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La vida de Elisa Albert

La "mestra" de Campanar

Albert es muy recordada en Castellonet, donde en 1951 consiguió levantar y dirigir una escuela, «pobre y metida entre montañas», que dejó «a una altura pedagógica que no tuvo jamás», según un informe de la época

Elisa, de valenciana.

María Elisa Albert Lliso tiene 92 años, nació el 14 de agosto de 1923. Nadie lo diría. Mantiene que su secreto vital es la felicidad, haber vivido sin haberle hecho mal a nadie y con un corazón abierto a los demás, especialmente a los niños.

Elisa fue maestra, la «mestra» de Campanar cuando el barrio todavía era un pueblo rodeado de huertas. Originaria de Massalavés, vivió en Albuixech hasta tomar la primera comunión. Después su progenitor obtuvo plaza docente en Alboraia, y compró un piso en Valencia, en la flamante Finca Roja.

Eran los tiempos de la República, cuando paradójicamente funcionaba la «Caja de Previsión Social del Reino de Valencia». El piso se compró a plazos, sin las cargas opresivas de las modernas hipotecas. Se pagaba una elevada cantidad mensual, cien pesetas, pero al cabo de quince años se firmaba el contrato de propiedad. Tuvieron suerte. Ellos estaban allí desde antes de la guerra. Quienes compraron casas durante la contienda, se vieron privados de ellas por el gobernador Planas Tovar cuando entraron los «nacionales» por haber usado el «dinero rojo».

Elisa vivió las modernidades republicanas entrando en un instituto Luis Vives mixto. Desde entonces empezaron a asediarla los muchachos, pero su carrera era lo primero. Rechazó muchos pretendientes y se centró en sus estudios, desarrollados en clases guarnecidas por sacos de arena. Cuando sonaban las alarmas, aviso de un próximo bombardeo, tenía que bajar al refugio que todavía subsiste en la calle Xàtiva.

Don Tomás, su padre, iba y venía a Alboraia todos los días. Primero cogía el tranvía y luego el «trenet». Durante el conflicto llevaba una gorra militar con un libro abierto en la visera. Los maestros eran entonces «milicianos de la cultura».

Al entrar los «nacionales» a don Tomás lo enviaron a Casas Blancas de Murcia. Un hermano de Elisa, también maestro, fue a la cárcel modelo. Eran tiempos de hambre. El pan se fabricaba con cortezas de naranja trituradas y el aceite «de ballena» producía en la sartén una espuma asquerosa. Afortunadamente, como tenían parientes agricultores en Picassent, la bañera estaba siempre llena de excelentes boniatos. Tras la guerra le anularon sus estudios de bachiller por no haber estudiado la asignatura de religión, y tuvo que repetir los cursos en el nuevo instituto de San Vicente Ferrer del otro lado de las vías de tren, en el Eixample de Russafa. Todos los días tenía que pasar cuatro veces la «pasarela» de hierro que luego fue sustituida por el túnel.

En la Finca Roja Elisa conoció a Sara Montiel, la joven que alborotaba a los muchachos con su su desparpajo artístico antes de ser una estrella. Ensayaba en la ventana de enfrente de su casa. Años después la reencontró en Tabarca.

Obtenido el título de magisterio, su primer destino como interina fue el pueblo de Castellonet en 1951. Allí no había ni tiendas, todo había que ir a comprarlo a Rótova. Cuando llegó el alcalde se asustó, pues no tenían ni escuela. Ella luchó para adecentar un local, la abadía de la iglesia, y empezar la instrucción de los chiquillos. Una inspectora se lo agradeció redactando un informe donde consta que ella puso «esta escuelita, pobre y metida entre montañas, a una altura pedagógica que no tuvo jamás».

Luego vinieron otros destinos: Castelló de la Plana, Cervera del Maestrat, Gátova y Catadau, de donde era originaria su madre. Para ir a trabajar allí tenía que ir en tren hasta Carlet y subirse al autobús «la Juanita» para Catadau. En Carlet se enamoró de ella el maestro titular, don Rogelio Juan Rosselló Seguí, diez años mayor que ella.

Elisa había rechazado a todos los candidatos a su amor, desde Antonio de Gandia hasta Peret de Albuixech. Pero Rogelio fue muy tenaz. Le enviaba cartas todos los días y pasaba «casualmente» por la estación cada vez que Elisa hacía el transbordo. Un domingo la invitó a ir a la cafetería «Lauria» y después a los Viveros a pasear. Al volver, tuvo el descaro de depositarle un beso en la mejilla. Aquello enfadó a la muchacha y Rogelio se rindió, dejando de escribirle. Fue en ese momento cuando ella lo buscó, mirándole ya con otros ojos.

Rogelio era viudo con cuatro hijos. Con Elisa tuvo dos más: José y Rafael. Vivieron en Carlet hasta la jubilación de su marido. A continuación ella pidió plaza en Valencia y le tocó en Campanar. Primero en las escuelas antiguas del pueblo. Después pasó a unos aularios provisionales que pusieron en el flamante instituto, y finalmente en el moderno colegio que se construyó junto a la pista de Ademuz, justo enfrente del piso que compraron al volver a la capital.

Desde entonces fue la «mestra de Campanar», y todavía la conocen así en la barriada, donde adoran a una mujer pletórica de cariño. Se recoge lo que se siembra. Ojalá siga muchos años así, por lo menos hasta su centenario.

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