Campanar sobrevive, por fortuna, entre la maraña de colmenas en que han trocado la salida de Valencia del antiguo camino a Llíria como una especie de Village en el corazón de Nueva York, que recuerda lo que antes era calidad de vida y un mundo habitable. Y como pueblo-pueblo mantiene vivas sus tradiciones y costumbres, en un clima silente y tranquilo, como si no fuera con él las histerias del asfalto y las alturas. Febrero es su mes por excelencia. Su festa grossa el 19, el día de la patrona, la Mare de Déu de Campanar, que dentro de tres años festejará el primer centenario de su proclamación y coronación canónica pontificia.

Novenario, misa y procesión, disparà de coets, porrat, correfocs, folklore, fireta del llibre (el dia 11 firma Alfons Llorenç), moros i cristians, ofrena, coques, calderes,É se despliegan a lo largo de todo el mes. La víspera (18), vencida la medianoche son lanzadas al vuelo nerviosas las campanas de su torre campanario, que es, por historia y toponimia, seña de identidad del pueblo. Apenas amanecido, Missa de Descoberta y al mediodía la Missa Major, mascletà y caída la tarde solemne procesión, dos horas recorriendo las calles del casco viejo.

En el XVIII, un escritor comparó las bellas y fértiles huertas de Campanar con los campos Elíseos, esbeltamente presididas por el campanario, obra de Josep Mínguez, que acabaría siendo prototipo de campanario tardo-barroco, cuyas trazas fueron copiadas para muchos campanarios valencianos, hecho que ha provocado que sean muchos los que se parecen entre sí. Campanar, de etimología latina, visigótica, no perdió su nombre durante la fuerte colonización islámica. Como tal aparece varias veces en el Llibre del Repartiment. No fue pueblo independiente hasta 1836, pero le duró poco su autonomía, dado que en 1897 le obligaron de nuevo a ser un barrio de Valencia.

Sí fue independiente en lo eclesiástico, pues en 1507 ya era parroquia, desmembrada de la de Santa Catalina. Su primer templo fue una ermita, propiedad de Ausiàs Valeriola, quien tenía tierras y molinos allí, la cual pudo haber sido con anterioridad capilla visigoda y mezquita. Sobre ella empezó a construirse el templo actual cuando el 19 de febrero de 1596, un albañil, preparando la tumba de un clérigo, encontró una imagen de la Virgen, "de yeso, de excelente factura", dice Sanchis Sivera, en posición de pie y con el Niño Jesús en brazos. Apuntaba a que podría haber pertenecido a algún retablo del ermitorio. Debió ser enterrada en la cripta para que no fuera destruida, caso de caer en manos de los moros. En la última guerra civil, también se salvó de la barbarie. Alguien piadosamente la salvó emparedada bajo "la pica de una cuina".

Se le conocen varios gozos (unos de José Bau, otros de Vicente Sorribes) y en los más antiguos se le canta a la Mare de Déu de Campanar: "Mare del que no té par/ de tot lo món advocada/ sou mare intitulada/ la Verge de Campanar". En Gogistes valencianes se puede ver algunos de ellos.

Un templo desconocido. Durante muchos años se raspaba la parte posterior de la imagen para llevarse el finísimo polvo alabastrino que se desprendía, a manera de reliquia o para diluirlo en los alimentos para parteras en difícil trance o enfermos graves, de tal modo que ocasionaron una oquedad en la talla. Como ocurre en no pocas patronas, se le atribuye el milagro de haber salvado a un niño que cayó a un pozo. También el ser patroma del antaño Gremio de Fabricantes de Hielo, por haber hecho nevar en tiempos de sequía.

El templo parroquial, un gran desconocido de la ciudad de Valencia, tiene un rico patrimonio pictórico con frescos y murales de Dionís Vidal en el trasagrario tridentino y la bóveda central, cuya pintura techal al fresco en un extenso homenaje a la eucaristía, estando los muros perimetrales recubiertos de escenas bíblicas, adobado todo él en rica azulejería valenciana en suelo y zócalos.

En la historia de Campanar destaca el ingenio y el arrojo de sus labradores durante la Guerra de la Independencia al frustrar por dos veces la toma de la ciudad por los franceses por el sencillo método de inundar a manta sus huertos para que caballos, carromatos y piezas de artillería quedaran en grave atasco y no pudieran maniobrar.