Señala hoy el calendario la festividad de Santa Mónica (332-387), patrona de las madres cristianas; y mañana la de su hijo San Agustín (354-430), obispo de Hipona y gran Doctor de la Iglesia, autor de obras tan famosas como sus «Confesiones» y «La Ciudad de Dios»; mientras que el próximo 4 de septiembre será la de la Virgen del Consuelo y Correa. Es decir, la orden religiosa de los Padres Agustinos, fundada en 1244 por el Papa Inocencio IV, reúne en una sola semana la celebración de sus tres principales fiestas. Favor pontificio que persiguió desde antiguo y sin embargo no lo consiguió hasta 1675 con el papa Clemente X, gracias a la influencia que ejerció en este sentido su confesor que era agustino, el P. Ausani. Pero hay que advertir que, el verdadero origen de la orden agustiniana se remonta nada menos que al siglo IV. Cuando el propio San Agustín fundó en África el monasterio de Tagaste organizando la vida de las comunidades religiosa existentes entonces, según las normas que él mismo compuso €las denominadas Reglas de San Agustín€ que luego adoptarían las nuevas órdenes religiosas que se fundaron después. Así que, es la más antigua de la Iglesia de occidente y bien merecía el favor.

La conducta modélica de Santa Mónica como madre fue lo que valió este patronazgo. Porque, esposa de un marido pagano y colérico, jamás entró en altercado con él ganándole con sus atenciones. Hasta lograr su conversión al cristianismo. Y como madre, usando la misma política para recuperar a un Agustín herético que arrastraba vida licenciosa de amores ilegales. Con resultado espectacular. Porque, reintegrado a la oración y al estudio, se convirtió también en personaje modélico y de los genios intelectuales más penetrantes de todos los tiempos. Valerio, obispo de Hipona, le ordenó sacerdote y nombró su ayudante; sustituyéndole en la sede episcopal a su muerte aclamado por toda la comunidad cristiana, admirados de su caridad hasta para con los no creyentes.

Y por lo que se refiere a la Virgen del Consuelo, es tradición que se apareció tanto a Santa Mónica para consolarla y mantenerla en la esperanza de la recuperación de su hijo; como a San Agustín para inspirarle el hábito que deseaba vistiera la orden religiosa que tenía la intención de fundar. El mismo con el que se había manifestado a ellos; es decir, negro y correa también negra ceñida.

La fiesta agustina a la Virgen del Consuelo, con una espectacular procesión presidida por el Papa y todos los cardenales, llegó a ser la más importante de Roma desde el siglo XVI hasta principios del XIX y la más extendida en los cinco continentes, con un sentido de esperanza por la paz en el mundo que dio a su celebración el papa Pío VII.

Precisamente en nuestra ciudad se alza una iglesia parroquial dedicada a Santa Mónica que recoge estas esencias agustinas. Se levanta en la plaza de su nombre, al comienzo de la calle de Sagunto, sobre restos de lo que ya fue en un tiempo convento de «mónicos descalzos de San Agustín». Sin que le falte una capilla dedicada a la Virgen del Consuelo y Correa, con imagen que le donaron las religiosas también agustinas del cercano convento de San Julián antes de su demolición en 1944. Razón por la que de sus tres fiestas principales, dos son agustinas: la de su titular Santa Mónica y la de la Virgen del Consuelo. La tercera es la dedicada a la impresionante imagen del «Cristo de la Fe» que venera la parroquia desde 1604, cuando era convento agustino y regaló entonces el arzobispo de Valencia, San Juan de Ribera.