La familia Moliner se formó en la más antigua casa de confección de trajes para indumentaria valencianas que todavía subsiste para despegar hacia su propio destino. Don Álvaro Moliner Llorens encontró un pequeño entresuelo en la calle de San Vicente al que convirtió en campo de una primera batalla que le conduciría a la conquista de la ciudad.

El Pasaje Ripalda fue concebido por el arquitecto por el arquitecto Joaquín María Arnau Miramón como el primer pasillo comercial cubierto con techo de hierro y cristal que daba luminosidad en toda su longitud y en la esquina de la Plaza de Marino Benlliure se instaló el Hotel Ripalda que ocupaba todo el edifico, encontrándose entre los primeros que, como el Reina Victoria, ofrecían en las postrimerías del S. XIX alojamientos señoriales en respuesta a los visitantes que con anterioridad solo encontraban hostales y fondas agrupados en el eje de la dalle del Mar. A finales de la guerra civil el Hotel Ripalda desaparece dejando libre la totalidad del edificio.

Entre tanto, Álvaro Moliner, con ímproba dedicación, esfuerzo y ahorro, se engrandecía entre los renombrados comerciantes valencianos al tiempo que su local le quedaba pequeño y, como una muestra mas de su arrojo y valentía se trasladó a las tres primeras del antiguo hotel, sustituyendo las cocinas del sótano por talleres, la recepción por tienda y la planta alta en salones y probadores que conocerían las primeras exposiciones de paños, lanas, sedas e indumentaria valenciana. Pionero en las técnicas publicitarias y promocionales fue el primero en anunciar sus "desfiles de la moda", "¡operación verano!", "cabalgata del retal" atrayendo a tal cantidad de público que pasaje y plaza estaban abarrotados de admiradores y clientes que clamaban por una nueva expansión. Y se produjo. La calle de la Sangre conoció la nueva tienda y la de convento de Santa Clara la de máxima extensión con dos mil metros cuadrados. Pero la crisis del petróleo despertó de muchos sueños y el señor Moliner, tan arrojado como prudente, arrió las velas de su navío y regresó al puerto seguro de la calle de Ripalda en cuyo número 18 permanece.

De su talante constructivo da muestras la conservación del espacio de la planta baja que se abre al público con idéntica decoración a la que tuvo el hotel; debió pensar que la modernidad es el resultado de una trayectoria histórica y respetó ese pasado en los artesonados del techo, el pavimento, las columnas, la galería que lo corona. La practicidad se plasmó en las estanterías y cajoneras que se levantan con la nobleza del nogal germinando en las cajoneras que guardan y los espacios libres que exhiben. Alrededor mesas suficientes para la comodidad del trato personal en el comercio, sin interferencias ajenas que perturben la intimidad de las transacciones, bastantes para evitar las largas esperas con la comodidad de las sillas que permiten el reposo durante las deliberaciones.

Álvaro Moliner falleció y lo hizo su esposa; Álvaro Moliner continúa porque es el hijo quien mantiene una tienda de la que podemos sentirnos orgullosos. De mediana edad, cabello que se riza a pesar de los esfuerzos del peinado, la elegante sencillez que concede la raza a los caballeros de esta tierra, paz en su mirada y nervio en las manos. Durante todo el año acuden a su tienda; no hay Corte de Honor ni fallera mayor que escape a sus influjos. Turista que no detenga la mirada y tantas veces entre; como en su día lo hizo Sofia Loren.

No es como todas porque hay algo que solo allí encontramos. Los mantones de manila que penden majestuosos de las barandillas del mirador; mantones y encajes han sido la mercancía que con más cariño trató el progenitor y ha heredado su hijo. De Manila, no; de China. A Manila llegaron porque era una colonia española y de allí se importaron para extenderse por toda Europa. Bordados sobre seda; sus dibujos los paisajes, las cañas de bambú, los dragones, los pájaros y las flores, cada uno con el significado que les atribuye el país oriental que les dio origen. Él los elije entre el muestrario pero la fábrica cantonesa que los suministra y contaba con 20.000 obreros ahora solo dispone de cuatro mil y el suministro necesita un plazo de dos años. Su segunda especialidad son los encajes que forman esas mayestáticas mantillas que sobe pelo o peineta enmarcan el rostro con la riqueza de la blonda; su delicadeza, tanta la hermosura, que superan en si misma la necesidad o el simple adorno.

Álvaro Moliner Llorens ha heredado un negocio y ha hecho lo más difícil: mantenerlo. A su alrededor se desenvuelve su hijo, Alejandro,y al verlos a ambos no podemos evitar un deseo: Que no se extinga la estirpe.