­­Antes estaba en Cáritas y ahora pasa a la comisión de Espiritualidad. ¿Dónde hay más que arreglar?

Parece que no sea fácil unir una cosa y otra, pero no están tan separadas. La experiencia de la espiritualidad también se vive en la proximidad con los pobres. De hecho, la espiritualidad y la acción social son dos caras de un mismo rostro, que es el de Jesucristo.

Usted viene del mundo de la Pastoral Obrera. Eso marca…

Eso crea un poso, sí, pero no puedo presumir de haber sido cura en el mundo obrero, ni presumir de inspirar a los laicos en el mundo seglar, ni de profundizar en la identidad de Cáritas y en la relación entre la justicia y la caridad de tal manera que la caridad no sea contraria a la justicia ni tampoco excusa para hacer algo más. No puedo presumir de todo eso. Más bien he de reconocer mis carencias, porque hay gente en la Iglesia que no sale en la foto ni tiene un cargo de relieve, pero están ahí. Por eso digo que yo no soy más que Sebas, una persona. Igual que todos aquellos a los que tenemos que ayudar, que son personas y no cosas.

Estamos en época de comuniones. ¿Cómo valora el circo social en el que se han convertido las comuniones?

Pienso que las bodas, las comuniones es hoy una cosa social en la que falta, precisamente, espiritualidad. Esas celebraciones —y que me respeten todos porque no va contra la estructura de la Iglesia— se han convertido en una convención social, en una expresión o una prolongación de la sociedad de consumo. Poco se puede hablar ahí de Dios, de fraternidad, de solidaridad o del compromiso por estructuras más justas y solidarias.

Eso será una preocupación para la Iglesia…

¡Es una preocupación para todos! Incluso para la gente que se ve obligada a casarse por la Iglesia por la familia, la abuela, el padre, la madre… Y eso es una paradoja, porque quien estuviera más concienciado de su convicción de fe debería ser quien hiciera menos alarde de religiosidad. Y tiene que ser la gente menos creyente la que vaya desligándose [de esas celebraciones] y se vea claramente que es una opción de fe y no una convención social. ¿De qué sirve si es la primera comunión y la última, o si una pareja se casa por la Iglesia y está en otra onda respecto al modelo de familia? Eso ha de revertirse por bien no sólo del producto que la Iglesia vende, sino de la dignidad de las personas. La fe nos da esperanza de que lo conseguiremos.

El arzobispo Carlos Osoro ha iniciado un proyecto de nueva evangelización general de la sociedad. ¿Cómo colaborará desde la dimensión espiritual?

Intentaré ayudar en ese proyecto que se fundamenta en la dignidad de la persona y en la experiencia de la fe en un Padre que es amor. Puede discutirse el modelo (si se parece al del Camino Neocatecumenal, o si sería mejor el de Acción Católica), pero lo que tengo claro es que la fe no es cuestión privada, sino que debe salir fuera y expresarse en comunidad.

¿Qué objetivo personal tiene?

Yo siempre he ido en bici y con una mochila, y digo que ahora la llevo vacía. No sé lo que tengo que hacer, pero sí sé que debo continuar con la tarea de mi predecesor, Rafael de Andrés, que murió en la oficina de trabajo. Si puedo, incluso, acabar como él. Porque si la enfermedad me obliga a retirarme y a quedarme en casa, le tendré envidia al padre Rafael, que pudo morir estando al servicio de los demás.

¿Qué le critica usted a la Iglesia?

Que tenga miedo y complejo de inferioridad. El producto no lo vendemos bien porque no nos acabamos de creer lo que tenemos que ofrecer a los demás.