Cubierto de mallas, sujeto con anclajes de hierro, despojado de sus cerámicas y con los frescos protegidos por maderas. Así se encuentra desde hace años el Colegio del Arte Mayor de la Seda, una joya gótica venida a más con el barroco que además encierra entre sus muros la historia de una industria sobre la que pivotó la economía valenciana durante siglos.

Ninguna administración ha sido capaz de salir en ayuda del gremio sedero, que mantiene la propiedad del edificio pese a ser prácticamente residual en estos días de fábricas tecnificadas y comercio oriental. La Generalitat hizo un amago poniendo en sus presupuestos 1,6 millones de euros que luego no llegaron a ver la luz. Y ahora vuelve a estar la pelota en su tejado después de que el Ayuntamiento de Valencia desistiera de la idea de incluirlo en el maltrecho 1% cultural y haya optado por colocarlo en su lista de propuestas para el Plan Confianza. Eso si, ya con un presupuesto de apenas 1 millones de euros que tendrá que ser apoyado, en caso de que prospere la idea, con los fondos del propio colegio.

Vicente Genovés, presidente de la entidad, lo que quiere, en cualquier caso, es que se haga, que se rehabilite el edificio y vuelva a recuperar su riqueza, aunque eso suponga ceder la titularidad del mismo. Después de 17 años cerrado por el deterioro que sufre, quiere que vuelva a ser un museo de la seda y un referente histórico de la ciudad. Mérito tiene.

De los orígenes del edificio no se sabe mucho. La primera referencia es de 1490, año en que el gremio sedero lo adquirió y lo convirtió en su sede para el resto de los días, porque siempre ha sido del gremio, recuerda Genovés. Se trata de un edificio de base gótica, de más de seiscientos años de antigüedad, que al menos en su parte externa permanece prácticamente intacto. Ese ha sido precisamente su gran problema, porque el paso del tiempo y la falta de inversión lo ha llevado a un estado completamente ruinoso. Hace 17 años hubo que cerrar el edificio y diseminar sus importantes fondos por distintos centros culturales de la ciudad. Hace tres años fue necesario incluso ponerle unos contrafuertes de hierro y unos tirantes metálicos para sujetar el gran arco de la entrada, base de la estructura del complejo. Y más recientemente se ha colocado una malla en la fachada para evitar el desprendimiento de cascotes.

Si hablamos del interior su evolución es similar, aunque en cada una de sus estancias se visualiza con claridad la evolución que sufrió a barroco con la gran restauración de 1756. Tiene un sótano al que recientemente se le cambiaron los forjados y una entreplanta en la que ahora están las oficinas del gremio.

Aunque estas salas no tienen gran valor artístico, un cuadro habla de la historia del edificio y de sus gestores. El personaje que aparece en el retrato es Joaquín Manuel Fox (1730-1789), que como alcalde de Valencia creo el cuerpo de serenos y como maestro sedero fue el «primer espía industrial de la historia». Simuló su muerte —cuenta Genovés— para trasladarse a Francia de incógnito y traerse la técnica del «moaré», operación que consumo seis años después con su «resurrección» en Valencia.

El mayor valor patrimonial se concentra en la planta superior, dividida en tres grandes estancias y una de menor tamaño y menor enjundia. Puede decirse que esta es la «planta noble» del edificio.

Se entra por la que se conoce como Sala de Vitrinas, así denominada porque allí estaban las cristaleras donde se exponían los fondos del colegio cuando era museo. Pero su función primera fue la de sala de juntas, una función que mantuvo hasta la gran reforma y ampliación de 1756.

La gran sorpresa

Al lado y saltando por encima de los tirantes metálicos que sujetan todo el edificio, está la capilla. Al fondo luce un panel cerámico de San Jerónimo datado en el año 1700 y restaurado hace tres años con fondos de la Diputación. Pero la sorpresa está en la parte trasera. Detrás de un muro al que se le ha abierto una cristalera, se conserva una escalera gótica de alabastro que algunos estudiosos creen que pudo ser una maqueta del maestro Pere Compte para la Lonja. Al parecer, con la reforma del siglo XVIII en la que el edificio giró a barroco, sus promotores quisieron borrar todo vestigio gótico y la ocultaron tras un muro. La escondieron tanto que su reaparición no se produjo hasta otra reforma realizada en torno a 1900 y ahora permanece escondida detrás de una cristalera a la esperta de que la rehabilitación del conjunto le devuelva su esplendor. Con la altura de un piso, subiendo por ella puede llegarse desde la planta noble hasta la cámara del edificio.

Cierra esta zona el que se dio en llamar Salón de la Fama, construido sobre la ampliación del siglo XVIII. Visto en la actualidad nadie diría que es una joya, pero su valor está precisamente en lo que por motivos de seguridad ha de permanecer oculto. En el techo conserva un fresco de Juan de Vergara con una figura de San Jerónimo. En la actualidad está cubierto por unas maderas para protegerlo de las obra y de las humedades de la cubierta. Y en el suelo no hay nada porque el mosaico cerámico, que es la pieza principal, tuvo que retirarse, como el del resto del edificio, para aligerar el peso de las plantas y evitar su derrumbamiento.

Se trata de un mosaico de 92 metros cuadrados con una figura central que representa la fama y cinco alegorías en los extremos que visualizan el éxito que la seda valenciana había alcanzado en los cinco continentes. En la actualidad este mosaico «duerme« en el museo de la cerámica González Martí a la espera de una rehabilitación del edificio que permita su reinstalación. Eso si, su valor es tal que habrá que protegerlo de alguna manera de las pisadas, posiblemente con pasarelas de metacrilato, dice Vicente Genovés.

Y es que todo está preparado para esa rehabilitación. «Todos los proyectos están hechos a falta únicamente del dinero». También los fondos que deben llenar luego el edificio y convertirlo en el museo de la seda. Según explica Genovés, la cantidad de material es muy amplia, desde telas, hilos, utensilios y herramientas hasta un archivo histórico que pasa por ser, junto con el de la catedral, «uno de los dos archivos privados más importantes de la ciudad». Con la rehabilitación volverá al lugar de donde, como el resto de piezas, nunca debió de salir.