La teoría dice que sólo hace falta mezclar levadura, harina, calabaza, agua y un poquito de sal con un buen juego de manos. Pero en la práctica, se comprueba que para conseguir unos buñuelos como los que se venden en el «El Contraste», en pleno corazón de Russafa, hace falta algo más. Quizá se trate de ese «gen buñolero» que en esta familia se transmite de padres a hijos desde hace cinco generaciones.

Y es que en esta buñolería, situada entre la calle San Valero y la calle Russafa, Mariano Catalán Blasco sirve cada día los buñuelos con los que desayuna el barrio. Junto a él, su madre, María Blasco Catalán, y también su sobrino, José Puchades Catalán, se ponen el delantal tal como lo hicieron, hace décadas, todos sus antepasados.

Ya a finales del siglo XIX, Vicente Blasco García dejaba su Ademuz natal para viajar hasta Valencia en época de Fallas para vender sus buñuelos. Su hijo, Vicente Blasco Hernández, y su mujer, Dolores Catalán Honrubia, recogieron el testigo del negocio y poco después de la Guerra Civil se instalaron en el barrio ruzafeño con una tienda de comestibles. Pese a que el matrimonio acabó separándose, su hija, María Blasco Catalán no tuvo más remedio que aprender a hacer agujeros en medio de aquella rica masa. «A mí me enseñó mi madre cuando era una cría. Me dijo: 'tienes que aprender', y así fue». María, que ahora tiene 75 años, vio como la tienda de su madre cambiaba de lugar hasta emplazarse donde ahora se levanta «El Contraste», allá por los años 40. Allí nació, hace ahora medio siglo, Mariano Catalán Blasco, quien regenta actualmente la buñolería, ayudado por su sobrino José Puchades Catalán, el benjamín de la saga, con sólo 25 años. «La familia ha sido primordial par que empezara en esto, pero luego lo cierto es que me fue gustando», explica José.

Las tres generaciones se mantienen fieles al buñuelo tradicional, y aseguran que son capaces de distinguir por el sabor y la forma quién de los tres ha sido el autor del buñuelo. «Es como las paellas; no se pueden hacer dos iguales», apuntan.

La invasión del churro

«En Valencia siempre se ha hecho buñuelos y no churros, y además no se hacían con chocolate», asevera Mariano. «Los buñuelos se mojaban con aguardiente o anís, cuando las fallas se quemaban en la noche del 18 al 19 de marzo, que era el día que se daba permiso al gremio de carpinteros para quemar el sobrante de madera. Alrededor de las hogueras las buñoleras vendían sus buñuelos». «El churrero llega a Valencia con el auge turístico de las Fallas. El churro es de Madrid y la porra es manchega. Por eso, siempre digo que no soy churrero, sino buñolero», afirma Catalán.