Son las cuatro menos cuarto de la madrugada y más de veinte personas se agolpan a la puerta de un establecimiento harto conocido en el mundo de la fiesta fallera: el estilista Carles Ruiz. "Y si vienes a las cinco o cinco y media, la cola ya llega a la esquina porque se incorporan los que se han ido a dormir y se pegan el madrugón".

Es uno de los episodios más insólitos que se escriben a lo largo de los días de fiesta y uno de los menos conocidos. Falleras de to?da condición pasan la noche al raso para coger turno de peluquería y maquillaje en este conocido establecimiento de la calle Borrull durante los días grandes de la fiesta. Una lucha por estar los primeros en la lista que garantiza tener unas fiestas más desahogadas. Todas coinciden: "Vale la pe?na".

Como si de las taquillas para un concierto se tratara, las falleras acuden a la puerta del establecimiento el domingo por la noche. "Prácticamente todas hemos venido directamente desde la Crida... y algunas ya han madrugado por la mañana para ir a la "despertà"". La mecánica es sencilla: la primera que llega inicia un folio con los nombres.

Carles Ruiz es uno de los estilistas más conocidos en la fiesta fallera y su establecimiento recibe a las falleras en avalancha. Todas pasan por sus manos, pero el conocimiento de la mecánica le ha permitido llegar a hacer casi 150 tocados en un día.

La cola es la forma de igualar a todas en oportunidades. "En su momento, para evitar problemas, decidimos que todas tuvieran la oportunidad a la vez. Si no, los turnos se cogerían casi de año en año".

Coger día y hora sin colas es la mecánica que, por ejemplo, tiene otro de los santuarios de la peluquería fallera, el gabinete Lolín y Mari, de Russafa, mientras que anoche debía empezar la cola en otro de los establecimientos habituales: Merche Añó, de Mislata.

Carles Ruiz mantiene el orden estricto de la lista con una excepción: tienen prioridad las que forman parte de la corte de honor de la fallera mayor de Valencia.

Aguantar una noche a la intem?perie, con el frío de final de febrero, no es fácil. Algunas pasan horas en el coche dormitando; otras, estudiando. "A las nueve y media nos vamos corriendo a la Universidad". No es extraño: gran cantidad de las que hacen guardia son chicas jóvenes. Y no faltan las mantas, los termos de café y algo de comida "para matar el tiempo, porque todas venimos cenadas".

Lo peor que se lleva es el frío. Eso es lo que hace la velada bastante más pesada que si fuera para un concierto veraniego.

No faltan las miradas incrédulas de los noctámbulos. "Algunos creen que es la cola para la final de la Copa del Rey". A unos metros, dos hombres se han liado a puñetazos. Se ha llamado a la policía, pero cada uno se ha ido por un lado y la sangre, que la ha habido, no ha llegado al río. Con ellos no se mete nadie, aunque una de las habituales recuerda que "una vez nos tiraron un pozal de agua con lejía desde un balcón".

El mecanismo no es perfecto. "Ha llegado una señora, se ha apuntado y se ha ido. Yo no estoy de acuerdo con eso. Debería respetarse para quien está toda la noche", comenta una de las que hacen vigilia. Y no faltan los oportunistas. "Por aquí ha pasado una persona ofreciendo los servicios de maquillaje de otro establecimiento".

A las nueve y veinte de la mañana, la cola es de casi un centenar de personas. Las operarias de Carles Ruiz son recibidas con un aplauso y empiezan las apreturas.

El peinado de valenciana supone una pequeña industria que mueve su buen dinero. Las peluquerías tienen en estas fechas su temporada alta. El cosido de los moños ha simplificado mucho los tiempos de espera.