construye son unas estructuras complicadas y atrevidas y si no fuera racionalismo se estarían cayendo una detrás de otra. Lo que pasa es que la arquitectura no es ese racionalismo.

¿Algún ejemplo concreto?

El Museo de las Ciencias Príncipe Felipe no necesita aquella manera de sostenerse. Necesita una red de comunicación para que la gente entre por una o dos puertas y salga por otra y lo haya visto todo. La primera vez que vas al museo no sabes bien por donde se entra. Calatrava hizo una puerta magnífica, de medio punto, digna de un edificio que es un capricho, pero tan complicada que no se abre nunca. El palacio de Congresos de Norman Foster sí es racionalista. Tiene tres salones de reuniones que dan a un pasillo que con un personal limitado puede atender a la vez a los que van a los tres congresos sin interferencias. Es un edificio que funciona muy bien.

Se posicionó en contra del derribo parcial de la Tabacalera ¿Le gusta el resultado final?

No he vuelto por allí desde que empezaron a tirar. Con estas personas qué vas a hacer. No se puede hablar con ellos. La Tabacalera cuando se construyó para la Exposición de 1909 era el edificio central, donde estaba la organización. Es un edificio muy bien hecho, muy racionalista, que permitiría hacer muchas cosas. La Universitat de Valencia planteó hacer allí una prolongación del campus. Es un edificio muy útil por sus distribuciones, que son muy lógicas, porque las escaleras están en su sitio y los pasillos están en su sitio y las cosas no se entorpecen las unas a las otras. Aquello lo hizo un arquitecto que sabía hacer fábricas, y fábricas complicadas.

Usted diseñó el campo del Levante en Orriols que ahora se derribará para hacer viviendas

Antes del estadio se proyectó allí una plaza de toros. Llegué a hacer el boceto, pero la idea fracasó. El campo de fútbol tuvo muchos problemas. El primero es que hubo que moverlo porque invadía una rotonda y al desplazarlo al otro lado cogió en una esquina un campo de alcachofas. Mis clientes me dijeron que proyectase que no habría problemas que al final el agricultor, que pedía una animalada por el "carxofar", cuando viera que aquello se empezaba a levantar vendería y ellos lo comprarían costara lo que costara. No fue así y tuve que construir el campo con un bocado en una esquina. Los promotores y el club me engañaron.

¿No es su obra predilecta?

Bueno, se hizo lo que se pudo. La venta del otro campo no dio para más. El primer proyecto era más ambiciosos, pero tuve que simplificarlo para no tener problemas con el club. El estadio tenía dos pisos, pero me insistieron en que dejar uno sólo lo que obligó a concentrar todos los servicios, los vestuarios, el restaurante, etc. Al final, el campo ha funcionado bien, las entradas y salidas, la curvatura de las gradas que favorece mucho la visibilidad... Hubo un problema con el terreno, que era demasiado horizontal y me daba miedo que el estadio se inundara cuando lloviese. Hacer un canal de evacuación era más dinero así que ideamos un sistema de pirámide invertida con un tubo de hormigón en el vértice que se llevó hasta el nivel freático y sobre esto pusimos canto de río y luego la tierra y el césped. El sistema de drenaje aún funciona.

¿Por lo que dice, los problemas económicos y estrecheces del club no son nuevos?

Hubo un momento en que dije que si me quitaban un vomitorio más yo me iba y no acababa la obra porque allí iban a ir 30.000 personas y no se podían quitar más cosas. Todo lo que costaba dinero había que quitarlo.

¿No le entristece que lo tiren?

Son los negocios del fútbol. Si se hubiera hecho el primer proyecto, habría un campo de fútbol mejor, más amplio, y posiblemente no sería necesario derribarlo.

¿Le gusta el diseño del nuevo campo del Valencia?

(sonríe) Me hace reír con aquellos remates que parecen las puntillas de un traje. Es pintoresco, pero no acabo de ver la necesidad de todas esas curvas y remates.

¿Qué opina del proyecto del Parque Central?

Que Valencia ganará mucho. Es un proyecto comparable al Jardín del Turia. En su día, hubo quien lo criticó y dijo que era un proyecto faraónico por el Palau de la Música y tonterías de esas, pero ha mejorado muchísimo la ciudad.

En la ordenación de la fachada marítima hay previstos rascacielos y un delta verde.

Hay algunos rascacielos como el de Mies Van der Rohe en Manhatan que es tan sobrio y limpio que son una maravilla. Luego hay ciudades como Río de Janeiro y Benidorm donde los rascacielos están al lado del mar, pero no creo que sea lo más oportuno. Tenemos un mar bondadoso, una ciudad con buen clima y se ha comprobado que el mar se puede mantener limpio. Todo esto se puede perder con este tipo de cosas. La playa no hay que sacrificarla, debemos mantenerla con discreción. Quizás con todos sus defectos aguanta más lo viejo. El delta verde está bien, pero debe tener en cuenta qué vegetación se pone porque tiene que soportar la salinidad.