Valencia tiene una deuda pendiente con el arquitecto que "la reinventó" y le "cambió la cara". Ninguna calle, plaza o pasaje recuerda el legado de Francisco Javier Goerlich Lleó, arquitecto municipal desde 1924 y arquitecto mayor desde 1931 hasta 1956, cuando se jubiló a los 70 años. Ni siquiera una de sus últimas voluntades se ha cumplido como él deseaba. Goerlich donó al Museo de Bellas Artes la colección de 139 obras de arte que atesoró junto a su mujer, Trinidad Miquel, para que pudieran "disfrutarlas todos los valencianos". Incluso llegó a pagar de su bolsillo la habilitación de cuatro salas de la segunda planta del San Pío V, hace 50 años, para que la colección Goerlich-Miquel pudiera admirarse al completo, "como suelen hacer los grandes mecenas norteamericanos". Y así fue desde 1963 hasta 1991, cuando los "problemas de espacio" del San Pío V desplazaron al almacén el legado más importante que ha recibido el museo durante el siglo XX (se compara a las donaciones de Martínez Blanch en 1835 o de Pere María Orts en 2004) y que sólo han vuelto a ver la luz, de forma parcial, en 2006 y en una exposición en el San Pío V que se podrá ver en la sala Joanes hasta el 26 mayo.

La figura y legado de Javier Goerlich fue recordada ayer en una conferencia celebrada en el Museo de Bellas Artes de Valencia en la que participaron los arquitectos Francisco Taberner y Amando Llopis, el periodista Francisco Pérez Puche y el sobrino-nieto del arquitetcto, Daniel Benito Goerlich. Llopis adelantó que se prepara para diciembre una exposición del legado de Goerlich que transformó la fisonomía de Valencia, sobre todo durante los años 30, antes de la Guerra Civil. Goerlich fue un trabajador incansable que también legó al Colegio de Arquitectos una valiosa colección de 700 proyectos que ayudan a entender la "actual fisonomía de Valencia" y la genialidad del "mejor arquitecto que Valencia ha tenido nunca", aseguró ayer Llopis durante su intervención. Taberner recordó la lucha de Goerlich, como presidente de la Academia de Bellas Artes de San Carlos para que se respetaran los fragmentos de la muralla árabe o el entorno del González Martí (aunque ambos pasaron de puntillas por los proyectos de 1907 de Federico Aymamí, que Goerlich recuperó y a los que después renunció, para abrir grandes avenidas por el centro como la avenida del Oeste o la prolongación de la calle de la Paz). A Goerlich hay que agradecerle la actual fisonomía de la Plaza del Ayuntamiento (con su famosa tarta central que él llegó a ver derribar), el mercado de Abastos, la apertura de Poeta Querol, la reforma de la plaza de la Reina y que la "Geperudeta" se salvara de la quema, al decidir emparedarla en el Ayuntamiento de Valencia durante la guerra .