Durante seis siglos, de 1238 a 1810, Valencia tuvo un Palacio del Real situado justo enfrente de los actuales Jardines de Viveros. Era la estancia reservada a los reyes de la Corona de Aragón —usado después por los monarcas españoles— cuando pasaban por Valencia, del mismo modo que ocurría con el Palau Major de Barcelona, la Aljafería de Zaragoza, la Almudaina de Mallorca, el palacio de Perpiñán, el de Palermo (Sicilia) o el de Castelnuovo de Nápoles, territorios englobados en su día en la Corona de Aragón. Pero mientras que estos alcázares reales han resistido al paso del tiempo y hoy son atractivo de turistas y vestigios de la historia local, el Real de Valencia fue arrasado físicamente durante la Guerra de la Independencia y, lo que es casi tan triste, su recuerdo ha sido borrado de la memoria colectiva de los valencianos.

En buena medida, el olvido se debía a la falta de testimonio gráfico de aquel gran edificio conocido como «el palacio de las 300 llaves». De hecho, durante casi doscientos años sólo quedó un plano parcial de su planta baja. Hasta que, en 2004, el geógrafo Josep Vicent Boira descubrió en París los ocho planos originales del Palacio del Real de Valencia tal y como fue en su última etapa. Ahora, Mercedes Gómez-Ferrer, profesora de Historia del Arte de la Universitat de València, acaba de dar otro paso de gigante en el conocimiento de los «adentros» de aquel mítico edificio en el libro El Real de Valencia (1238-1810). Historia arquitectónica de un palacio desaparecido, editado por la Institució Alfons el Magnànim de la Diputación de Valencia.

Decimos «adentros» porque, en su época, la belleza y esplendor de los jardines palaciegos llegaron a eclipsar la propia arquitectura del Palacio del Real a ojos de ilustres viajeros como Jerónimo Münzer, Juan Lalaing, Enrique Cock, Cassiano dal Pozzo o Jouvin de Rochefort. También robaba interés a su interior arquitectónico la impresionante fachada pétrea y las torres almenadas del edificio. Pero detrás de todo ello, como señala el catedrático de Historia del Arte Joaquín Berchez en el prólogo de la obra, quedaban parapetados «hitos arquitectónicos» que esta ardua y pionera investigación ha puesto de relieve.

Se trata, por ejemplo, de adelantos como la importación de columnas de mármol, la construcción de la gran escalera del patio, el mantenimiento de un ala de mármoles y yeserías resto del antiguo palacio árabe, los soldados cerámicos de azulejos de Manises, las experimentaciones con las bóvedas tabicadas de ladrillo en el último cuarto del siglo XIV, los frecuentes esviajes de ventanas y puertas para permitir intrincados accesos, algunas de las primeras trompas de esquina en los patios, las experimentaciones con techumbres de madera y las bovedillas al modo italiano, los arrimaderos de azulejos de Talavera, las precoces decoraciones de damascos y estarcidos precedentes de lo que más tarde serían los esgrafiados, o los chapiteles emplomados.

En opinión de la profesora Gómez-Ferrer, el Palacio del Real «fue el edificio civil más imponente de cuantos se construyeron en la ciudad de Valencia» y, al mismo tiempo, «fue punta de lanza de significativas innovaciones para la arquitectura de su tiempo». Porque una masiva e imponente mole con fachada de sillería era algo inusual en la arquitectura medieval de la ciudad, que tenía por lo general pretensiones más modestas. También rompieron con la moda imperante las inusitadas dimensiones de su salón; la gran escalera del patio; la sala de los mármoles; o la soberbia presencia de las grandes torres almenadas.

Construido sobre una almunia

El libro realiza un recorrido por la historia constructiva de un palacio cuyo origen se remonta a una antigua almunia o casa de recreo árabe, que tras la conquista cristiana de Valencia en 1238 se reconvirtió en palacio. De aquellos antecedentes afloraron restos que demostraban la presencia de un inmueble y una amplia alberca en un espacioso patio rectangular con arriates y andenes perimetrales, así como materiales constructivos como basas y capiteles califales datados a mediados del siglo X.

Aquel palacio ya cristianizado (y cuyas primeras obras documentadas por Gómez-Ferrer corresponden al año 1270) se amplió en el siglo XIV para servir de residencia de los monarcas de la Corona de Aragón durante sus estancias en Valencia. La zona, situada extramuros de la ciudad, acogía la celebración de justas y torneos, corridas de toros y reuniones de gente congregada para ver al rey asomado a los balcones o a las carrozas que entraban a palacio.

