Mañana aterriza en Valencia una mujer llamada Carla Fulgenzi. Viene desde el Fin del Mundo, aquella lejana «Tierra de Fuego» que el explorador setabense Diego Ramírez de Arellano bautizó como «Isla de Xàtiva» en su trabajo cartográfico dedicado al rey Felipe III. Su misión es propagar la Bienal de Arte de Usuhaia que dirige Alberto Grotessi, y a tal fin establecerá contactos con Consuelo Císcar y con Rita Barberá. No saben estas dos valencianas con qué mujer se van a encontrar. Carla Fulgenzi es el huracán femenino del Fin del Mundo. Especialista en Derechos Humanos, es una líder defensora de las políticas sociales más avanzadas. Nada humano le es ajeno.

Cuando el fotógrafo Abad y un servidor nos fuimos a la punta más austral de Argentina a reivindicar el nombre de Diego Ramírez fue Carla Fulgenzi la persona que más se ilusionó con este proyecto. En su propio automóvil nos llevó por toda la isla, pasando hasta Chile, y distribuyendo en todos los museos locales las reproducciones que llevábamos de los mapas valencianos. Intercedió personalmente ante el Intendente de Ushuaia para conseguir el hermanamiento entre Xàtiva y aquel extremo del globo. En la ciudad de Puerto Williams se ofreció incluso que la última calle civilizada del mundo —ubicada junto a un parque natural que nunca se podrá edificar — llevara el nombre de Xàtiva.

Todos aquellos esfuerzos fueron baldíos, pues en esta Europa vetusta no se consideraron interesantes esos contactos. Pero el orgullo y la alegría de haberlos iniciado perdura.

Y ya que esta sección trata de Eros, recordaremos los textos de Diego Ramírez explicando la sorpresa que causaba entre los navegantes de las dos naves que él comandaba que los nativos de la Isla de Xàtiva estuvieran desnudos. Explica el setabense en su minuciosa crónica que desembarcaron en una playa nunca hollada por ningún occidental y ofrecieron a uno de los temerosos indígenas una camisa. El muchacho la arrebató de las manos y se perdió entre la selva.

Los marineros de Diego Ramírez buscaban mujeres, porque la contención forzada por el barco era muy larga. Los dos sacerdotes que acompañaban la expedición estaban escandalizados. Pero afortunadamente el machismo prehispánico impidió que los autóctonos mostraran a sus compañeras. Los españoles no vieron a ninguna mujer en aquella primera visita occidental a Tierra de Fuego.

El valenciano siguió navegando hacia el Sur, topetándose casi con la Antártida. Allí encontró un archipiélago lleno de pingüinos al que bautizó como «Islas de Diego Ramírez», la punta más lejana del continente americano y que hoy, varios siglos después, mantiene intacto el nombre.

Nuestra visita también tuvo un episodio erótico muy divertido. En la localidad de «Porvenir», en Chile, había una casa de comidas bajo el pomposo título de «Resturante París», que se notaba que sólo tenía clientela domingos y fiestas de guardar. Hasta el camarero parecía sacado de una película de época, con su fino bigotito y su impoluto uniforme blanco.

El loco de José Luis Abad estaba en aquellos días preparando una exposición sobre desnudos en lugares extraños, y nos invitó a desnudarnos para inmortalizarnos en aquel paraje tan insólito. Ni Carla ni yo tuvimos el valor de aceptar su propuesta y entonces José Luis, llamando elegantemente al estirado camarero le preguntó si le importaba que los comensales se despelotaran para comer. En los luengos años que debía estar abierto aquel local, nunca se le debió hacer una pregunta más extraña a aquel hombre. Pero hay que reconocer que supo encajar el golpe con una entereza admirable. «Bueno, si usted se quiere desnudar, desnúdese. Normal».

Siempre recordaré el eco de aquel «normal» que indicaba justamente todo lo contrario. Abad, ni corto ni perezoso, se quitó toda la ropa y nos indicó como funcionaba la máquina para sacarle unas instantáneas. El camarero fue sacando todos los platos mientras su cliente nudista actuaba con la mayor de las naturalidades, ingiriendo los sabrosos platos tal y como su madre lo trajo al mundo. Al acabar el festín, se vistió, pagamos y nos fuimos. Supongo que en Porvenir aquel episodio habrá sido comentado profusamente. Muchos creerán que se trata de una invención, pero fue verdad.

Tampoco Carla Fulgenzi se inmutó. Aceptó la locura con un temple realmente liberal. Al regresar a Ushuaia nos enseñó parte de su trabajo social junto a los más desfavorecidos, visitando los asentamientos de emigrantes indigentes que van buscando sobrevivir en las tierras más australes del mundo. Realmente se comportó como una valenciana ejemplar, defendiendo a Xàtiva como el vestigio histórico más antiguo de su querida isla. En la agenda del alcalde de Xàtiva y Presidente de la Diputación de Valencia, don Alfonso Rus, deberían hacerle un hueco para conocerla personalmente. Esta mujer que llega desde el Fin del Mundo es la persona que más ha luchado por Xàtiva en aquel extremo del planeta y de alguna manera debería serle reconocido. Afortunadamente, además de esta cuestión, es una líder indiscutible de las libertades públicas y de la justicia en pro de la dignidad humana. Valencia está de enhorabuena con la visita de Carla Fulgenzi.