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La mirada del miércoles

David contra Goliat

David contra Goliat

Para bien o para mal, apuesto a que todos sabemos cuál es la película que nos toca ver este año, la que parte la pana, la que está de moda. Y es que cuando la maquinaria promocional de una gran compañía se pone en marcha no hay quien no se dé por enterado. Como una apisonadora, invade los núcleos urbanos de carteles y mupis con su slogan o lema de turno. Entra por nuestros televisores todos los días y a todas horas y por nuestras radios a través de cuñas y diferentes acciones de marketing. Nos enteramos sí o sí, más allá del interés que particularmente tengamos, de cuándo Pablo Alborán o Miguel Bosé, por poner dos ejemplos clarividentes, vienen a presentarnos sus respectivos shows. Es lo que marca la corriente general, o dicho de otro modo, lo que parece ser la versión oficial de nuestro cine o nuestra música, por hablar de las disciplinas artísticas a las que me refiero. Algunos lo llaman mainstream.

Para los que estas tendencias no interesan en absoluto, Valencia es una ciudad con una gran riqueza a la hora de programar y ofertar cultura minoritaria. Desde hace unos años, el barrio de Russafa, seguido de El Carmen, Benimaclet, la zona del Cedro y un sector concreto de Juan Llorens se erigen como núcleo de un sinfín de actividades. Ciclos de música en directo, conciertos matinales, pequeñas obras de teatro, circuitos itinerantes, modestas galerías de arte con interesantes y peculiares exposiciones, proyecciones de mediometrajes, cortometrajes, largos con músicos tocando en directo, talleres, mesas redondas y un sinfín de propuestas al alcance de cualquiera. Si buscas encuentras todo esto y mucho más. Y a un precio muy asequible si los comparamos con los de los grandes eventos.

Ciertas teorías se escudan en que lo minoritario, lo que no mueve a las grandes masas, no interesa. Prefiero pensar que no es falta de interés sino desinformación. Estas pequeñas compañías y promotoras organizadoras de estos eventos no cuentan con el sustento económico necesario para poder llegar a todos los perfiles de población a través de inserciones publicitarias, cuñas, anuncios o grandes pegadas de carteles por zonas urbanas clave. La marginación por parte de las instituciones a la que se ven sometidas asusta y mucho, hasta el punto de ningunear a este pequeño sector hasta el hastío.

Algunos programadores culturales dependientes de instituciones (por supuesto ni mucho menos todos) cumpliendo órdenes de su político, evitan riesgos y se lanzan a lo seguro. Por lo visto es más práctico contratar y pagar a rajatabla el caché de Paquirrín como cabeza de cartel en unas fiestas patronales antes que jugársela por un artista con sus siete letras bien plantadas. Por poner otro ejemplo clarificador.

Poner ese grano de arena para que este modesto circuito de actividades no decaiga está en nuestra mano. Ya que institucionalmente, salvo contadas excepciones, no parece que se vaya a incentivar, no esperemos a que nos den las cosas hechas: pensemos, seamos capaces de sacar nuestras propias conclusiones. Fijémonos en aquel cartel que vemos por la calle porque igual lo que ofrece nos interesa. No pensemos que por modesto y minoritario es peor: no caigamos en la trampa. Ayudemos a diversificar nuestra cultura y no dejemos que nos digan qué y cuándo tenemos que hacer tal cosa. En casa tenemos mucha y buena. Hagámoslo por nuestro bien y por el de las generaciones venideras. Nos lo agradecerán.

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