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L'Ullal

La tijera inclemente

La tijera inclemente

María y Lorena son madres solteras, hace tiempo que no saben nada del padre de sus hijos. Su necesidad de tener a un hombre al lado, su imprudencia con las drogas, sus pocos estudios, su mala cabeza€, fueron un combinado de carencias y deficiencias que les llevaron a prisión casi sin darse cuenta de lo mucho que este trance marcaría sus vidas para siempre. Ahora sueñan con aprender un oficio, cuidar a sus hijos y darse una nueva oportunidad .

Hace unos días en las páginas de éste periódico, entre noticias sobre el aeropuerto fantasma de Castellón, revelaciones sobre candidaturas electorales y nuevos despropósitos en relación a la incomprensible ley de símbolos, se coló como quién no quiere la cosa, una noticia para mí alarmante: la cárcel de Picassent cierra un piso para madres presas al no poner funcionarias.

Tuvimos hace 28 años un grupo de personas la oportunidad de llevar a cabo una singular experiencia con la mirada puesta en el día a día de un grupo de niños y niñas que cumplían condena, sin merecerlo, con sus madres en la cárcel de mujeres de Valencia. La iniciativa contó desde el principio con el apoyo de Miguel Doménech, Conseller de Trabajo y Seguridad Social, con el empuje de la Directora de la Cárcel de Mujeres de Valencia, Mercedes Jabardo, y con el empeño de un pequeño grupo de funcionarias que nos atrevimos a imaginar un futuro más justo para esas criaturas. La Generalitat Valenciana firmó un convenio de colaboración con el Ministerio de Interior y la coordinación se llevó a cabo con la Dirección General de Instituciones Penitenciarias.

La experiencia tenía sus riesgos. Unas reclusas que cumplían condena en tercer grado de tratamiento penitenciario iban a vivir junto a sus hijos en unos pisitos en el barrio de la Malvarrosa. Debían hacer las tareas de la casa, aprender un oficio, aprender a salir a buscar trabajo, a llevar a los niños al colegio o al centro de salud. Éstas iban a ser sus obligaciones cotidianas, además, saber convivir con otras familias, con sus nuevos vecinos. Tenía que salir bien, planificamos hasta el último detalle, el más delicado, informar a los vecinos sobre el proyecto. Incluso se nos ocurrió invitar, a los cumpleaños de los niños de los pisos, a todos los pequeños de la finca. Todo formaba parte de su proyecto de reinserción social.

Desde entonces, como María y Lorena, otras mujeres han pasado por éstas viviendas con sus hijos y han aprendido a ser mejores personas y a tener más posibilidades de salir adelante. ¿Quién nos iba a decir que una experiencia tan delicada, que se ha desarrollado con éxito durante casi 30 años, pueda ser echada por la borda por no hacer frente a los sueldos de dos o tres funcionarias? Es muy decepcionante que la tijera inclemente que todo lo cercena acabe con las oportunidades de un futuro mejor para las madres reclusas y sobre todo para sus hijos que no merecen crecer entre barrotes ¿No les dará vergüenza?

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