Muchas palabras y expresiones del lenguaje cotidiano que eran frecuentemente utilizadas hace medio siglo y más, hoy resultan inusuales y prácticamente desconocidas para buena parte de la juventud actual.

Y no sólo es porque, como, parodiando la canción en la zarzuela, «Hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad». Porque, al margen de la crisis económica actual —que no sabemos si nos volverá a aquel lenguaje— las necesidades de los años veinte, treinta, cuarenta y buena parte de los cincuenta motivaron que se hablara de situaciones hoy prácticamente inexistentes.

Hay términos totalmente desaparecidos, bien por los nuevos descubrimientos —el plástico, entre otros—, bien porque la situación económica de las familias ha variado sensiblemente. ¿Qué joven de hoy conoce frases como «zurcir calcetines», cuando éstos presentaban agujeros que llamábamos «juanetes»? ¿O aquellos carteles que en mercerías y paqueterías decían: «Se suben puntos de medias», y detrás del cristal del establecimiento podía contemplarse a una empleada que, con una aguja conectada y sobre un canuto iba reparando las medias de las clientas?

Tampoco saben hoy lo que era antaño que a los trajes de varón, cuando había que pasarlos de un hermano a otro menor, o cuando la tela se había desgastado, se les daba la vuelta, y era frecuente ver al nuevo usuario con el bolsillo de la americana a la derecha del pecho, porque la situación de la prenda era la contraria. Lo mismo que pasaba con los trajes de Primera Comunión, que iban de un hermano al otro, ajustándolos aquellas modistas que acudían a las casas para hacer remiendos. Y con el calzado se aprovechaba todo al máximo. ¿Se acuerdan los maduros de frases como «Medias suelas y tacones», o aquellas chapitas de metal que el zapatero remendón ponía en la parte delantera del piso de los zapatos para que no se deshiciera éste al chocar contra el suelo?

Los «cuellos duros» ya no son frecuentes, y han desaparecido los carteles de establecimientos donde se ofrecía almidonar esos redondeles que se colocaban en la parte superior de la camisa. Y no digamos de los lutos, con las tintorerías que las prendas de color las teñían de negero, con el llamativo anuncio: «Lutos en veinticuatro horas».

El vocabulario en torno a la vivienda también ha variado en medio siglo largo, por las circunstancias económicas y sociales. Hoy casi ha desaparecido la palabra «realquilado», donde los titulares de un piso, en propiedad o en alquiler, se ayudaban cediendo a familias necesitadas «habitación con derecho a cocina» y, naturalmente, cuarto de aseo compartido con los titulares de la casa. Esto parece que se ha repetido últimamente algo con la llegada de inmigrantes que comparten techo entre diferentes grupos. Sin olvidar, tampoco, las chabolas que existían en Valencia —en otras ciudades, también— en el cauce del Turia, y que desaparecieron por el desbordamiento de éste a finales de la década de los años cuarenta del siglo XX.

Hoy la juventud ya no sabe lo que eran las cartillas de racionamiento, que desde los años treinta y hasta principios de los cincuenta servían para conseguir a precios reducidos los alimentos familiares para la semana. Y sin olvidar la palabra estraperlo —derivada de dos apellidos de dos tramposos llegados de los Países Bajos— y que perduraron desde los años treinta hasta bien entrada la década siguiente.

Afortunadamente, la situación de aquellos tiempos fue superada con creces en las décadas de los sesenta y setenta. Solamente nos queda pedir a las Alturas que ese lenguaje no vuelva a establecerse en nuestra sociedad. Mala señal sería...