Sus nombres, inscritos sobre la fría lápida, son ya prácticamente ilegibles. El erosivo paso del tiempo ha difuminado las letras con las que un día se quiso homenajear su valentía en el campo de batalla. Hoy, la tumba que conmemora la muerte de cuatro «héroes» de la Guerra del Rif (1909-1927) ha quedado atrapada en el anonimato, entre los restos de figuras ilustres locales como Mariano Benlliure y el doctor Lluch, que también descansan en el familiar cementerio del Cabanyal.

Olvidados por las actuales generaciones, estos cuatro militares se vieron obligados a cambiar su juventud por los combates en el desierto del norte africano en la década de los años 20. Y pese a que ninguno había nacido cerca del Mediterráneo, de Melilla regresaron, en 1921, en un barco que zarpó con destino Valencia, quizás a sabiendas de que su cuerpo ya estaba herido de muerte.

Higinio Fernández Martínez, de Zamora, falleció el 19 de noviembre de 1921, con apenas 22 años, por culpa de una endocarditis, incurable entonces. Poco después, el 21 de noviembre, hacía lo propio Martín Serrón Martínez, natural de Murcia, con 21 años, debido a una bronconeumonía. Por el mismo motivo murió el mes siguiente, el 6 de diciembre, Ildefonso González Hernández, nacido en Salamanca 22 años antes. Un poco más tarde, el 4 de abril de 1922, se le apagó la vida a Lorenzo Gutiérrez Vergara, de 24 años y nacido en Melilla. Según el certificado de defunción, por una trombosis pulmonar.

Los cuatro se despidieron de este mundo en las camas de la Lonja del Progreso Pescador, edificio construido por la cofradía de pescadores del Cabanyal cerca de la actual dirección general de la Guardia Civil —en la calle Eugenia Viñes—. Una construcción que ya no se mantiene en pie, a diferencia de la otra lonja, la del Pescado, propiedad, por aquel entonces, de la sociedad patronal Marina Auxiliante, y que fue inaugurada unos años antes. Debido a la amplitud de estas dos naves, la Cruz Roja las utilizó como hospitales desde 1909, cuando arrancaron las primeras escaramuzas de la Guerra de África, ya que los combatientes españoles que resultaban heridos volvían en barco hasta los principales puertos de la península para ser atendidos.

Desde el mes de agosto de ese año, tal como documenta el escritor Gerardo Muñoz, vapores como el «Cabañal», el «Cataluña» o el «Rabat», procedentes de Marruecos, desembarcaron centenares de heridos en Valencia. Una vez se comenzó a hospitalizar soldados en las lonjas, los vecinos de los poblados marítimos se volcaron en su cuidado. Tanto fue así, que el rey Alfonso XIII condecoró a varias familias que, de forma voluntaria, cocinaban y asistían a aquellos jóvenes. La solidaridad fue tal, que llegó a hacerse eco la prensa de la época. En una de las páginas de un periódico ABC de 1921, se puede leer lo siguiente: «Merece citarse, por su admirable instalación y solicitud con que son atendidos los soldados del Cabanyal de Valencia, regentado por el delegado de la Cruz Roja, el inspector de Medicina de la capital, Don José Dómine y el doctor José Buero, a quienes ayudan con todo entusiasmo y abnegación en la humanitaria tarea de cuidar a los enfermos, damas tan ilustres como la marquesa de Malferit, María Pampló y los hermanos terciarios».

Pero los encomiables cuidados no bastaron para que aquellos cuatro soldados, que llegaron al puerto de Valencia pocos meses después de la histórica derrota del ejército español en Annual (22 de julio de 1921), lograsen sobrevivir a sus heridas.

La guerra tóxica en Marruecos

En este sentido, cabe destacar la coincidencia de que tres de los cuatro militares padecían de problemas pulmonares. Este hecho podría corroborar las versiones de algunos historiadores. En ellas, se asegura que tras el desastre de Annual el régimen español ejecutó una serie de bombardeos con productos tóxicos sobre tropas enemigas para lograr una victoria rápida, aunque ello podría haber afectado también a estos cuatro olvidados de la Guerra del Rif.