­Siempre quiso ser historiadora, pero la vida no le dejó. Aún así, su empeño por comprender y aprehender lo que le rodea no ha desaparecido en estos cien años de vida que cumplió hace una semana. «Vivimos en un momento clave, y me da rabia porque me lo voy a perder», asegura Alejandra Soler, una de las pioneras del asociacionismo estudiantil durante la II República en Valencia, comunista marxista convencida «a pesar de todo» y esposa de Arnaldo Azzatti, hijo del periodista Félix Azzatti, quien dirigió «El Pueblo» tras la marcha de Blasco Ibáñez.

«A ver cuándo acaba este torbellino de los 100 años que quiero estar tranquila para escribir», cuenta a Levante-EMV desde la sala de estar de su piso en el centro de Valencia en referencia a los distintos actos de conmemoración que se realizaron por la efeméride.

Es todo energía. En 2005 publicó sus memorias a petición de un sobrino. «Se puso muy pesado con que las escribiera, y lo hice, pero no para publicarlas. Él falleció a los 65 años y me dolió mucho que no pudiera leerlas. Por eso decidí publicarlas finalmente», explica Soler. Ahora, ocho años después, se propone escribir otras «con reflexiones más profundas», resultado de sus estudios, vivencias e ideas políticas, que han formado parte de su ser desde bien joven.

Alejandra Soler fue una de las primeras universitarias en Valencia, antes incluso de la instauración de la República. Se educó desde los cinco años en una sucursal de la Institucion Libre de Enseñanza, hecho del que está muy orgullosa y que, asegura, fue lo que germinó sus ganas de estudiar, que duran hasta el día de hoy. «Leo todos los días. Sin leer no sería nadie. No se puede vivir sin entender lo que nos rodea».

Cursó el bachillerato en el Instituto Lluis Vives, donde entró a formar parte de la Federación Universitaria Escolar, la FUE, un movimiento estudiantil que luchaba por modernizar la enseñanza y que participó en las revueltas estudiantiles durante la dictadura anterior al regimen republicano. «Yo corrí delante de la policía montada de Primo de Rivera con 14 años», recuerda con una sonrisa. «Aquello que hicimos contribuyó a la proclamación de la República». Su actividad estudiantil y feminista continuó en paralelo a la política, ya que en 1935 se afilió al Partido Comunista tras la represión del ejército del levantamiento minero de Asturias. «Aquello fue tan brutal que muchos nos hicimos comunistas», explica con cierto enfado hacia los militares. Terminó Filosofía y Letras, especialidad en Historia, en cuatro años en vez de cinco. «Otra de las casualidades de la vida. La guerra me pilló con la carrera acabada, no como al resto de mis compañeros. Me dio confianza para seguir».

Campo de concentración y exilio

Lo primero que impacta nada más entrar a su modesta casa es la cantidad ingente de libros que se encuentran dispersos por todo el piso. Encima de la mesa, «Pensar el siglo XX», de Tony Judt. «Me traje todos los libros en un contenedor de mercancías desde Moscú, uno entero».

Y es que Alejandra huyó de España durante la Guerra Civil. Pasó unos meses en un campo de concentración en Francia, separada de su marido Arnaldo. «Teníamos apenas 24 años, no sabíamos dónde estaba el otro. Finalmente nos llevaron a Rusia, cada uno por una parte. Él consiguió trabajo como periodista en Radio Moscú y yo como profesora de castellano de los niños de la guerra».

Precisamente estos niños fueron protagonistas de otro episodio de su vida, al sacar a 14 de ellos «bajo las bombas», en plena batalla de Stalingrado. «Pudimos haber ido a México. No quiero pensar cómo hubiera cambiado nuestras vidas. Yo podría haber sido historiadora y Arnaldo uno de los mejores periodistas latinos. Pero para nosotros Rusia era el centro de una revolución, una revolución que queríamos hacer», cuenta con cierto aire de decepción.