¿Sabía que el arroz fue el primer referente de la larga tradición exportadora valenciana?; ¿que no todos los cristianos eran alérgicos al agua?; ¿que las prostitutas de la célebre mancebía de Valencia podían volver a la «vida civil» si penaban con un año de encierro en casa? Lo explican Frederic Aparisi, Vicent Baydal y Ferran Esquilache, tres jóvenes historiadores que, en palabras del catedrático de la UV Enric Guinot, se insinúan como «una nueva generación de medievalistas dispuestos a imaginar nuevas formas de estudiar y enseñar la historia».

Después de seis años ofreciendo divulgación científica a través de un blog y en un formato más digerible, alejado de los tratados académicos de alcance limitado, los tres investigadores acaban de publicar un libro («Fer harca. Històries medievals valencianes», Llibres de la Drassana, 2014) con 16 de esas historias, fruto de sus propias investigaciones o apoyándose en los trabajos de otros medievalistas, precedentes y contemporáneos. El resultado: una panorámica a través de costumbres sociales, comida y vino, pueblos y personajes históricos que explica la forma de ser y hacer de los valencianos del medievo.

La obra, por ejemplo, ofrece al lector un acercamiento a la geografía y cronología de un elemento tan icónico como el arroz, por el que los valencianos son capaces de debatir acaloradamente sobre la receta de la paella, pero incapaces en gran medida de situar sus orígenes, que datan del periodo musulmán. Frente al símbolo de la naranja como referente exportador del siglo XX, «en época medieval el cultivo del arroz es prácticamente una exclusiva valenciana en todo el Occidente europeo, gracias a la herencia andalusí». Ya desde los primeros años de la reconquista, su presencia no es nada despreciable a tenor de los testimonios de las crónicas, y se extiende por l'Horta de València, primero, la Valldigna, al sur del Segura (Oriola), y no es curiosamente hasta mediados del XVI cuando inunda el paisaje de la Ribera del Xúquer, el principal centro arrocero hoy. «Estamos ante el producto valenciano por excelencia en las rutas comerciales medievales entre Italia y el norte de Europa», apunta Esquilache. Y eso pese a las prohibiciones de cultivo de los consells municipales con que habían de lidiar los «llauradors», ya que «les aygües que eixien d'aquelles correnties eren infectes e corruptes, per la qual infecció e corrupció se son enseguides en lo terme de la ciutat moltes malalties e morts de persones».

Junto al arroz, el viaje explica la extensión de la olivera a lo largo de la historia, así como la fama en aquella época del vino dulce de malvasía, que era el autóctono de la ciudad griega de Monemvassia. Este fue un importante núcleo en Grecia para los almogàvers, quienes lo extendieron a las tierras de la Corona de Aragón. Y también por toda Europa. Aquel vino delicado estuvo tan de moda que Joanot Martorell lo colocó en la mesa de Tirant, y Shakespeare le hizo un hueco en su tragedia Ricardo III.

El viaje por el pasado, además, pone nombre a algunos poblados que desaparecieron por la despoblación que siguió a la salida de los moriscos, de 1609, pero también por la presión de los colonizadores desde la misma «conquesta», o las epidemias, como Beniparrell, abandonado desde el XV al XVIII. Y arroja nueva luz a historias como la revuelta liderada por Vinatea, el surgimiento de la conciencia del pueblo valenciano como tal, que se data en la década de 1330, o el origen de Russafa, vinculado con el recuerdo de un remoto palacio sirio.