Nada más acabar la guerra de Libia, el médico valenciano Jorge Justicia, de 36 años, llegó al país africano para trabajar de médico en la prisión militar de Misrata. Con la ayuda de enfermeras y de prisioneros voluntarios que ayudaban en las tareas sanitarias, el doctor de Benimàmet vivió una aventura que se truncó de forma inesperada. Él tuvo constancia de casos de tortura a los prisioneros, en centros de interrogación, y elaboró un informe al respecto que, al final, motivó la salida de Médicos sin Fronteras de las prisiones de Misrata.

De médico de familia en Valencia a médico de prisión en la Libia de posguerra. Un cambio grande…

Es muy diferente, sí. Es cierto que allí seguía haciendo muchas consultas de atención primaria, pero por primera vez dirigía esa atención a heridos de guerra. Yo estaba al frente de la prisión militar y me encargaba de realizar las consultas de atención primaria y derivar a los hospitales de la ciudad a los prisioneros que necesitaban operarse o requerían de atención especializada. Sin embargo, encontrábamos muchas dificultades, porque el personal sanitario de Misrata rechazaba a estos prisioneros.

Porque usted atendía a los prisioneros «malos»…

Sí, eran los soldados leales a Gadafi o gente sospechosa de serlo, y el rechazo contra ellos era claro. El principal hospital de Misrata había dado la orden de no atender a estos prisioneros salvo urgencias. Y no sólo eran las instituciones sanitarias. En una ocasión, a uno de los prisioneros, que venía del centro de interrogación con contusiones en el ojo, lo enviamos al oftalmólogo. ¡Y tuvo que salir por patas de la sala de espera porque los propios pacientes lo acosaban! Hay que entender la situación: salían de una guerra y éstos mataban a sus familias…

Pero, al final, consiguieron que fueran atendidos.

Sí, hicimos presión y logramos, con el apoyo del director de la cárcel, que se diera conducto en un hospital de Trípoli a los pacientes que necesitaban tratamiento hospitalario y que si, se demoraba sus fracturas y sus heridas, podían acabar con infecciones de hueso, malas consolidaciones y defectos funcionales importantes.

Luego vio la mano de la tortura de las autoridades en algunos prisioneros. ¿Cómo fue?

Las torturas o maltratos se venían realizando en los centros de interrogación y se seguirán realizando, imagino. Desde que yo llegué a la prisión de Misrata veía un caso de maltrato semanal. La única diferencia con lo que ocurrió después es que, en estos casos, le hacías una analítica al prisionero, veías cómo tenía la función renal y decidías cómo tratarlo. Podías controlarlo y derivarlo a un hospital. Pero, un día, recibimos a 14 prisioneros que presentaban contusiones tras llegar de un centro de interrogación cuyo nombre nunca supimos. De esos 14, había dos prisioneros que tenían que ser remitidos a un hospital inmediatamente por sus graves contusiones y fracturas, y porque uno era diabético… Pero cuando se lo dije al director de la prisión, me dijo que estaba fuera de su autoridad y que no podía derivar a los pacientes a ningún sitio. Ahí abrí los ojos y todó cambió.

¿Qué hizo?

Llamé al coordinador de la misión y elaboré un informe de lo que estaba viendo en la prisión con las lesiones de los pacientes. Lo enviamos a la sede central en Bruselas y Médicos sin Fronteras decidió actuar: envió una carta a las autoridades locales de Misrata en la que decíamos que no consentíamos esos maltratos y, si no obteníamos respuesta sobre responsabilidades o cese del maltrato, nos marchamos. Como no hubo respuesta, no tuvimos otra opción que abandonar la misión sanitaria en la prisión y marcharnos. Porque, si no, acabábamos convirtiéndonos en cómplices.