Tras las destrucciones ocasionadas por las guerras contra la Corona de Castilla, Pere el Cerimoniós impulsó importantes reformas en el Palacio del Real que culminaron durante el reinado de Alfons el Magnànim. A comienzos de este siglo XV, el palacio se articulaba en torno a dos cuerpos arquitectónicos claramente diferenciados. A la derecha, el Real vell. A la izquierda, el Real nuevo, el Real por antonomasia.

Según recoge el estudio, «el Real nuevo se organizaba con dos patios: el grande, al que se accedía por la puerta principal, y uno más reducido, en torno al que se ubicaban las llamadas dependencias de la reina y la capilla alta dedicada a Santa Catalina. Ambos patios se configuraban con escaleras abiertas del tipo habitual en la Corona de Aragón, siendo la que subía a las habitaciones de la reina y capilla, una escalera que accedía a una galería con arquillos. La del patio principal daba acceso a las grandes salas de aparato donde se celebraban las fiestas y principales recepciones en el piso alto, mientras que la zona baja se dedicaba a dependencias de servicios, caballerizas, cocinas, estancias de mozos y servidumbre, despensas, etc.». El Real vell, más reducido, «se articulaba en torno a un patio y tenía en origen unas torres en las esquinas. Entre las torres, ocupando la planta baja de uno de los lados, estaba la iglesia antigua, y en otros, una serie de dependencias secundarias, todas ellas destinadas en sus inicios a las colecciones zoológicas, principalmente la denominada casa de los leones y la de las víboras, y posteriormente a caballerizas y establos, que completaban el conjunto. En la fachada trasera se situaba el bosque de naranjos y desde sus torres se gozaban de las mejores vistas, especialmente hacia el mar».

La transformación exterior

Al capricho de los reyes, virreyes y capitanes generales que lo habitaron, el Palacio del Real experimentó numerosas transformaciones. Especialmente durante el siglo XVII, cuando se desmedievalizó su apariencia externa al sustituirse la irregularidad de vanos y la falta de alineación de los frentes por cuerpos arquitectónicos medidos y simétricamente dispuestos que pretendían dar un aspecto ordenado a las fachadas. «Como consecuencia de tanta transformación —lamenta Mercedes Gómez-Ferrer—, el palacio acabaría perdiendo su propia fisonomía en una suerte de híbrido entre la formulación medieval y la moderna».

Sustituciones de escaleras, tabicados de salas, cambio de huecos, cegamiento de puertas y ventanas, compartimentación de salones, eliminación de columnas y pilares, construcción de una gran galería de arcadas y ventanas con balcones… Así, como una especie de lujoso pastiche, acabó sus días el Palacio del Real de Valencia. En 1810, con los soldados franceses a las puertas de Valencia, el edificio de los reyes fue demolido. Y luego cayó en el olvido.

Las sucesivas fases constructivas del palacio de las 300 llaves

Mercedes Gómez-Ferrer propone una cronología del proceso constructivo del palacio. Es la siguiente: «Presumiblemente, la zona más antigua correspondiente con estratos islámicos se situaba en la parte este del patio principal o patio grande, que es la que se denominó con posterioridad zona de los mármoles, abierta a unos jardines en su frente. A este núcleo se le sumarían con posterioridad dos grandes torres que flanqueaban el conjunto. Nuevamente se volvería a ampliar añadiendo la gran sala conocida como Cambra dels Àngels, sobre la que se construiría la sobreelevación posterior para convertirla en torre a mediados del siglo XV. Más al este de este cuerpo se encontraba el “Real vell” o palacio real antiguo, realizado en la primera época, antes de las intervenciones de Pere el Cerimoniós. Contaba con la capilla primera del palacio en la planta baja y con una serie de cuerpos inconexos, posiblemente unas torres entre las que se ubicaban las dependencias de servicios. Su configuración definitiva no quedó realizada hasta mediados del siglo XV. Por otro lado, lo que sería el gran patio del Real se construiría cuando fue cerrado con el añadido de las grandes moles que lo conformaron (...). A este cuerpo y durante el último cuarto del siglo XIV se yuxtapondría el pequeño patio o patio de la reina, que aún se estaba obrando a comienzos del siglo XV.