Al momento de la cremación, el que para muchos es el último adiós a sus seres queridos, le rodean muchas leyendas urbanas. Sin embargo, la realidad es que se trata de un proceso «sumamente cuidado», como explican Jesús Martínez, gerente de la empresa especializada en hornos crematorios Atroesa, Jesús Martínez, y la responsable del Crematorio Municipal de Valencia, Amparo Cebrià. Una vez la cortina que separa los hornos de la capilla y de los familias se cierra, se pone en marcha un sistema complejo que acaba con una urna en la que hay 3 kilos de cenizas.

El proceso comienza en la capilla. Cebrià oficia los servicios, no necesariamente religiosos. «Hemos tenido desde música en latín hasta ´La Internacional´», indica Martínez. Durante la ceremonia, se leen poemas y todo se acompaña de música elegida para la ocasión, principalmente «el momento del cierre de la cortina», dice Cebrià. Es el adiós de los familiares a su ser querido, que queda tras el terciopelo rojo. Aunque se puede acceder a la zona del horno para ver la introducción del féretro en el mismo, «muy pocos familiares» deciden presenciar ese momento.

Cuando se cierra la primera cortina, otra más, que separa el ataúd de los hornos, se abre para dar paso a la camilla que lo porta. Los operarios del crematorio suben el féretro a otra camilla, que es la que se introduce en el horno. «Nunca entra un cuerpo sin su féretro», enfatiza Martínez. El ataúd, por tanto, se quema, adornos de metal incluidos. «Últimamente los féretros están adaptados para las cremaciones, por lo que todo se puede quemar», explica.

La temperatura que se alcanza dentro del horno ronda los 850 grados, y se consigue tanto por fuego como por entrada de oxígeno en el horno. Con ese calor, todo se quema, excepto el metal de los crucifijos o asas, que quedan dentro del horno. Hay un mecanismo interno que hace que las cenizas provenientes del cuerpo humano, que pesan más, caigan a un cajón, mientras que las que pesan menos, como los restos de madera, sean retiradas por un ventilador. La cremación en sí dura entre dos y tres horas.

Tratamiento estético

Una vez se tienen todas las cenizas —unos tres kilos—, pasan al «cremulador», una máquina que se encarga de dar el «tratamiento estético», como explica Martínez, a las cenizas que serán entregadas los familiares. Este aparato las tritura para dar el polvo final. «En ocasiones, hay pedazos de cinco o diez centímetros que no se queman y tienen que ser triturados», comenta Martínez: «Mediante este proceso, se consigue que las cenizas que reciben los seres queridos procedan al cien por cien de su familiar».

Los restos se introducen en urnas «biodegradables», según el gerente de Atroesa, que se guardan «unos 15 días, aunque podemos conservarlas más tiempo, hasta un año», dice Cebrià, antes de entregar a los familiares. Hasta este paso está cuidado. Hay una sala, el recordatorio, que se ha adecentado para esta pequeña ceremonia. Las cenizas se entregan todas el mismo día de la incineración, aunque en el caso de los dos servicios que se realizan por la tarde —a las 16 y a las 16.30 horas— las cenizas se dan al día siguiente. Es en este momento cuando los familiares, que durante la ceremonia o la contratación del servicio —en la que se gastan 260 euros— estaban «más afectados», dan las gracias a Cebrià, que es la cara visible del crematorio municipal. Ella oficia los diez servicios al día, más de 3.000 al año. «En mayo hubo un 55% de cremaciones», explica Martínez, que señala que las ceremonias son, principalmente, laicas, «entre un 60 y un 70%». Esto no se debe, según él, a una merma del sentimiento religioso de los valencianos, sino más bien «a que la misa ya se ha celebrado en el tanatorio».