­Las manifestaciones de Esperanza Aguirre sobre los arquitectos, realizadas tras observar el nuevo Ayuntamiento de Valdemaqueda, y la celebración el pasado lunes del Día Mundial de la Arquitectura, nos dan la oportunidad de hablar sobre la calidad de un oficio tantas veces puesto, para bien y para mal, en primera página de los medios de comunicación y en el día a día de múltiples conversaciones.

¿Hay buena y mala arquitectura, como buenas y malas novelas o pinturas? Hay que apuntar inmediatamente que sí, como buenos y malos arquitectos, novelistas y artistas, médicos y políticos. Sin que sus límites estén claramente dibujados y sin caer en el maniqueísmo de una clasificación previa de sus autores, ya que no podemos pensar que todas las obras de un determinado profesional sean buenas y malas por el mero hecho de su firma, nos gustaría acercarnos a una apreciación más rigurosa de la obras de arquitectura que el que pueda representar un comentario, jocoso o no, pero desde luego cargado del gusto personal y muy subjetivo de cada juzgador. ¿Acaso no tenemos cualquiera de nosotros, una casa o lugar de trabajo hecho a nuestro gusto y no todas las casas ni despachos son iguales?.

Creo que sí es posible exponer unos mínimos criterios que nos lo permitan. El juicio entre buena y mala arquitectura serán siempre, digámoslo rápido, relativos, como el referido a toda producción artística, pero la disciplina tiene algo más, servicio público, técnica, costes de producción y vida útil normalmente larga, que nos permite exponer dichos criterios con un carácter más objetivo, sin que en ellos quepa asignar parámetros que sumados marquen un deslinde fácilmente asumible, por aceptable, en la sociedad.

Convengamos de entrada que la arquitectura, la buena arquitectura, siempre debe de ser hija de su tiempo, puesto que no es lo mismo un buen edificio señorial del XVIII que un buen edificio actual, y que esta datación del edificio no tiene reflejo solo en su expresión formal sino también en la coherencia de su estructura interna y otros valores que después citaremos, propios de cada tiempo. O sea, que un buen edificio actual no puede contener formas y aderezos del XIX, como una persona de hoy no puede ser considerada bien vestida si va con miriñaque o espolín.

Entre los criterios considerados, digamos en primer lugar que la arquitectura, a diferencia de otras artes, tiene como base la utilidad o adecuación al encargo recibido, como ya decía Vitruvio. Se hace una obra para cubrir una función o un interés determinado. Desde tener una sala de conciertos, o tres dormitorios y baño, capaces y bien diseñados, a buscar una imagen determinada que busca un impacto mediático, como marca de imagen „aspiración muy repetida en empresas y en muchas obras de la administración pública„ según el usuario, a quien el arquitecto sirve. La presencia de otros agentes como promotor, constructor e industriales, hace más compleja la exposición, pero no resta protagonismo al hecho utilitario de la arquitectura. Aquí conviene tener en cuenta, y de hecho muchos de los ejemplos de buena arquitectura actual son rehabilitaciones de edificios antiguos, lo que Zevi llamaba «las diversas edades del espacio», su versatilidad, su capacidad de envejecer y mantenerse, reutilizándose.

Un segundo punto sería, también a diferencia de otras artes, su adaptación al lugar, su vinculación al sitio, a la parcela, al entorno y al barrio donde se levanta la edificación. Un encargo requiere del arquitecto conocer a fondo y personalmente el lugar, sus condicionantes naturales (orientaciones, salubridad, resistencia del suelo) y culturales (el edificio se levanta para ser parte de un todo e insertarse en un entorno normalmente urbano).

Hay arquitectura industrializada, desde luego, desde barracones hasta contenedores deportivos o de emergencias, que precisan otro planteamiento y tienen en su versatilidad su mejor virtud. Pero lo más normal es que si un edificio da igual ponerlo aquí o allá, mirando al Norte que al Oeste o en esta ciudad o la otra, es que estemos ante un mal ejemplo de arquitectura. En lenguaje coloquial los arquitectos los llamamos ovnis.

