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La historia de los fascículos más famosos del colegio

La cuadernería de Valencia

El creador era Ramón Rubio, que tenía una academia de enseñanza en la calle Taquígrafo Martí, en l´Eixample

Así es la familia que creó los famosos cuadernillos hace ya más de 50 años y que regenta la empresa desde entonces de manera ininterrumpida. levante-emv

Quien haya estudiado en Valencia en los últimos sesenta años es muy difícil que no conozca los «Cuadernos Rubio». Junto a los libros de texto oficiales, dictados por el ministerio o la consellería, el ajuar de cualquier alumno valenciano contenía estos fascículos de color verde o amarillo, dependiendo del tema que trataban.

Los «Cuadernos Rubio» enseñaban a escribir y calcular, así de simple. Estaban pensados para cubrir las necesidades formativas básicas del individuo. Los cuadernos verdes se ocupaban de la caligrafía y de la ortografía, en defensa de una elegancia de la escritura que desgraciadamente se ha perdido bastante. Los cuadernos amarillos eran de matemáticas, y ahondaban en las operaciones simples que después las modernas calculadoras han transformado en práctica obsoleta.

¿De dónde salieron estos libritos? Nuestras pesquisas nos han conducido hasta don Ramón Rubio Silvestre, que en principio tenía una academia de enseñanza en la calle Taquígrafo Martí, pasándola posteriormente a la Gran Vía del Marqués del Turia número 8.

Ramón era hijo de un militar de Gátova y de la hija del médico de Geldo. Nacido en 1924, su niñez la pasó en Geldo, viviendo las estrecheces de guerra y posguerra, hasta que se colocó de botones en el Banco de Aragón y empezó los estudios de "Profesor Mercantil", que entonces equivalían a lo que después fueron las carreras de Empresariales y Económicas, con cierto retraso. A través de estos estudios se conseguía ir escalando en la jerarquía, y llegar hasta directivo bancario, como hemos visto en muchos casos notables.

Pero Ramón se dio cuenta de que el banco no era para él un simple día en que su padrino fue a visitarlo a la oficina y el chavalín la dio un abrazo. Entonces salió como una furia el director y le abroncó por tomarse esas familiaridades en un sitio tan serio. «No se preocupe, que yo no esperaré a que me salgan canas para irme del banco», le respondió el altivo muchacho, que ya tenía planes para su futuro.

Ramón abrió una academia para impartir formación profesional básica que en aquellos tiempos no estaba reglada. Para cualquier trabajo no se exigían tantos títulos como ahora, sino sencillamente saber leer y escribir correctamente y algo de cuentas. Con eso se podía ir a cualquier sitio.

La vocación educativa de Ramón era profunda y desde el principio se percató de que escribiendo los ejercicios en tiza en la pizarra y luego esperando a que los alumnos lo copiaran en sus libretas, se perdía un tiempo precioso. Se le ocurrió imprimir unas fichas en las que constaban los ejercicios, entregaba estas fichas a los chicos que se las llevaban a casa y las devolvían al día siguiente junto con los ejercicios resueltos.

Ese fue el embrión de los cuadernos. De las fichas se pasó a esta publicación que muy pronto interesó a los colegios vecinos que empezaron a adquirirlas para distribuirlas a sus alumnos como complemento de los libros de texto.

Aquellas ventas eran exiguas, de cuarenta o cincuenta ejemplares por pedido, pero cada vez más repetidas, con lo que se salió a la venta en papelerías. Pero de repente llegó un almacenista de Madrid, Julio Velasco, y pidió medio millón de ejemplares para cubrir aquella ciudad, y hubo un efecto mimético en A Coruña, Bilbao, Murcia, Andalucia... de repente toda España se rindió a los novedosos «Cuadernos Rubio».

Ramón había empezado a imprimir su cuadernería en pequeñas imprentas de Russafa, pero ante la avalancha de pedidos negoció con un familiar, Máximo Mateo, la instalación de una máquina en Torrefiel. Después fueron a la calle Vicent Lleó y ahora están en un polígono de Vara de Quart. Juan Manuel Sanahuja, que empezó con catorce años, es el fiel testigo de toda la trayectoria.

La empresa fue creciendo y creciendo. En los años ochenta se llegó a cifras astronómicas de distribución, con diez millones de cuadernos anuales, que propiciaron una consolidación fuerte. Empezaron a salir imitadores que nunca pudieron eclipsar el brillo de la marca principal.

En el año 1997 Ramón Rubio sufrió un derrame cerebral y su hijo Enrique Rubio Polo se hizo cargo de la nave. Como cualquier nueva generación introdujo cambios con un afán de renovación evidente. Se iniciaron otros rumbos y surgieron otras propuestas, como los cuadernos de inglés o de valenciano, o la estimulación de las siete áreas cognitivas.

La «Fundación Cuadernos Rubio» nació como plasmación de la voluntad social de la empresa. Atención a sectores específicos, como la discapacidad o la tercera edad, sin ánimo de lucro, centran su actuación desde unos egregios locales en la calle Salamanca.

En previsión del futuro, los Rubio firmaron un protocolo familiar que quiere garantizar la continuidad del proyecto. Enrique tiene dos hijos, Luis y Enrique, a quienes exige una gran formación y dedicación para integrarse plenamente. De esta exigencia nació hasta una línea de textil que pretende poner a prueba y en rodaje las posibilidades de las nuevas generaciones.

Han pasado muchas cosas en la educación desde aquellos antañones años cincuenta. Temarios, contenidos e instituciones han cambiado radicalmente. Pero lo único que perdura son los «Cuadernos Rubio» y voluntad formativa básica. En estos tiempos en que todo se quiere reducir a una pantalla y apretar botoncitos, la profundidad cognitiva que produce el uso del lápiz y el papel cobra nuevas fuerzas. La tecnología provoca muchas ventajas, pero también vulnerabilidad. La personalidad de quien se educa sin renunciar a métodos tradicionales siempre tendrá una energía que nunca nos la podrá proporcionar la máquina y la fría tecnología.

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