En junio de 1954, visita la ciudad de Valencia el general Rafael Trujillo, presidente de la República Dominicana. Encantado con el recibimiento que la ciudad le dispensa, invita formalmente a su alcalde, Baltasar Rull Villar, a devolverle la visita a ciudad Trujillo y, de paso, a conferenciar en la Universidad de Santo Domingo. Autorizado por los ministros de la Gobernación y de Asuntos Exteriores y estimándose por el Instituto de Cultura Hispánica conveniente, Rull viaja para pronunciar la conferencia con el tema «Instituciones Municipales Españolas». Baltasar Rull, magistrado de la Audiencia Territorial de Valencia, en excedencia por su cargo, además de ser gran intelectual, es cronista oficial de su localidad natal, Onda, autor de publicaciones jurídicas e históricas, colaborador habitual de Levante-EMV y un largo etcétera.

Con motivo de su viaje, Baltasar Rull elabora un informe destinado, supuestamente, al Gobernador Civil de Valencia, Diego Salas Pombo, que consta de diez folios y está fechado en Valencia a 8 de febrero de 1955, ya a su regreso y días antes de su dimisión como alcalde. Este artículo resume el contenido de ese informe.

Más allá de la relevancia de la conferencia en sí, Rull aprovecha su estancia para contactar con los colonos valencianos que meses atrás habían viajado al nuevo continente. La historia de estos colonos está perfectamente descrita en el documental «Dominicana, la tierra prometida», de Salvador Dolz, pero la percepción de un alcalde sobre la forma en que son tratados estos valencianos hace que el documento tenga un valor muy interesante.

En primer lugar, habla de los problemas fronterizos con Haití, étnica y culturalmente francesa, contrapuesta por una República Dominicana «blanca, española y con tendencias hispánicas». Y con este propósito «es el que ha solicitado la colaboración de los labradores, españoles, valencianos y burgaleses, para poner en explotación tierras vírgenes que se les ha ofrecido para colonizar». Como alcalde de Valencia, estima un «deber moral» aprovechar su estancia en la isla para ponerse en contacto con los grupos valencianos recién llegados a las tierras vírgenes de la zona de Boaba del Piñal que están siendo roturadas. El general Trujillo dispone que se le dé toda clase de facilidades para realizar la excursión, siendo acompañado por el subsecretario de Agricultura y varias personalidades políticas y militares.

Tras un lago recorrido por carretera, hacen etapas en San Francisco de Macorís y en Julia Molina, hasta las tierras ofrecidas para colonizar. Tiene el primer contacto con labradores procedentes de Catarroja y Silla en una zona apta para el cultivo del arroz.

Los colonos están instalados provisionalmente en unos pabellones de madera. Estaban prevenidos de la llegada de Rull, y cambia amplias impresiones con ellos. Continúan más al interior, donde los caminos ya no son tan fáciles y teniendo que utilizar un jeep del Ejército. Cruzan unas balsas a modo de puentes móviles y se internan por una selva virgen hasta el siguiente asentamiento valenciano. Los reciben en plena faena varios tractores que trabajan en la roturación de la tierras de monte bajo y bosque virgen. «Parece ser que se han hecho lotes de alrededor de 400 hanegadas de tierra por cada cabeza de familia, y han ido construyéndose casitas provisionales aisladas, de reducidas proporciones, de cemento», señala Rull.

«A pesar de ir constantemente acompañado, pude sin embargo, en algunos momentos cambiar impresiones, incluso en nuestro idioma vernáculo valenciano, para que me hablasen con sinceridad. En general, se muestran bastantes optimistas, consideran que son tierras de una fertilidad natural extraordinaria, con gran cantidad de mantillo y que en más de medio siglo no necesitarán abonos de ninguna clase para producir abundantes cosechas, pero mientras se ponen en producción las tierras el estado dominicano atiende su subsistencia dándoles una ayuda en metálico, llevándoles comida y agua, facilitándoles lámparas, herramientas y algunos otros recursos».

En su informe, Baltasar Rull plantea dos graves problemas. El primero es la posible dificultad de adaptación de los colonos al nuevo entorno: «los labradores valencianos proceden de la zona inmediata a la capital, donde adquieren el nivel de vida más alto entre los campesinos españoles. La inmensa mayoría están acostumbrados a casas espaciosas y cómodas, a una vida ciudadana con centros religiosos, culturales, recreativos, deportivos. Por raro contrasentido, la mayor parte de los que se fueron tenían sus necesidades más elementales cubiertas y el problema de su vida resuelto.

Quizá la creencia en una América mítica, en un fabuloso ´El Dorado´ les ha empujado a la aventura». Pero se encontraron luchando contra un clima tropical durísimo, que en verano llega a temperaturas insoportables, a luchar contra una tierra completamente virgen, dificultades de comunicaciones, falta de medios de salida de sus productos, contra un concepto de la vida y una organización social completamente diferente. «Si en los primeros momentos ellos no se sienten suficientemente asistidos, facilitándole utillaje agrícola, se les autoriza a implantar los métodos de cultivo que ellos conocen, aclimatan las semillas y productos valencianos... puede apoderarse el desaliento, fracasar en el empeño, y plantearse el problema de la repatriación y de la readaptación en España en unos puestos de trabajo que voluntariamente han abandonado». Un proyecto parecido fracasó con italianos. Otro intento con colonos judíos alemanes perseguidos durante el periodo nazi superó, en cambio, las dificultades, pero haciendo trabajar a los naturales y convirtiéndose, con el tiempo, en empresarios y comerciantes.

El segundo problema lo ve Rull en el «orden espiritual, los colonos vienen de zonas pobladas donde gozan de escuelas, iglesias, círculos recreativos, deportivos, culturales... y si ahora se les obliga a vivir en casas aisladas, rodeadas de un ´hinterland´ de 300 a 400 hanegadas sin contacto unos con otros, sometidos a la acción relajante de un clima tropical, sin la asistencia espiritual, pueden acabar siendo devorados por el medio ambiente y en condiciones infrahumanas de existencia». Rull considera imprescindible que se les agrupen en centros urbanos, donde vivan en comunidad, tengan médicos, maestros, sacerdotes...

El informe lo termina aconsejando que «si bien no deben ponerse obstáculos a la emigración de españoles que todavía se espera lleguen a la Isla, no puede cargarse con la responsabilidad de recomendarse ni alentar a nadie a que la realice, mientras estas seguridades no se consigan».