Tras cada puerta se esconde una historia. Y ninguna tiene un buen sabor de boca. Viven en la misma pedanía de la que fueron expropiados pero nada tienen que ver las «casas de poble» que les construyó el Ivvsa para realojarlos, con los edificios en los que vivían que, además, eran de su propiedad.

Hace once años residían en aquellas casas, alquerías o barracas donde nació toda la familia, generación tras generación. Muchas edificaciones eran de 400 metros cuadrados y disponían de parcelas de huerta que cultivaban a sus anchas. Hoy, en viviendas unifamiliares de dos alturas, 90 metros cuadrados, garaje y patio interior, mantienen las persianas de sus casas cerradas y no están muy dispuestos a recordar una expropiación que aún les duele y por la que siguen peleando. Unos para conseguir la reversión de los terrenos. Otros para lograr una indemnización «justa». Y otros pocos para «cobrar algo de una vez por todas». Eso sí, todos los que residen en estas casas cuentan con una hipoteca, requisito indispensable para ocupar las viviendas del realojo y poder regresar a su pueblo.

«Hacía un año que me había gastado un millón de pesetas en arreglar la barraca en la que nací. Era feliz, no tenía hipoteca alguna y me sentía privilegiado. Tenía calidad de vida y me la arrebataron por dos duros. Me robaron. Así, directamente. Tardé ocho años en poder regresar a La Punta y cada vez que veo el solar de la ZAL me invade la rabia. Pero seguimos peleando», explica Julio Planells, que fue expropiado de su casa a los 60 años. «A los 70 años tengo una hipoteca por 25 años que, de no ser por la ZAL, no tendría. Ofrecer un realojo implica cambiar una casa por otra, digo yo. Como ocurre con las catástrofes naturales. Pero a nosotros, no, a nosotros nos robaron y nos arruinaron la vida», concluye.

Vicente Navarro y Josefa Pérez lo recuerdan en términos similares. «Aquello fue el ‘sálvese quien pueda’. Hubo a quien, en primer lugar, le ofrecieron 18 millones de pesetas por una barraca, y al negarse, le pagaron 9. Allí vivíamos en una casa gigantesca, y aquí nos apañamos con ésta», explican.

Sin embargo, no todo son críticas. Jesús Marco y Vicenta Navarro están encantados con su nueva «casa de poble», a pesar de que tenían en propiedad una barraca centenaria. «Mira, no se puede vivir del recuerdo y de lamentaciones. Yo aquí, estoy encantada con mi casa nueva», explica Vicenta Navarro.