La Plaza Redonda vive estos años la mayor transformación de sus casi dos siglos de historia. El amplio proyecto de remodelación puesto en marcha por el Ayuntamiento de Valencia y apoyado por todas las administraciones ha hecho emerger la plaza tradicional y revisará los puestos del anillo central para añadirle un aspecto más monumental. Están siendo obras largas, que causan importantes molestias a residentes y vendedores, pero que están teniendo buena acogida en general. La plaza que construyó el arquitecto Salvador Escrig en el lugar donde se mataban los animales del Mercado Central quiere ahora ser un referente urbano de modernidad.

Mirando hacia atrás, Tito Llopis, portavoz del despacho de arquitectos Vetges Tu, responsable del proyecto, asegura estar satisfecho de la labor realizada hasta el momento. «Es la primera vez que la plaza tiene un aspecto parecido al de la época», dice.

Para ello ha sido necesario, en primer lugar, sanear las cubiertas, derribando unos tramos y reforzando otros, y eliminar de la cornisa los áticos construidos en los años 40. Sólo así ha sido posible conseguir una vista uniforme de la parte superior.

Posteriormente, se ha actuado sobre la fachada. Siguiendo la documentación histórica se ha intervenido sobre las plantas primera y segunda, y en la tercera lo que se ha hecho ha sido intervenir sobre los huecos de las ventanas para dejarlos más grandes. También se han renovado rejas, maderas y puertas.

Finalmente, se ha pintado todo con un «ocre apagado» para darle el aspecto más aproximado al original. Hay que tener en cuenta, dijo Llopis, que la plaza se proyectó en 1837 y se terminó al menos una década después, lo que obligó a los vecinos a repintar y alterar los colores iniciales.

Mirando al futuro, la cosa será muy diferente. Ahora hay que rehacer los puestos centrales y en este punto no hay directrices históricas, pues empezaron siendo estructuras «de quita y pon» y, «como aquí todo perdura», se consolidaron en los años 70. Según Llopis, en su filosofía estan presentes tanto el afán conservador como el riesgo. Y algo hay en esta segunda fase.

Según dice, los puestos actuales, cuyas vigas están destrozadas, serán desmontados por completo para ser reconstruidos en ocho grupos independientes. Así, «toda la plaza podrá verse desde los accesos y también de forma transversal, porque ahora hay entradas ciegas que no dejan ver el interior», explica.

Además, y esto es lo más arriesgado, los puestos serán de menor altura y combinarán una estructura metálica con una cubierta de placas de vidrio y ala ancha. De esta forma se consigue proteger a los clientes de las inclemencias meteorológicas y se aclara la visión sobre el conjunto. «Se verá un todo restaurado», dice.

Finalmente, se levantará el suelo actual para cambiarlo completamente y poner bajo tierra la instalación eléctrica, que ahora está colgando de las fachadas a la espera de esta segunda fase.

El traslado

La nueva obra empezará después de Fallas y durará nueve meses, hasta finales de 2011, calcula Tito Llopis. Estas fechas no son un capricho sino, en parte, una imposición fallera, pues mientras dure la obra habrá que trasladar los puestos a unas instalaciones provisionales en la cercana Plaza de Lope de Vega y allí se coloca un falla. Serán casetas individuales con un espacio compartido para usar como almacén, precisó.

De esta operación quien más se ha preocupado es Javier Zurriaga Morante, presidente de la Asociación de Vendedores de la Plaza Redonda y propietario de un puesto de hilaturas que ha pasado de generación en generación. «En el mes de septiembre —dice— tuvimos una reunión con el concejal Jorge Bellver y nos dio a elegir la fecha para empezar la obra. Nosotros le dijimos que en el primer trimestre no, porque es el de antes de Fallas y es cuando más se vende, y nos lo respetó», explica.

«Un mal trago»

Aún así, cree que la salida a la Plaza Lope de Vega «será un mal trago», porque van a tener «menos espacio» y se van a encontrar desubicados. «No es lo mismo estar en tu sitio de toda la vida, en mi caso de muchas generaciones, que salir a un lugar desconocido». De todas formas, añade, «mi familia ya salió en los años 40 por otra reforma de la plaza y no pasó nada». Y además, en este momento de crisis económica, esta salida puede ser buena para los negocios. «La plaza Lope de Vega es un lugar con más paso e igual nos beneficia», piensa.

En cuanto a los nuevos puestos, cree que serán mejores para todos. Después de advertir que la cubierta deberá quitarles el sol —«esto no es Amsterdam», dice—, está convencido de que así será y que beneficiará a residentes y comerciantes, como cree que lo hará del desarrollo general del centro de la ciudad, empezando por los tres nuevos aparcamientos y terminando por la estación de metro del Mercado Central. «Está cambiando todo y eso es lo bueno», concluye.

«Yo quiero acabar aquí mi vida», dice la vecina más antigua

La Plaza Redonda, además del espacio, es su gente, la mayoría vecinos o comerciantes que llevan toda la vida aguantando su casa o su negocio en este enclave del centro de Valencia no siempre bien tratado. En su mayoría ven bien la reforma, aunque alguno hubiera preferido que fuera más amplia y menos molesta.

Isabel Pacheco lleva en su piso desde el año 57. Está de alquiler, con una renta antigua, aunque no tanto, puntualiza, porque paga 200 euros al mes. Pero en la Plaza Redonda, en un piso de enfrente, ha vivido toda su vida.

De todos estos años, tiene 82, echa de menos la «gran familia» que era la plaza en aquellos años de mocedad, porque a partir de los años sesenta o setenta empezó a despoblarse y ahora no vive demasiada gente, la mayoría alquilados y casi desconocidos.

Esta rehabilitación, por tanto, le parece interesante, puede que le proporcione mayor compañía y el barrio tenga más vida. Además, le han saneado la fachada y piensa aguantar en esta casa toda la vida. «Yo ya quiero acabar aquí mis días», dice, aunque «si me dieran un piso más pequeño, porque éste es muy grande, también lo cogería».

Quejas desde los pasillos

El caso de Manuela Alegre, sin embargo, es distinto. Ella también vivió allí toda la vida y ahora conserva dos pisos, uno en la primera planta en el que tiene su peluquería y otro en la última planta que tiene alquilado. Pero su casa no da a la plaza, sino a un callejón de acceso y ahí no ha habido rehabilitación, sólo molestias.

«A nosotros nos han dejado sucios. Nos han puesto unos andamios que nos han cubierto todo y hemos pasado dos años muy mal, porque la gente no podía entrar. Y cuando han quitado los andamios —continúa— nos han roto el letrero, han dejado la fachada muy sucia y todo lo que estropearon lo han dejado como estaba. De las entradas no han arreglado nada», se queja.

Es más, en el piso de arriba, el que está alquilado, quitaron todo el tejado y cuando llovía se inundaba. «Las puertas estaban bufadas y las hemos tenido que arreglar nosotros», dice, así pues ahora lo que quiere es que todo esto termine cuanto antes.

También los vendedores del anillo exterior están preocupados. A ellos ya les han arreglado las fachadas y están contentos, pero ahora temen que las obras del anillo interior vuelvan a colapsar sus negocios. Es cuestión de pasar el momento y a ver si se pasa la crisis, que es lo peor, dicen, convencidos, de todas formas, de que esta rehabilitación es buena.