Más de un siglo de bollería artesanal. La pastelería La Rosa de Jericó, en la calle Hernán Cortes, lleva desde 1890 en Valencia. Más de cuatro generaciones de la misma familia han trabajado en el negocio, que antes estuvo en las calles Comedia y de la Paz. Su secreto: dejar que la masa crezca sola, sin demasiada levadura.

La Rosa de Jericó nace en Judea y se deja arrastrar por el viento. Cuenta la leyenda que cuando Jesús oraba por el desierto la rosa de Jericó se deslizaba postrándose a sus pies para ofrecer la humedad de sus frágiles tallos a los labios que el dolor transformaba en arena. Hay otros desiertos; aunque en ellos refleje su luz la nieve de Javalambre, sus dunas sotengan piedras con amplios alares, extensas balconadas y profusos enrejados que un siglo atrás guardaban la pobreza. De uno de ellos escapó un muchacho, casi un niño, llamado Juan Manuel Jericó que como pájaro errante buscó un nido en Segorbe y encontró el calor de un horno en que le ofrecieron cama y comida a cambio de que sus frágiles espaldas trabajaron día y noche. Tal se aplicó que llegó a ser el patrón; y como La Rosa de Jericó hizo que de sus entrañas brotaran esos vástagos que escriberan los siguientes capítulos de su historia.

La Rosa de Jericó ha conocido ya a cuatro generaciones. La primera se trasladó desde Segorbe a Valencia, primero en la calle Comedias, luego la Paz y actualmente en el número 14 de Hernán Cortés y en todas ellas cosechó la clientela fiel a sus pasteles, bollería y confitería a la que acuden los de ahora y los de siempre en busca de las delicias que solo allí se preparan. Y allí se encuentra el biznieto de Don Juan Manuel, Carlos Jericó Montoro, que además de doctorarse en la escuela familiar revalidó sus conocimientos en las mejores academias de Italia y en Barcelona. Tiene cuarenta y cinco años; el cabello negro y rizado sembrado de hilos de luna; de su mirada inteligente y bondadosa brotan relámpagos de silenciosa rebeldía y la figura delgada de hanchos hombros evoca a la par al modelo de Heinrich Bernan en su romántico cuadro «El recogedor de Heno» y al «El chico de la Moto», elegido por Coppola para encarnar los sueños que el tiempo ha roto en la magistral película «La ley de la calle».

Carlos Jericó sigue soñando en su obrador conjugando arte y oficio para crear un mundo de delicias que añade nuevos capítulos a la historia de la saga; desde el retiro de su obrador mantiene la tradición y su atrevimiento innova; triunfa lo pasado, asombra lo nuevo y su creación, como todo arte, proclama unos clásicos irrenunciables para los expertos que reclaman el dulce bocado para ratificar el acierto de un ágape. La tienda es de una exquisita riqueza; es imposible no detenerse ante ella porque el encanto de sus escaparates los aproxima a la sala de un museo de los dulces en que además de sus pastas, pasteles, tartas, semifríos, bombones y aperitivos aparecen objetos que están allí simplemente porque son son bellos. Pavimento, bancadas y mesa de granito cuya oscuridad chispea. Muros de mármol blanco; a la derecha el largo expositor en que se distribuyen los manjares y tras el las estanterías. A la izquierda una vitrina con los enseres imprescidibles en una buena y cuidada mesa: porcelanas, cucharillas de plata, cubiertos de servicio, búcaros de cerámica y cristal, candelabros, botellas de buen vino y mejores champagnes, cuyo alto valor se complementa con la humildad de la bella cerámica. La mesa del fondo, con doble tablero acristalado, muestra hermosos jarrones, platos dorados, fuentes relucientes tras las que podemos distinguir, en la parte inferior, una serie de estuches de bombones cuya colocación irregular demuestra un elaborado análisis de los efectos visuales que produce una exposición. Al fondo un recuadro dorado con flores que circunda un espejo. Porque en Jericó predomina el estilo personal e inigualable del sentido decorativo inherente de su mujer, Mónica Sales, la esposa y amiga con la forma un tándem complementario de resultado incomparable. Ella es responsable de que los clientes, antes de comprar, se recreen en el entorno, y los viandantes, en los escaparates.

En el despacho fotografías de la familia y los lugares; el de su tía, Doña Carmen, la que cuando perdió la fuerza en las piernas se sostenía en la fortaleza de su espíritu. Al fondo un obrador que supera los 200 metros: mármol blanco sobre espacios calefactos para el hojaldre, otros de acero... ¿Como es posible que incluso sus panquemados tengan tal sabor y textura? Y nos dice que su fórmula es la de siempre pero él evita todo exceso de levadura y deja que la materia trabaje. Y necesita mucho tiempo; a veces todo un día para que las masas estén en su punto. Elige las frutas, las esencias, los frutos secos, los azúcares y harinas. Llega la pascua. Mónica construirá una ciudad en las vitrinas con las formas de chocolate que Carlos haya creado. El escultor sin cincel, el de las expertas manos.