También podemos hablar de su racionalidad constructiva, correcto oficio, o buen hacer del arte de construir. De una adecuada estructura, sin alardes innecesarios o «alegrías» fuera del encargo, de unos acabados que resistan al agua, al ambiente agresivo y al paso del tiempo „la arquitectura no es, salvo excepciones, un arte efímero„, y que todos ellos encajen en los supuestos económicos, o presupuestos, de la promoción, que deben haberse fijado en el proyecto y respetado en su ejecución. El citado Vitruvio allá por el siglo I a.C. ya decía que una buena arquitectura debía de contener «el debido y mejor uso de los materiales y de los terrenos y en procurar el menor coste de la obra conseguido de un modo racional y ponderado».

He dejado en cuarto lugar la presentación, la expresión formal del edificio, la obra como objeto, con su volumen y forma, en la que siempre despierta una carga subjetiva mayor. En cualquier caso todos debemos reconocer el peso del autor y saber que si se encarga un edificio a cualquier arquitecto, y más si es reconocido, manifiesta aquí mucho más que en otros aspectos su peripecia personal. Encargar a Grassi, Calatrava, Gehry o Foster una obra, por poner ejemplos fáciles de entender, implica aceptar de antemano una factura personal en la línea de su trayectoria, gustos y personalidad. También es conveniente conocer, por el contrario, nuestra posición personal sobre el asunto, y saber de antemano cuál es la distancia que pueda haber entre nuestro gusto y el del arquitecto. Bueno sería tener en cuenta esta distancia, puesto que si es muy grande y sobre todo, inflexible, no otorga ningún interés a su resultado.

No debemos pasar, por último, un criterio que a mí personalmente me gusta resaltar y es la sensación que da su interior, sus espacios, su luz, su atmósfera, puesto que en su primera acepción de „confortable» „recordemos„ esta domesticación de la naturaleza y la generación de un espacio acondicionado al hombre es el propio origen de la arquitectura. Es un valor muy íntimo y que muchos de nosotros hemos sentido al visitar alguna obra que nos ha resultado sobresaliente en uno u otro sentido, como entrañable, acogedora, brillante, fría o repelente.

No quiero hacer esta reflexión más larga y sí recoger algunos edificios que, en Valencia, pudiéramos considerar con estos criterios y cierta objetividad, ejemplos de buena o mala arquitectura en los dos o tres últimos años. Queda mucho por decir y hacer sobre el particular, y no sería mala cosa que los premios de arquitectura (entre ellos, pero no sólo ellos, los del Colegio de Arquitectos de Valencia) tuvieran un carácter más didáctico y menos vinculado a sus caracteres icónicos o a los publicitarios de sus promotores.

Es buena arquitectura, para mí, la realizada en la rehabilitación del Mercado de Colón y de la Plaza Redonda, y en la Fábrica de Tabacos para el nuevo Ayuntamiento. Es buena arquitectura, para mí el edificio Veles i Vents del puerto, el nuevo acceso y ampliación del Palau de la Música, la Ciudad Ros Casares, el edificio de Viviendas VPO en la Plaza Frígola en Velluters, entre otros muchos ejemplos. En todos ellos los valores de utilidad, adecuación al encargo, adaptación al lugar, el buen hacer y su expresión formal propia de estos tiempos, son evidentes.

Si tuviera que analizar con estos criterios el complejo de la Ciudad de las Artes y de las Ciencias, nuestra imagen urbana más moderna, diría „en opinión personal„ que l´Hemisfèric, l´Oceanogràfic y el Museo de las Ciencias (tiene un gran «pero» en su adecuación funcional), pasarían el corte. No podría decir lo mismo del Palau de les Arts ni menos del Agora.

Es mala arquitectura, para mí, al margen de la consideración personal que merecen sus autores, el Hotel de Las Arenas, el edificio de cristal en Paz-Reina y los bloques de viviendas en Micer Mascó junto a Tabacalera, entre otros menos conocidos, en los que la variable de lugar, verdad del arte o su expresión formal no pueden compensarse con una adecuación funcional al encargo. Hay arquitectura mediocre o simplemente mala, desgraciadamente.

Seguro que, si me siguen, ustedes podrían completar la lista con facilidad y con un montón de buena arquitectura, en su mayoría anónima, que tenemos muy cerca (y desde luego con otra serie de mala arquitectura), que puede ser juzgada sin que por ello, sus autores acierten siempre o se equivoquen, y por tanto sean buenos o malos arquitectos. A mí que gustaría que estos Días Mundiales de la Arquitectura sirvieran para motivarnos a hablar sobre ello.